El ensayo, la biografía, el paisajismo cultural o histórico cada vez busca nuevas vías expresivas, convirtiendo el yo que ensaya o pinta tal paisaje en parte fundamental del libro, de tal modo que la simpatía e identificación del lector se refuerce con el contenido de alguien que se muestra próximo. Es el caso de estas Huellas (traducción de Guillem Usandizaga) que, divididas en cuatro secciones que relacionan un viaje personal con el insigne antecedente que lo inspiró, son un tránsito detallado de los caminos que tomaron diversos escritores por Europa y las motivaciones y decisiones que los acompañaron.
Huellas. Tras los pasos de los románticos, de Richard Holmes, reúne biografías de grandes poetas del siglo XIX como Mary Wollstonecraft, William Wordsworth, Lord Byron y Samuel Coleridge, entre otros que según el autor fueron los antecedentes de la generación de Mayo del 68, o hicieron del viaje todo un ritual iniciático en el que decidirían su destino y su trayectoria.
Para empezar, en ‘1964. Viajes’, Richard Holmes se propone hacer el viaje que en su día realizara Robert Louis Stevenson, en 1878, a los veintisiete años, con la compañía de una burra por Francia: “Junto a ella pretendía cruzar una de las regiones más elevadas y agrestes de Francia”, cuenta el Holmes aventurero que quiso imitar al autor de La isla del tesoro con la máxima exactitud para entender mejor qué le llevó a semejante excursión: “Stevenson pretendía ir solo y ser autosuficiente y cargó la burra con un enorme saco de dormir diseñado por él mismo”.
Así, el biógrafo, en aquel tiempo también un joven soñador que aún buscaba su propio camino profesional, haría de ese viaje paralelo una forma de llegar al alma de su biografiado, entendiendo que la experiencia de Stevenson fue en cierto modo, debido a su maltrecha salud, no solamente una prueba física, el reto de poder sobrevivir solo, sino también un episodio metafísico: “Stevenson hacía una peregrinación a los recovecos de su propio corazón. Se preguntaba qué tipo de hombre debía ser, qué patrón de vida debía seguir”.
Éste es sin duda el elemento más interesante de Huellas, la determinación de Holmes por ahondar en lo que despertó el ansia de soledad, introspección o curiosidad viajera del autor admirado. Y realmente consigue que sintamos el deseo, la duda, el temor incluso a lo que el destino deparó, en este caso, al Stevenson que intenta desligarse de la influencia de sus padres, le abordan grandes dudas religiosas y no sabe si decantarse por una existencia creativa y solitaria o comprometerse con alguien. Y ahí vienen unas de las páginas más relevantes y novedosas dedicadas al narrador escocés: la vida de la que iba a ser su mujer, Fanny, a la que había conocido en Francia y con la que se reuniría en Estados Unidos para compartir el resto de sus días.
Esta etapa de Stevenson por las Cevenas francesas será una especie de rito de iniciación, en palabras de Holmes. Y algo similar ocurre en ‘1968.
Revoluciones’, cuando el autor presencia los disturbios de aquel año en París, lo que le evoca “la primera revolución francesa tal como la vieron los románticos ingleses unos ciento ochenta años antes”. De nuevo solapando los tiempos, aquel espíritu es el de los años sesenta del siglo XX por ser otra “explosión de idealismo”, aderezado por música, sexo y estados alucinógenos, que se basaba “en un rechazo profundamente romántico de la sociedad convencional, el viejo orden”. Holmes, de hecho, va más allá en su comparación: “Muchos de los eslóganes y conceptos de los 60, incluida la misma idea de revolución como acto aparatoso de autoafirmación, se inspiraron o reafirmaron” en esos autores clásicos de la primera modernidad.
De ahí que surjan el Coleridge y el Southey proclives a las comunas, el Blake visionario y rebelde, el Shelley del amor libre y la resistencia pasiva o el De Quincey aficionado a las drogas.