Historia, ¿para qué?

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Foto: larazondemexico

Hace casi treinta años se publicó Historia, ¿para qué?, una colección de ensayos sobre el significado de la reflexión histórica en México luego de la matanza de Tlatelolco. No era una lección de revisionismo light ni una insulsa diatriba contra la “historia oficial”, como las que proliferan ahora, sino una apremiante meditación en torno a la legitimidad y la utilidad del pasado tras ese quiebre cultural en el que supo convertirse el 2 de octubre.

Casi todos habitantes paradigmáticos del flanco izquierdo de la generación del 68 (el casi son Luis Villoro, Luis González y José Joaquín Blanco), sus autores procuraban reivindicar una idea de la historia abiertamente politizada, militante, comprometida con un programa de transformación social.

Y es que convencidos como estaban de que “en todo tiempo y lugar la recuperación del pasado, antes que científica, ha sido primordialmente política” (Enrique Florescano), les parecía “cada vez más insostenible la pretensión de desvincular la historia en la que se participa y se toma posición de la historia que se investiga y se escribe” (Carlos Pereyra).

Querían, pues, una historia crítica que ejerciera de contrapeso al “discurso del poder” (Adolfo Gilly); una historia abocada a desenmascarar la Revolución Mexicana como nuestra “mayor hazaña ideológica […] la gran cortina de humo que ha ocultado, justificado, impugnado, enrarecido la percepción y la práctica del asunto fundamental: el desarrollo del capitalismo mexicano” (Héctor Aguilar Camín); una historia que le devolviera al presente un sentido de trascendencia, que fungiera como un saber que “nos cohesiona y, de algún modo, nos instala en el porvenir” (Carlos Monsiváis).

Mucha agua ha corrido, desde entonces, bajo el puente de aquel desafío. El país es otro, pero no en el sentido que ellos, en aquel entonces, imaginaban. ¡Cuánta razón llevaba el viejo Marx en aquello de que los hombres hacen su propia historia pero no conforme a su propia voluntad!

En la víspera de los centenarios, sin embargo, volver a Historia, ¿para qué? resulta un ejercicio a un tiempo anticuado e inquietante.

Anticuado porque la de la historia ya no es, ya no puede ser, una sola voz, una misma visión, un único destino. Hoy la historia es, tiene que ser, varias voces, diversas visiones, muchos Méxicos. No la madre de un gran proyecto nacional, sino la hija de una multitud de presentes más o menos democráticos.

Inquietante porque esa pluralidad de presentes que somos hoy no inspira ni la ambición intelectual ni el apetito de futuro que le sobraban, hace treinta años, a ese proyecto que fue Historia, ¿para qué?

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