Todos sabemos que Scherezada, la protagonista de esa historia interminable llamada Las mil y una noches, salva su vida todos los días al contar una historia que mantiene en vilo a su ejecutor, y al interrumpirla justo a tiempo para continuarla al día siguiente, encadenándola a una historia nueva.
Como una Penélope que extendiera todo lo posible el tejido de sus narraciones, Scherezada es una maestra del ritmo, conocedora intuitiva y profunda de la continuidad y discontinuidad del tiempo. Cuestión de vida o muerte, el tiempo para ella debe ser largo (pues equivale a la duración de su vida) pero agilísimamente fragmentado (pues de otra forma su “lector” se aburriría y la mandaría matar). He ahí, me parece, una poética universal que explica no solamente los resortes íntimos del artesanado literario sino de nuestra atención en general y de las estratagemas que nos inventamos para no morir de tedio.
Si las porterías fueran un centímetro más grandes no habría tensión futbolera, y las canciones que rebasan los tres minutos requieren de mucha maña para no cansarnos. ¿Qué decir de Twitter, la red social que basa su éxito absoluto en el hecho de limitar nuestra expresión? Nada de esto, urge decirlo, es un homenaje a la brevedad, sino al ritmo. Ya nos demuestra Scherezada la perfecta combinación de extenso y corto: es Penélope, sí, pero en la otra mano tiene unas incansables tijeritas.
Pensemos en ese apenas deporte que es el beisbol. Su fama, entre legos, es de ser insoportablemente largo, pero el tijereteo que acontece en esas tres horas de aproximada duración podría medirse, sin exagerar, por segundos.
Regido por ritmos, señales y reglas internas semejantes a un álgebra o ciencia de la contingencia, en el beisbol suceden cosas que el ojo no alcanza a ver pero que serían la envidia de Scherezada. Un ojo sin entrenamiento ve a un lanzador congelado sobre el montículo, preparando su próximo jeroglífico. Pasa un segundo, dos, tres, nada se mueve. Y ya. Aquí podríamos cortar para seguir después. ¿Qué sucedió en medio? Sucedi∫ó que el receptor le comunicaba al lanzador, por medio de un lenguaje de señales que se reinventa todos los días (para evitar el espionaje), si ejecutar una curva, un slider o una recta, y si hacerlo a la esquina de adentro o a la de afuera, arriba o abajo. El receptor, a su vez, recibió esas señales de un coach que está en la banca, que se comunica todo el tiempo con el mánager del equipo. El equipo contrario, a su vez, está leyendo ese bordado de señales para robárselas y anticiparse al lanzamiento que vendrá. Eso en los tres segundos en los que, al parecer, nada se ha movido. Un tiempo largo se despliega frente a nuestros ojos, pero es fragmentado por una infinidad de decisiones mudas que lo agilizan de tal forma que a los amantes de ese juego tres horas les parecen nada. ¡Mejor que dure toda la vida, pues se le parece!
Cada día es una nueva historia de Scherezada pero narrada por nosotros mismos para nosotros mismos. Y más nos vale hacerlo bien, despertar nuestro propio interés, llevarnos a un máximo de atención y continuar ávidos al día siguiente. Porque, de no ser así, nos condenamos a muerte. Tal vez ya lo hicimos y ni cuenta nos hemos dado.
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