Gabriel y su migrar con tatuajes

Agujas y tinta, por la búsqueda del sueño estadounidense

En un barrio de la CDMX, chilangos y personas en situación de movilidad ya conocen al joven artista; en un estudio improvisado atiende a sus clientes; tiene hasta dos citas diarias

Gabriel junto con su perro en una banca de la CDMX.
Gabriel junto con su perro en una banca de la CDMX. Foto: Eduardo Cabrera, La Razón

Gabriel Barreto o “Gabo, el de los tatuajes”, como ya le conocen en el barrio, es un artista quien busca llegar a Estados Unidos para cumplir, como millones de desplazados más, el “sueño americano”. Él tatúa en un campamento improvisado para ganar dinero y así continuar su camino junto con su novia y su perro.

El joven, quien luce con sus shorts y mangas arremangadas sus tatuajes, los cuales se extienden hasta su pecho y cuello, vive y trabaja en una casa de un campamento migrante que está hecha con tablas de madera y lonas recicladas de Jorge Alberto, Santiago Taboada, Alessandra Rojo de la Vega y Vanessa Terrazas, quienes participaron en el proceso electoral pasado.

En este barrio, que por motivos de seguridad se omitió dar su ubicación exacta, extranjeros y chilangos visitan a Gabriel para tatuarse una de sus piezas, o de las que piden de Internet, sin importar que el sitio está al aire libre, pues, dicen, “su trabajo lo respalda”.

Capitalinos y migrantes se tatúan con el venezolano.
Capitalinos y migrantes se tatúan con el venezolano. ı Foto: Eduardo Cabrera, La Razón

“Yo tatúo a veces uno o dos clientes al día. Tengo cita agendada desde de aquí y hasta el miércoles.

“Aquí se tatúan de todas las nacionalidades: venezolanos, paraguayos, hondureños, colombianos, mexicanos, pero últimamente he tatuado a puro mexicano”, comenta a La Razón previo a la llegada de un cliente.

Cuando llegué aquí trabajé dos días haciendo lonas y me compré mi máquina ahí en el Zócalo, me costó mil pesos y desde ahí le ando dando
Gabriel, Tatuador

En su informe México: Esperanza de un hogar 2023, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) precisó que en ese año la Ciudad de México no sólo fue un punto de tránsito para personas desplazadas, sino también de destino.

El organismo destacó que, de acuerdo con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, de la Secretaría de Gobernación, en 2023 las autoridades mexicanas registraron 30 mil 716 solicitudes de asilo en la capital del país y un año antes fueron 12 mil 880; es decir, el alza fue de 138.4 por ciento.

Un hombre se hace un tatuaje de un hombre con casco espartano.
Un hombre se hace un tatuaje de un hombre con casco espartano. ı Foto: Eduardo Cabrera, La Razón

Gabriel dejó Venezuela hace seis años debido a las extorsiones a las que era sometido, según narra, por el mismo gobierno, así dejó su tierra para llegar a Estados Unidos a trabajar para brindar un mejor futuro a su hija y a su familia, quienes lo apoyan desde su país natal.

“Salí en 2018 por la situación de corrupción en Venezuela, más que todo por las extorsiones, que si tú no dabas una cuota, ellos (el gobierno) no te dejaban trabajar o te inventaban algo pa’ meterte preso.

“Eso y un futuro mejor para mi familia, porque allá la plata no alcanza pa’ nada”, remarca el joven.

Gabriel muestra las agujas cerradas y nuevas que usa para trabajar.
Gabriel muestra las agujas cerradas y nuevas que usa para trabajar. ı Foto: Eduardo Cabrera, La Razón

Antes de llegar a México, Gabriel residió cinco años en Perú, donde conoció a su actual pareja, Nicole, y a su mejor amigo y guardián de su estudio improvisado en el campamento migrante: Zion, un perro pequeño que se le unió en su travesía y ahora lo sigue fielmente.

Mientras prepara minuciosamente sus artículos para tatuar, Gabriel platica que en Venezuela “la plata no alcanzaba pa’ nada, tres dólares el sueldo mínimo. Nunca trabajé formal, más que una vez y mejor aprendí a agarrar la moto, aprendí a cortar el cabello, a hacer tatuajes; sé tocar la percusión, hago de todo un poco”.

