Cleo y Gío, de diez y siete años, respectivamente, son dos pequeños que a su corta edad ya se han enfrentado a una de las realidades más complicadas para los habitantes de cualquier urbe: vivir en las calles, un fenómeno que se presenta principalmente en tres alcaldías: Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza.
En el cruce entre Eje 1 Poniente y Puente de Alvarado, en la colonia Buenavista, las cobijas y colchonetas colocadas en la acera ya son parte del paisaje.
Aquí mismo, justo a las afueras del Metro Hidalgo, donde cientos de capitalinos transitan cada día, hace cuatro meses fue hallado el cuerpo de un hombre de 70 años de edad que perdió la vida en la vía pública, a la vista de todos.
En esta esquina es donde estos hermanos, cuyos nombres fueron cambiados para proteger su identidad, comen, juegan y hacen su vida. Cleo, la mayor, está en una edad de muchos cambios y se enfrenta a su primer periodo menstrual. El pequeño Gío va a pasar a tercer año de primaria, pero aún le cuesta trabajo leer.
Ellos, al igual que los miles de menores que viven en estas condiciones en la Ciudad de México, son invisibles para la sociedad y para las autoridades.
Los niños que viven en las calles se enfrentan a un sinfín de problemas que hacen del suyo un entorno hostil, dice a La Razón Luis Enrique Hernández, director de la organización civil El Caracol, la cual tiene más de 25 años de trabajo con menores en situación de calle.
Sufren odio, carencias, violencia, falta de cobertura de sus necesidades básicas, estigma y discriminación de parte de la sociedad y de las autoridades, quienes los culpan de delitos que no cometen, los desalojan “pensando que afean el entorno urbano” o los institucionalizan a la fuerza, afirma el experto.
Luis Enrique explica: “Estos niños que van creciendo en la calle se enfrentan a un retraso en su desarrollo cognitivo de hasta dos años. Un bebé que nace en la calle, cuando tenga cuatro años es probable que todavía tenga un desarrollo como de alguien de dos”.
Acusa que antes de dar alternativas a las jóvenes que se embarazan en la calle, quienes no cuentan con documentación, el Estado les retira a sus hijos.
Añade: “La política que existe antes de ofrecerle a la mamá una alternativa de protección o desarrollo es decirle: usted no es apta e atender a este bebé”.
En las calles, las dinámicas familiares y lo moralmente correcto cambian por completo. Cleo y Gío viven con su madre —aunque no lo sea biológicamente del varón— de 31 años, y su padre, un hombre que se gana la vida limpiando parabrisas y que nunca ha tenido un hogar.
Ellos conforman lo que se conoce como una “familia de calle”, es decir, gente que no necesariamente son parientes de sangre, pero que en las calles cumplen estos roles.
La menor Cleo sí lleva los apellidos de su madre, pero el pequeño Gío no, pues se unió a esta familia tras el abandono de su padre biológico, cuyo nombre es impronunciable para él.
El último recuento fue hace cinco años
Uno de los vacíos que existen en la Ciudad de México referente a las poblaciones de la calle, es la falta de censos que permitan tener conocimiento de la cantidad de pequeños que viven en estas condiciones.
De acuerdo con el Censo de Poblaciones Callejeras de 2017, el último conteo que se ha hecho al respecto, hasta ese año en la ciudad había unas seis mil 754 personas en situación de calle, la mayoría concentrada en únicamente tres de las 16 alcaldías. De esa cifra, 11.26 por ciento correspondía a niñas y niños. Es decir, hasta hace un lustro se estimaba que en la capital había unos 760 menores de edad en esta circunstancia.
Sin embargo, para 2020, con motivo de realizar un diagnóstico ante la pandemia de Covid-19 y sus alcances en esta población, la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (Sibiso) afirmó que para marzo de ese año sumaban mil 226 personas en situación de calle en la ciudad, cifra que bajó a 932 personas para diciembre de ese año.
Mientras Gío corretea a uno de sus dos perros —dos animales que duermen arriba de las instalaciones del Metro—, su madre afirma a este medio que a ella le gustaría que sus hijos tuvieran una vida “muy diferente” a la que ella experimentó en su niñez.
Aunque se trata de una mujer de edad joven, ya ha sufrido mucho en su vida. Dejó a su madre a los 15 años, después de soportar malos tratos y falta de cuidados.
“Mi vida no ha sido muy buena, yo trabajé desde los cinco años, mi mamá tomaba mucho, crié a mi carnal, prácticamente no tuve niñez, toda mi vida fue trabajar, cuidar a mi hermano, ya después me salí de mi casa, dije: en vez de mantener a mi jefa y la vida que estoy viviendo, mejor voy a tener hijos”, explica.
Para ella, lo más difícil de vivir en la calle ha sido aprender a ser madre y lidiar con el temor de que le quiten a uno de sus hijos, pues asegura que las autoridades ya le retiraron al más pequeño Gío en una ocasión.
“Yo he vivido toda mi vida en la calle, no soy una persona de respeto, soy una chava de la calle, aquí es pura bandita, no como en un hogar”, explicó.