En tiempos de las redes sociales y la información presurosa es difícil predecir por dónde nos llegarán noticias del avance de conocimiento, y aún más complicado tomarse el tiempo de analizar la veracidad y el impacto de dicha información.
Hace apenas unos meses, en marzo de 2016, un grupo de investigadores del Imperial College of London publicaron los resultados de un estudio que tuvo un gran eco en la comunidad científica y no-científica. Lleva por título “Correlatos neurales de la experiencia de lsd revelados por neuroimagen multimodal” y explora, a través de distintos métodos de imagen cerebral, los cambios en la actividad neuronal observados en veinte sujetos bajo la influencia del ácido lisérgico de dietilamida.
El estudio fue pronto difundido por medios como Time, The Guardian y cnn, descrito como “el primer estudio de imagen cerebral de los efectos del lsd”.
Antes de leer el artículo o enterarme de él a través de algún grupo universitario o un blog de neurociencia, me encontré en Facebook con uno de los videos de divulgación científica, realizado por The Guardian; señala que los resultados de estos análisis de actividad cerebral podrían responder a preguntas como “por qué el lsd nos hace sentir uno con el Universo”, afirmación que acompaña con un par de imágenes de cortes del cerebro coloreadas de tonos rojos y amarillos. A grandes rasgos, en el caso de quienes tomaron placebo, los colores se concentran en sólo una tercera parte de la imagen del cerebro. En cambio, en la imagen de aquellos que tomaron lsd, los colores la ocupan casi por entero. “Bajo la influencia del lsd, las regiones cerebrales que estaban antes segregadas comienzan a comunicarse unas con las otras”, se lee en una parte del video.
Fui de inmediato a buscar y leer el artículo. Estaba emocionada por el hecho cada vez más común de que los avances de la neurociencia se utilicen para estudiar los efectos de las drogas en el cerebro, tras muchos años de ser un tema tabú. Decidí entonces hacer un viaje —no alucinógeno— hacia la historia del lsd como promesa terapéutica y su uso en el mundo médico-científico, hasta el mencionado estudio del grupo de investigación a cargo del doctor David Nutt.
El Día
de la bicicleta
Hace setenta y tres años, un día de abril de 1943, un hombre llamado Albert
Hofmann se recostaba en su cama, mareado y desorientado, pensándose enfermo. De un golpe, al cerrar los ojos, el malestar fue interrumpido por un flujo de imágenes de una viveza y plasticidad impresionantes, formas y colores que parecían salidos de un caleidoscopio. Horas antes había estado manipulando una de las sustancias experimentales con las que trabajaba en el laboratorio y, en medio de la selva fantástica que rodeaba su cama, asumió que debía haberla absorbido accidentalmente por la piel. Unos días después, el 19 de abril, decidió probar su hipótesis, disolviendo la sustancia en agua y bebiéndola de un trago. Cuando comenzó a sentir los efectos pidió a su ayudante que lo acompañara a casa y montó en su bicicleta, sobre la cual inició un intenso trance, el primer viaje alucinógeno causado por una sustancia sintética: el ácido lisérgico de dietilamida o lsd.