Gabriel recuerda y relata cómo fue llegar aquí, a la Ciudad de México; “yo vengo con mi esposa y mi perrito desde Perú, traía mis máquinas de tatuar y de cortar el cabello, pero me quitaron todo en una lancha y tuve que volver a empezar.

“Cuando llegué aquí trabajé dos días haciendo lonas y me compré mi máquina en el Zócalo, me costó mil pesos y desde ahí le ando dando”, menciona.

Un cliente muestra el tatuaje de un reloj, una cruz y rosas.
Un cliente muestra el tatuaje de un reloj, una cruz y rosas. ı Foto: Eduardo Cabrera, La Razón

El equipo que usa no es de los más sofisticados, pues se trata de una máquina de tatuar china, tintas de marcas económicas y agujas que compra al mayoreo en las calles del centro. Ése es el equipo que Gabriel tiene.

El espacio de trabajo que tiene este artista en el campamento migrante consta de una pequeña mesa de madera en la que reposan los pedazos de papel manchados de tinta negra usados para limpiar el tatuaje, un estuche con agujas y tintas, un gel antibacterial, pomadas y un vapeador.

“Todo es nuevo, las agujas, la cinta para cubrir la máquina, los guantes. Todo es nuevo, nada se reúsa”, asegura Gabriel, pues a pesar de las condiciones en las que se encuentra su estudio, aclara, intenta mantener su lugar de trabajo lo más limpio posible.

Mientras llueve y las goteras del techo no cesan, Gabriel tatúa pacientemente a uno de sus clientes, quien entre el humo del cigarro y el brazo anestesiado afirma estar feliz por tatuarse en este sitio, pues es el último tatuaje antes de seguir su camino hacia Estados Unidos.

“Yo me voy de aquí en 15 días, ya tengo mi cita”, menciona el joven migrante mientras es “rayado”.

Nicole, pareja del joven tatuador, fotogría una “raya”.
Nicole, pareja del joven tatuador, fotogría una “raya”. ı Foto: Eduardo Cabrera, La Razón

“Vengo aquí, porque ya varios de mis amigos se han tatuado. Ahorita me está arreglando un tatuaje que tenía y la verdad sí se luce, ¡verdad?”, expresa con una sonrisa y exaltado mientras le daba una bocanada a su cigarro.

Gabriel ya empieza a tener fama entre migrantes y chilangos de la zona, pues el joven tiene un encuentro con otro cliente de la colonia.

“Tatué a su cuñado y le gustó y ya hoy viene a hacerse su tatuaje”, dice con orgullo el tatuador venezolano, quien afirma que sus precios son accesibles.

“Yo no cobro caro. Por ejemplo, a él (su próximo cliente) le cobraban cuatro mil 800 pesos por su tatuaje, yo le voy a cobrar mil 800 pesos. Estamos en una situación migrante y hay que ayudarnos entre nosotros”, menciona el venezolano.

La próxima cita llegó y se trataba de un joven capitalino entusiasmado por tatuarse los ojos de un soldado espartano en el bíceps izquierdo.

“Mi cuñado vino a tatuarse y se rifó el carnal, ahorita vemos si sí es cierto”, comenta entre risas y mientras se preparaba para que “Gabo, el de los tatuajes” comience a “rayarlo”.

Durante el proceso de tatuaje, hay curiosos quienes se acercan a ver cómo trabaja y algunos le preguntan si hay espacio en la agenda.

A este tatuador y, por supuesto, a sus clientes, no los detiene nada para “hacer lo suyo”, pues a pesar de la lluvia y las goteras que hay en las lonas de excandidatos que hay en el estudio, “Gabo, el de los tatuajes” protege sus manos con guantes negros, envuelve su máquina con una cinta y maneja sus agujas nuevas y selladas. Así es su proceso para tatuar.

Durante el día, Gabriel y su compañero de cuarto en el campamento migrante se las arreglan para parchar con resistol amarillo las lonas con pedacería de plásticos o propaganda electoral que guardan en casos de emergencia. El plan es cuidar, lo más que se pueda su vivienda y su estudio de tatuajes.