El clima los trató bien, a las 2:20 de la madrugada del 12 de diciembre la Ciudad de México está a 9 grados, temperatura aceptable para una jornada que para los devotos de la Virgen de Guadalupe inició desde hace muchas horas. Lo malo, la calidad del aire, pero ni se siente.
Más de cinco millones de personas se encuentran a lo largo de las calzadas Guadalupe, Misterios, la explanada de la Basílica y las calles aledañas.
Entre tanto devoto de la Virgen de Guadalupe están también cientos, miles de niños. A esta hora caminan tomados de la mano de un adulto envueltos en cobijas, chamarras y gorros. Desde ahora cultivan la fe que quizá de grandes los convierta en guadalupanos.
“Café hermanos, café con bolillo para que sopeen”, grita un hombre que reparte vasos de unicel a cuanto peregrino pasa frente al Teatro Tepeyac.
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Nadie se resiste, en unos segundos su dotación se termina. Pero en la siguiente cuadra ya hay un grupo de personas repartiendo más bebidas calientes y además aquí regalan también churros espolvoreados con azúcar. Esos son los primeros en acabarse.
El café está caliente, cae bien al estómago, pero demasiado dulce, quizá le ponen de más por aquello de la energía que aún se necesita para caminar otras 15 cuadras y llegar a la Villa, a siquiera persignarse rápido, hacer una oración desde lejos y felicitar a la “morenita” en su día.
Sobre calzada Guadalupe, la vía en la que nunca se detiene el tránsito, sólo los 11 y 12 de diciembre, duermen algunos peregrinos que no alcanzaron lugar en alguna calle aledaña o en el estacionamiento de la plaza Tepeyec. Son pocos, pero los hay: sin más tendieron sus cobijas sobre el asfalto e intentan descansar cubiertos de pies a cabeza. En los alrededores el tránsito es complicado, casi todas las avenidas a la redonda están cerradas por oficiales y vallas de la Secretaría de Seguridad Pública de la ciudad, además algunas vías de plano fueron ocupadas para estacionar camiones grandes adornados con la imagen de la Virgen de Guadalupe, flores y luces en los que se trasladan los peregrinos.
Además de miles de personas que caminan, la calzada Guadalupe está llena de basura. El peregrinar también causa hambre y por todos lados hay desechables, botellas de refresco y hojas de tamales.
Pero en este camellón también se unen dos visiones de la vida: aquel ambulante que en diciembre hace su “agosto” y vende dijes con la virgen a 10 pesos o playeras con la guadalupana de a 70, y creyentes que para regresar las gracias concedidas traen café, pan, atole, frutas o tamales y los regalan a quienes, como ellos, profesan y cultivan la fe y la devoción a la imagen religiosa.
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“El C5 informa: señor Candelario Ramírez su familia lo espera en la explanada delegacional ubicada...”, cada cierto tiempo las bocinas, con la misma voz que anuncia las pruebas de sonido por un sismo, suenan para tratar de reunir personas perdidas. Hasta ahora el saldo es blanco y no pasa de eso: familias fragmentadas entre la multitud devota. Unos duermen en el piso, otros caminan hacia la Villa, muy pocos ya vienen de regreso, luego de escuchar “Las Mañanitas” en vivo.
El peregrinar aún no acaba, les queda volver a sus casas o sus lugares de origen. Todavía les faltan pasar el hambre del amanecer y los tumultos del regreso, pero están contentos, se les ve en el rostro a quienes lo traen descubierto.
Para estos hombres, mujeres, adolescentes, niños y adultos mayores pasar frío, hambre, sed, aguantarse las ganas de ir al baño, dormir en el piso o en las puertas de las casas de la zona norte de la Ciudad de México, viajar, caminar o pedalear por horas ha valido la pena porque por un año más acudieron a venerar a la virgen, ha pasado otro diciembre que la “morenita” les permitió venir a verla.
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