Valentín Campa, el ilustre

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Foto: larazondemexico

Julio de 1978 fue un mes denso. Múltiples nubarrones en el horizonte y una agenda política que definiría mucho de lo que estaba por ocurrir.

El domingo 30, Valentín Campa y otros dirigentes del Partido Comunista Mexicano (PCM) se reunieron con el presidente José López Portillo. Tenían consigo un expediente de agravios y una exigencia. El primero se relacionaba con los problemas mineros en La Caridad y los fabriles en Loreto y Peña Pobre, a lo que se sumaban presiones contra el movimiento de los trabajadores del Hospital General. La exigencia era avanzar en una amnistía para quienes se encontraban en prisión por motivos políticos.

López Portillo reclamó que el PCM solía escalar los conflictos y que lo que se requería era abrir espacio para la negociación. En lo único que avanzaron fue en el tema de la amnistía, que se concretaría meses después, pero que estuvo a punto de fracasar por el secuestro del hijo de Hugo Margáin el 30 de agosto. A días del informe habían grupos que querían descarrilar las cosas.

Campa y el primer mandatario se conocieron cuando la campaña presidencial de 1976 el líder ferrocarrilero fue postulado, aunque aún sin registro, por el PCM.

López Portillo recorrió el país en lo que llamó “boxeo de sombra”, en una contienda en la que el único oponente era un dirigente social que había pasado 14 años de su vida en prisión y cuyo esfuerzo sería testimonial, sin consecuencia legal alguna, pero con una enorme legitimidad.

Conocí a Campa a mediados de los años ochenta, cuando era uno de los dirigentes históricos del PSUM. Lo acompañé, invitado por Héctor Delgado, a un par de giras en Tlaxcala y ayudé, como pude y hasta donde sabía, en el diario El Ferrocarrilero, que hacían jubilados ferrocarrileros con más empeño que recursos.

Campa, formado en la tradición de izquierda, le daba una gran importancia a las publicaciones impresas, viéndolas como herramientas para la formación y la discusión.

Es un empeño que se ha perdido, pero que tuvo buenos ejemplos en los diarios Oposición, Así es y La Unidad, del PCM, PSUM y PMS, respectivamente.

Campa, que conocía el daño que causa el dogmatismo, era un convencido de la democracia y la pluralidad. En los años cuarenta se opuso a las hostilidades contra León Trotsky, a pesar de las presiones de los agentes de la Unión Soviética, que, alentados por José Stalin, querían ver muerto al fundador del Ejército Rojo.

Recuerdo esto, porque el Senado envió, a finales del año pasado, un exhorto al presidente Enrique Peña Nieto para valorar la pertinencia de trasladar los restos fúnebres de Campa, quien murió en 1999, a la Rotonda de las Personas Ilustres. Sería un buen gesto con quien participó, a su modo, en la construcción de nuestra democracia.

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