En su libro La historia del lsd: Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo, Hofmann relata los trabajos de investigación que lo llevaron a aislar este compuesto, además de transcribir los reportes de sus primeras experiencias con esta sustancia:
Ya ahora sabía perfectamente que el lsd había sido la causa de la extraña experiencia del viernes anterior, pues los cambios de sensaciones y vivencias eran del mismo tipo que entonces, sólo que mucho más profundos. [...] En el viaje en bicicleta mi estado adoptó unas formas amenazadoras. Todo se tambaleaba en mi campo visual, y estaba distorsionado como en un espejo alabeado. También tuve la sensación de que la bicicleta no se movía. Luego mi asistente me dijo que habíamos viajado muy deprisa. Llegué sano y salvo a casa [...] Mi entorno se había transformado ahora de modo aterrador. Todo lo que había en la habitación estaba girando, y los objetos y muebles familiares adoptaban formas grotescas y generalmente amenazadoras. Se movían sin cesar, como animados, llenos de un desasosiego interior [...] Todos los esfuerzos de mi voluntad de detener el derrumbe del mundo externo y la disolución de mi yo parecían infructuosos. En mí había penetrado un demonio que se había apoderado de mi cuerpo, mis sentidos y mi alma [...] El miedo fue cediendo y dio paso a una sensación de felicidad y agradecimiento crecientes, a medida que creía la certeza de haber escapado definitivamente del peligro de la locura. Ahora comencé a gozar poco a poco del juego inaudito de colores y formas que se prolongaba tras mis ojos cerrados [...] Lo más extraño era que todas las percepciones acústicas, como el ruido de un picaporte o un automóvil que pasaba, se convertían en sensaciones ópticas. Cada sonido generaba su correspondiente imagen en forma y color, una imagen viva y cambiante. Al día siguiente, cuando salí al jardín, en el que ahora, después de una lluvia primaveral, brillaba el sol, todo centelleaba y refulgía en una luz viva. El mundo parecía recién creado. Todos mis sentidos vibraban en un estado de máxima sensibilidad que se mantuvo todo el día.
Así fue como el 19 de abril de 1943, también conocido como el Día de la Bicicleta, ocurrió el primer viaje en lsd.
La serendipia
y el cornezuelo
Albert Hoffman dedicó su carrera de químico a estudiar los compuestos en las plantas medicinales. Trabajó durante mucho tiempo para los laboratorios Sandoz, intentando extraer las sustancias activas del cornezuelo de centeno, un hongo que parasita algunos tipos de cereales. En la Alta Edad Media, la ingesta de pan hecho con cereales contaminados por este hongo causó envenenamientos masivos, caracterizados en algunos casos por convulsiones incontrolables y, en otros, por gangrena de las extremidades. Este último síndrome se llamó mal des ardents, fuego sacro o fiebre de San Antonio, ya que fueron los monjes de esta orden quienes se dedicaron a cuidar a sus pacientes en el siglo xii. Hoy conocemos ambos síndromes tóxicos como ergotismo. También existían reportes desde fines del siglo xvi de comadronas que utilizaban el cornezuelo durante el trabajo de parto o en la realización de abortos, para detener el sangrado uterino. Era claro que una o más sustancias contenidas en este hongo tenían fuertes propiedades sobre los vasos sanguíneos y, a juzgar por el síndrome convulsivo, también en los sistemas de neurotransmisión.
Dado el gran potencial terapéutico del
cornezuelo de centeno, a principios
del siglo XX los químicos farmacéuticos desarrollaron su interés por caracterizar las diversas sustancias que contenía para medir y comprender su acción en el cuerpo humano y sintetizar, basados en su estructura, nuevos medicamentos. Entre 1907 y 1930 se aislaron la ergotoxina, la ergotamina y la ergobasina, cada uno con efectos distintos en la fisiología humana. Cuando examinaron su estructura, investigadores del Rockefeller Institute notaron que todos ellos tenían una estructura en común. La llamaron ácido lisérgico. A partir de 1935, Hofmann se dió a la tarea de combinar el ácido lisérgico con otras sustancias para obtener nuevos compuestos con propiedades terapéuticas. En 1938 sintetizó y etiquetó una de sus mezclas, con la intención de probarla como estimulante para la circulación y la respiración. Se trataba de la dietilamida de ácido lisérgico, que Hoffman abrevió lsd-25. La probaron en algunos animales de laboratorio, pero no despertó un gran interés. No es sorprendente si consideramos que, hasta hoy, ningún ratón ha verbalizado su vida mental.
Así, el lsd-25 se relegó a un armario silencioso. Dicho en sus propias palabras, no fue sino un “extraño presentimiento” el que llevó a Albert Hoffman a volver a producir lsd-25 cinco años después, y no fue sino un accidente el que lo llevó a experimentar sus efectos “en carne propia... mejor dicho, en espíritu propio”. Por ello, Hofmann inició su libro con una cita de Louis Pasteur: “En los campos de la observación el azar no favorece más que a las mentes preparadas”.
