Mientras la Ciudad de Mexico se mantiene en color naranja del semáforo epidemiológico, es decir, el nivel alto de contagio de coronavirus, algunas estaciones del Metro están a tope.
Esta tarde, alrededor de las 19:30, en la estación Pantitlán de la Línea A, que va de Pantitlán a La Paz, parecía un viernes común: en sus pasillos había la misma gente que en la “antigua normalidad”, sólo faltaban algunos estudiantes que no están yendo a las escuelas, pero los trabajadores que a diario se trasladan siguen siendo los mismos.
En los andenes y en las escaleras de esta estación la concentración de personas es igual, con una diferencia, ahora la mayoría de pasajeros usa cubrebocas, algunos se protegen la vista o usan caretas. Y aunque el uso de mascarilla es obligatorio en la Ciudad de México hay usuarios del Metro que no se la ponen; otros la usan mal (no se cubren la nariz), y otros más a medio viaje se la quitan o la tocan constantemente.
Pero durante la emergencia sanitaria hubo un punto en que la multitud sí disminuyó: desde mediados de abril y todo mayo, incluso, hasta llegar a dejar sin gente al Metro, sin embargo, a mitad de junio, 15 días después de que terminó la “jornada nacional de sana distancia” y comenzó la reapertura gradual, las concentraciones volvieron a los pasillos, a los andenes, a las escaleras, donde la gente baja poco a poco para no pisar al de enfrente y se agarra del pasamanos para no caerse.
Eduardo, un joven fotógrafo, que diario usa el Metro, narra que le preocupa viajar con tanta gente, sin embargo, ha tomado sus precauciones: para cubrirse usa una máscara de laboratorio y lentes. Además, carga en su mochila alcohol, gel antibacterial, toalla para limpiar sus instrumentos de trabajo y una solución con la que se rocía cada que sale del Metro.
Al llegar a su casa aplica su “ritual de limpieza”: se limpia los zapatos en un tapete, llega directamente al baño donde se quita la ropa sucia, la pone en un cesto y procede a bañarse, después de todo esto puede bajar a saludar a su familia, con quienes no hay abrazos y sólo choque de puños.
Él usa todos los días el Metro con su máscara y sus lentes, de hecho, platica, se ha dado cuenta de que cuando otros pasajeros lo ven protegido se acomodan el cubrebocas si lo llevan mal, “está curioso como que les entra la culpa”, dice.
kl