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A continuación, una serie de respuestas-clave —cuya vigencia resulta casi profética— de la última entrevista que concedió Hannah Arendt (1906-1974) en octubre de 1973, en Nueva York. Figura fundamental de la teoría política y la filosofía alemana del siglo XX —obligada a su vez al exilio por la Segunda Guerra Mundial—, en esa oportunidad Hannah Arendt “desplegó extrema cortesía y atención —anota el entrevistador—, siempre bajo control; en ocasiones consultaba unas cuantas notas. Creo que dijo exactamente lo que quería decir, corrigiéndose de inmediato cuando era necesario. No hubo anécdotas ni trivialidades. Con una gracia permanente aceptó lo que para ella no era un ejercicio familiar ni relajante... fue un raro privilegio verla y escucharla pensar en voz alta”. Las expresiones en francés aparecen en letras cursivas.
Errera: En su opinión, ¿de qué manera las implicaciones de esta razón de Estado, que usted llama la intrusión de la criminalidad en el dominio político, son características de nuestro tiempo? ¿En verdad son características de nuestro tiempo?
Arendt: Esto es característico de nuestra época... En verdad lo creo así. Al igual que las corporaciones sin Estado son características de nuestra época, y se repite una y otra vez con distintos aspectos, en diferentes países y con distintos colores. Pero si llegamos a estas cuestiones generales, lo que también es característico de nuestra época es la intrusión masiva de la criminalidad en los procesos políticos. Y con lo anterior quiero decir algo que trasciende, por mucho, a esos crímenes siempre justificados, correctamente o no, como razón de Estado, porque siempre son la excepción a la regla, mientras que ahora, en cambio, nos enfrentamos repentinamente a un estilo de política que es en sí misma criminal.
Errera: En su ensayo sobre los documentos del Pentágono usted describe la psicología de aquellos que llama “profesionales en solución de problemas”, quienes en ese momento eran los consejeros del gobierno estadunidense, y usted escribe: “Se distinguen porque eran también profesionales en solución de problemas, por tanto, no sólo eran inteligentes sino que se preciaban de ser ‘racionales’, y sin duda estaban, hasta un grado aterrador, más allá del ‘sentimentalismo’ y enamorados de la ‘teoría’, del mundo del esfuerzo mental puro...”.
Arendt: ¿Puedo interrumpirlo? Creo que con eso basta. Tengo un buen ejemplo —precisamente de esos documentos del Pentágono— de esa mentalidad científica que termina por apabullar todas las demás percepciones. Ya sabe, se trata de la “teoría del dominó”, que fue la teoría oficial imperante en la Guerra Fría, de 1950 a 1969, poco después de los documentos del Pentágono. Lo cierto es que sólo unos cuantos de los intelectuales muy sofisticados que escribieron los documentos del Pentágono creían en ella. Creo que sólo había dos o tres tipos, muy importantes en la administración pero no muy inteligentes [...] que en verdad creían en esta teoría. Es decir, [los demás] no creían en ella, pero todos sus actos se basaron en esa suposición. Y no es que fueran mentirosos o quisieran complacer a sus superiores —en ese respecto, esta gente no tenía problemas—, sino que esto les brindaba una estructura a partir de la cual podían trabajar. Y tomaron la estructura a sabiendas de que la suposición, en los hechos, estaba equivocada, no obstante que todos los informes de inteligencia y los análisis de los hechos les demostraban el error cada mañana. Adoptaron esa estructura porque no tenían ninguna otra.
Errera: Me parece que nuestro siglo está dominado por la persistencia de un modo de pensar basado en el determinismo histórico.
Arendt: Sí, creo que hay muy buenas razones para esta creencia en la necesidad histórica. El problema con todo este asunto es lo siguiente (y en verdad es una cuestión abierta): desconocemos el futuro, todos actuamos sobre el futuro y nadie sabe lo que está haciendo porque el futuro se está haciendo. La acción es un “nosotros”, no un “yo”. Sólo donde soy la única, si yo fuera la única, podría tal vez pronosticar lo que sucederá, a partir de lo que estoy haciendo. Ahora bien, esto define la apariencia de que lo que en realidad sucede es enteramente contingente, y la contingencia es, sin duda, uno de los mayores factores en toda la historia. Nadie sabe lo que sucederá, simplemente, porque mucho depende de una cantidad enorme de variables; en otras palabras, del simple azar. Por otra parte, si revisamos la historia de manera retrospectiva, es posible narrar —aunque todo fuera contingente— una historia que cobre sentido. ¿Cómo es eso? Ése es el verdadero problema de toda la filosofía de la historia. ¿Cómo es posible que en retrospectiva siempre parezca como si no hubiera podido suceder de otra manera? Todas las variables han desaparecido y la realidad tiene tal efecto abrumador sobre nosotros que no podemos molestarnos con lo que en verdad es una infinita variedad de posibilidades.