Phantastica
y psiquiatría
Hofmann compartió su hallazgo con el psiquiatra Werner Stoll, quien a su vez probó la sustancia y registró sus reacciones en un informe tan detallado y asombroso como el del mismo Hofmann. Publicado en 1947, hoy se considera la primera investigación sistemática del lsd en el ser humano. Stoll administró dosis de 0.02 a 0.13 mg (dos a diez veces menores que las ingeridas por Hofmann). Los efectos observados coincidían en gran medida con los de la mescalina, la sustancia psicoactiva contenida en el peyote, que había sido ya sintetizada y estudiada por grupos de científicos en los años veinte. Así, el lsd fue caracterizado como un phantasticum, término acuñado por Louis Lewin para referirse a las sustancias que modifican las percepciones sensoriales, generan alucinaciones y cambios en la conciencia. Pero el lsd tenía una característica especial: la dosis necesaria para obtener un efecto psíquico era sorprendentemente baja, de cinco a diez mil veces menor que la dosis de mescalina. El doctor Stoll concluyó que el lsd tenía numerosas posibilidades de aplicación médico-psiquiátrica. En consecuencia, empezó entonces una serie de experimentos que buscaban probar su utilidad en psiquiatría.
A principios de los años cincuenta, el creciente interés por la molécula de lsd coincidió con la llamada “revolución psicofarmacológica”, tras el descubrimiento del primer antipsicótico (la clorpromazina) y el primer antidepresivo tricíclico (la imipramina). La utilización eficaz de compuestos químicos para tratar síntomas psiquiátricos cambió el modo en que se entendían el cerebro, la mente y las enfermedades mentales. La psiquiatría se acercaba por fin a los estándares científicos y las expectativas terapéuticas de otras especialidades médicas, y la bioquímica cerebral se colocaba en el centro de la naturaleza de la enfermedad mental. Dado que algunos efectos del lsd se asimilaban a las descripciones de la psicosis, algunos investigadores, entre ellos Humphrey Osmond, sugirieron que, en los pacientes esquizofrénicos, podría existir alguna molécula similar a la mescalina o al lsd que causara sus síntomas. Esto abrió la puerta a nuevas líneas de investigación. Durante los años cincuenta se publicaron más de 750 artículos científicos alrededor del lsd.
Timothy Leary
y la época oscura
Tras el revuelo causado por esta nueva sustancia que en cantidades ínfimas podía transformar radicalmente la vida mental de quienes la probaban, la investigación con lsd atravesó un largo periodo de oscuridad. La principal causa fue la prohibición de este alucinógeno, tras la difusión del lsd fuera de la comunidad científica y la generalización de su uso como droga recreativa en la ola de drogadicción de los años sesenta en Estados Unidos.
Curiosamente, uno de los primeros centros donde el lsd se transformó de droga experimental en droga recreativa para jóvenes blancos de clase media alta fue la Universidad de Harvard. Allí, el doctor Timothy Leary, en ese entonces psicólogo e investigador, coordinaba varios proyectos de investigación con lsd. Con su colega Richard Alpert, realizó diversos protocolos que incluían la exploración de la reintegración social de reos, el fomento de la creatividad y la inducción de experiencias místico-religiosas. Lo que inició bajo el marco de una investigación seria pronto se descarriló y se convirtió en una especie de proselitismo pro-drogas alucinógenas. Al parecer, sus investigaciones se habían apartado del método científico para convertirse en fiestas psicodélicas a las cuales cada vez más estudiantes querían acceder como voluntarios. El viaje de lsd se convertía así en una moda entre la juventud universitaria que se expandió rápidamente de Harvard a otras universidades, favorecida por la pérdida de patente de Sandoz sobre la droga, a partir de la cual diversos laboratorios empezaron a producirla con relativa facilidad para abastecer el mercado negro. Además de sus experimentos-fiesta, Timothy Leary hacía publicidad a la sustancia en un gran número de periódicos, revistas, radio y televisión, ignorando los posibles peligros de la droga para reafirmar su doctrina: el lsd servía para hallarse a sí mismo, tocar la divinidad y era también el más potente afrodisiaco conocido. Fue expulsado de Harvard en 1963, y desde entonces se dedicó a defender, difundir y popularizar las experiencias con drogas alucinógenas como modo de vida, hipnotizado por la idea de que sus revelaciones místico-religiosas eran la puerta a un mundo mejor.
Debido al consumo de lsd como estupefaciente, los laboratorios Sandoz en
Suiza congelaron en 1966 la entrega de este producto a laboratorios, clínicas e institutos de investigación. Pero fue demasiado tarde para evitar la diseminación de la sustancia como droga de abuso. Por desgracia, al mismo tiempo que la droga seguía llegando a gran cantidad de jóvenes en Estados Unidos, la obtención del mismo compuesto para usos médico-científicos se obstaculizó de manera notable. En el mismo año, el lsd fue declarado ilegal en California y posteriormente en el resto de Estados Unidos. Entre 1966 y 1970, el lsd se volvió ilegal en el resto del mundo. Así, fue relegado a la oscuridad científica por casi tres décadas.
La década del cerebro
En los años noventa, la llamada “década del cerebro”, el interés por experimentar con compuestos psicodélicos encontró una nueva vía. Los avances en el
conocimiento de la neurobiología y
el consecuente desarrollo de métodos de neuroimagen funcional, gracias a los cuales se puede evaluar la actividad cerebral casi en tiempo real, en diferentes condiciones y al realizar diferentes tareas, abrieron una nueva e interesante forma de experimentar con estados alterados.
A principios de esta década, el psiquiatra suizo Franz Vollenweider revivió la experimentación psicodélica en seres humanos con un estudio de escáner PET (Tomografía por Emisión de Positrones) en sujetos sanos bajo los efectos de la ketamina y la psilocibina (compuesto activo de los hongos alucinógenos). Uno de sus principales hallazgos fue que ambos alucinógenos generaban cambios similares (mayor activación) en los lóbulos frontales del cerebro, que forman parte importante del aparato cerebral que regula la personalidad, la iniciativa y el juicio de cada persona.
Este estudio de Vollenweider no sólo fue la primera medición de cambios cerebrales de los efectos de los alucinógenos, sino uno de los primeros intentos por establecer correlaciones entre medidas cerebrales y fenómenos mentales. Sin embargo, en la década de los noventa la idea de que los cambios metabólicos cerebrales pudieran explicar estados mentales era tema de intenso debate. La relación entre la subjetividad de los estados mentales
y la objetividad de las medidas físicas de la neuroimagen tardaron aún una década en empezar a aceptarse en la comunidad neurocientífica y por ello el estudio pionero de Vollenweider fue objeto de severas críticas y no tuvo la difusión que tiene hoy el reciente estudio del doctor Nutt.
Tu cerebro en LSD
Por último, llegamos al estudio del doctor Nutt que despertó la curiosidad de muchos: veinte voluntarios se sometieron al estudio de su actividad cerebral bajo el influjo de lsd.
Este trabajo de investigación retomó la metodología de Vollenweider, utilizando escalas que medían distintos efectos psicológicos del lsd con medidas objetivas de la actividad cerebral. Encontró cambios importantes de actividad en distintas áreas. Uno de los más notables fue el cambio en la función del área visual, que tras la ingestión de lsd se conecta con un porcentaje de áreas de la corteza cerebral mucho mayor. Este cambio en el aparato cerebral de la visión mostró correlación estadística con las escalas de medición de alucinaciones visuales y podría explicar las experiencias visuales con los ojos cerrados. El segundo cambio importante fue la corteza del lóbulo temporal cercana al hipocampo, centro de formación de nuevos recuerdos.