Errera: Sin embargo, nuestros contemporáneos se precipitan a aferrarse a los modos deterministas de pensamiento, no obstante que la historia los desmienta. ¿Piensa que esto se debe a que temen la libertad?
Arendt: Sí. Seguro. Y con razón. Sólo que no lo dicen. De lo contrario, una podría comenzar de inmediato un debate. Si tan sólo lo dijeran. Temen, y tienen miedo de temer. Ésa es una de las motivaciones personales clave. Temen la libertad.
Errera: ¿Acaso la gran amenaza de nuestros días no es la idea de que los objetivos políticos son ilimitados? El liberalismo, a fin de cuentas, presupone la idea de que la política tiene objetivos limitados. ¿Acaso la mayor amenaza actual proviene del surgimiento de hombres y movimientos que se imponen a sí mismos objetivos ilimitados?
Arendt: Espero no escandalizarlo si le digo que no estoy del todo segura de ser liberal. ¿Sabe? En absoluto. Y en realidad no tengo creencia alguna al respecto. No tengo una filosofía política exacta que pueda adherir a un ismo.
Errera: Por supuesto, pero al mismo tiempo, sus reflexiones políticas se fincan en los fundamentos del pensamiento liberal, con sus préstamos de la antigüedad.
Arendt: ¿Es Montesquieu un liberal? Diría usted que todos aquellos a quienes otorgo cierto valor son un poco... es decir, yo uso lo que puedo. Tomo lo que puedo y lo que me acomoda. Creo que una de las grandes ventajas de nuestros tiempos es, en realidad, como sabe, lo que dijo René Char: “Nuestra herencia no está garantizada por ningún testamento”.
Errera: [una precisión de la cita]: ... no tiene como antecedente ningún testamento...
Arendt: ... no tiene como antecedente ningún testamento. Esto significa que somos enteramente libres de tomar lo que podamos de las experiencias y pensamientos de nuestro pasado.
Errera: Pero esta libertad extrema, ¿acaso no corre el riesgo de alarmar a muchos de nuestros contemporáneos que preferirían encontrar alguna teoría ya elaborada, alguna ideología que pudieran aplicar?
Arendt: Cierto. Sin lugar a dudas.
Errera: ¿Y esta libertad no corre el riesgo de ser la libertad de unos cuantos, de aquellos con la fuerza suficiente para inventar nuevos modos de pensamiento?
Arendt: No. No. Radica sólo en la convicción de que cada ser humano es un ser pensante y puede razonar igual que yo y, en consecuencia, juzgar por sí mismo, si lo desea. Lo único que puede ayudarnos, creo, es razonar. Pensar siempre significa pensar críticamente. Y pensar críticamente es siempre ser hostil. Cada pensamiento socava todas las reglas rígidas, las convicciones generales, etcétera. Todo lo que sucede al pensar está sujeto a un examen crítico, sea cual fuere. Es decir, no hay pensamientos peligrosos por la sencilla razón de que pensar, en sí mismo, es una tarea muy peligrosa; pero yo diría que no pensar, no razonar, es todavía más peligroso.
Errera: ¿Por qué cree que estamos ante el surgimiento de toda una literatura que al referirse, por ejemplo, al nazismo, a menudo describe a sus líderes y sus crímenes de manera novelística e intenta humanizarlos y, por tanto, justificarlos de manera indirecta? ¿Considera que las publicaciones de este tipo son puramente comerciales o tienen un significado más profundo?
Arendt: Creo que tienen una importancia: muestran, al menos, que lo que sucedió una vez puede suceder de nuevo y esto, sin duda, creo que es del todo cierto. Verá, la tiranía fue descubierta muy temprano e identificada muy temprano como un enemigo. Sin embargo, nunca ha sido un obstáculo para que un tirano se convierta en tirano. No fue un obstáculo para Nerón, como tampoco para Calígula. Y los casos de Nerón y Calígula no impidieron un ejemplo todavía más cercano de lo que puede significar la intrusión masiva de la criminalidad en el proceso político.