Se observó una disminución en la conexión de dos áreas del lóbulo temporal —llamadas parahipocampal y retroesplenial. La “desconexión” de estas dos áreas se asoció con un puntaje alto en las escalas de medición de “disolución del yo” y “alteración de significado”. Un punto a resaltar es que los cambios en la conectividad de la corteza visual y en las áreas mencionadas de la corteza temporal no parecían tener relación entre sí, como si se tratara de fenómenos paralelos pero independientes.
En general, el estudio encontró un cambio significativo en un grupo de estructuras cerebrales llamado “red neuronal por defecto” (default mode network), la parte de nuestro cerebro que está activa cuando, estando despiertos, no pensamos en nada concreto; divagamos o soñamos despiertos. El contenido de este estado suelen ser reflexiones introspectivas, no relacionadas con un estímulo exterior concreto, relativas al “yo”, a nuestro futuro o nuestro pasado. Más allá de las imágenes coloreadas que llaman nuestra atención, la modificación de esta red bajo la influencia de un alucinógeno es un dato objetivo desde el cual explorar sus intensos efectos en el tren de pensamiento y la reflexión sobre uno mismo.
El estudio del doctor Nutt contiene varias fortalezas: usa varios métodos de neuroimagen (resonancia magnética funcional, magnetoencefalografía, angiografía no contrastada) que han evolucionado de manera impresionante en los veinticinco años posteriores al primer estudio de los efectos de la psilocibina con pet y pueden medir diversos cambios en la fisiología cerebral: aumento del flujo sanguíneo, actividad eléctrica, patrones de conexión cerebral. Otra ventaja es que, al utilizar más de un método, la coincidencia de patrones fortalece los hallazgos de actividad cerebral.
Sin embargo, la tendencia a sobre-interpretar y trasladar los resultados de estudios de neuroimagen hacia la vida mental, que tanto se temía en los noventa, no debe ser ignorada. Aunque en los últimos años, con el auge de la neurociencia cognitiva, se ha aceptado cada vez más la relación de actividad cerebral con estados mentales, las limitaciones de la neuroimagen siguen vigentes. La subjetividad de los estados conscientes escapa aún a los más rigurosos métodos de medición de actividad cerebral. Si es difícil caracterizar un área cerebral encargada de una función específica, afirmar que los patrones observados con métodos de neuroimagen “explican por qué nos sentimos uno con el universo” es una declaración que está lejos de ser real.
Nadie puede negar que las drogas, a través de modificaciones químicas en el cerebro, generan estados mentales distintos. El estudio de este fenómeno a través de la neuroimagen y la introspección puede sin duda generar nuevas hipótesis sobre la relación mente-cerebro. Pero la neuroimagen, a pesar de ser un método potente para identificar los lugares del cerebro donde hay cambios físicos medibles, no nos otorga por sí misma una explicación causal.
De niñas problema
a niñas prodigio
El estudio del doctor Nutt y la reacción que suscitó alberga un motivo de celebración. Cuando hablamos de la legalización de las drogas, nos enfocamos en sus aspectos “medicinal” y “recreativo” y olvidamos una tercera línea: la de la investigación con sustancias psicoactivas. El doctor Nutt fue asesor del gobierno británico en materia de drogas, y ha sido un defensor del estudio de los alucinógenos como posible terapia psiquiátrica. Recientemente publicó un nuevo estudio evaluando el efecto de la psilocibina en casos de depresión resistente a tratamiento.
El eco de su trabajo abre la puerta al desarrollo de esta línea de investigación. En México, en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía se lleva a cabo actualmente un ensayo clínico para evaluar el efecto antidepresivo de la ketamina y su mecanismo, a cargo del doctor Rodrigo Pérez Esparza. La investigación seria de los efectos de las drogas que se consideran “de abuso”, es fundamental para el mejor conocimiento de sus riesgos, sus beneficios y por ende su regulación. Si los estudios que apuntan a su aplicación terapéutica avanzan en un sentido positivo, sus resultados podrían implicar, como dijo Hofmann refiréndose al LSD, que esta droga deje de ser una niña problema para transformarse en niña prodigio.