Voy a esperar a que cierre el restaurante, no porque quiera robarlo, no, aún no llego tan bajo, es más, tan sé que no he llegado, que estoy esperando que cierre para no sufrir la vergüenza de que me encuentren hurgando la basura por algo comestible. Entiendo que sea absurdo esa sensación ante el atroz hambre que me devora las entrañas pero, lo es, aún no puedo conciliar la idea de tener una maestría en marketing, años de experiencia en campañas publicitarias y tener que quitarme el saco, la camisa, los zapatos, el pantalón y zambullirme en ese contenedor de olor dulzón consecuencia de la putrefacción mientras rebusco, casi al tacto, algo que sirva de alimento. Brinco ante los ruidos que hacen las ratas y agradezco, aunque sea por eso, que la luz no me permita ver sus asquerosos hocicos protuberantes y sus minúsculos ojos rojos.
Me lavo en la fuga de agua del callejón, apenas son unas gotas las que salen del tubo pero dejé un trapo amarrado antes de "buscar la cena" y ahora está totalmente empapado así que lo restriego por mi cuerpo tratando de eliminar los efluvios recién adquiridos.
Mientras devoro el "botín" recuerdo los días en que era yo quien dejaba comida en los platos de ese y otros muchos restaurantes. Recuerdos que dan coraje por el derroche absurdo que conscientemente realizaba mientras daba bocados pequeños y bebía botellas enteras de vino. Recuerdos de una vida tan lejana que pareciera que era otra persona a pesar de que hacía menos de un año de haber estado en la cúspide, de ser el gurú del slogan, el independiente más buscado, el que sacrificó matrimonio y paternidad para ganar millones a través del dispendio de millones y ahora, ahora comía una mezcla gourmet de sobras.
La guerra comercial de América del Norte, la migración hacia redes sociales, la clausura de decenas de revistas y el cierre de cientos de empresas, contrario a lo que esperaban, sumió a la industria publicitaria en una crisis y así como todos los que tenían teléfonos inteligentes con cámara eran fotógrafos y todos los usuarios de redes eran escritores, el salto a la publicidad amateur fue el paso lógico y los "influencers" fueron los nuevos gurús y costaban una fracción de lo que las campañas tradicionales facturaban.
Recuerdos terribles de un año terrible y aunque lo intenté, llegué muy tarde, mis cuentas tenían pocos seguidores, mis inspirados "slogans" habían sido escritos por algún adolescente que había sufrido insomnio y sin la posibilidad de contratar a los famosos fotógrafos (que terminaron cubriendo bodas y bautizos), yo era un cero a la izquierda en este mundo digital. Vendí el carro, mis obras de arte, mis relojes, mi apartamento y el 70% se fue a la cuenta de mi ex esposa. Recorrí las oficinas de mis "amigos" y de mis clientes y recibí la misma respuesta de mil formas diferentes "la situación está complicada, quizá más adelante", supe que estaba acabado cuando me emocionaba el que me invitaran a comer para recibir el "no" e iba con gusto mientras guardaba los panecillos en las bolsas del saco. Nadie contrata a un hombre de mediana edad cuando un joven imberbe lo hace mejor que tú a cambio de una tablet y un smartphone. Yo por el contrario, siempre usé libreta y pluma fuente. Confié en mi fama, confié en mi ingenio y yo que logré que masas compraran un producto, no pude competir con la masificación.
Me arrebujo dentro del saco, casi en posición fetal mientras lo relleno de ajados periódicos, ya no me importa que se manche la camisa, está tan percudida que una mancha más, o menos, apenas se notará.
Tomo el pequeño lápiz añorando mi bella pluma y escribo en mi libreta, quizá debí venderla también pero no tuve la fortaleza para desprenderme de ella. Escribo. "Usar y tirar, no pierdas tiempo en guardar..."; "¿Amores lejanos? Todo en la palma de tus manos."; "El toque... es no perder el enfoque". No puedo dejar de pensar en frases, incluso veo los encuadres fotográficos y los imagino en grandes espectaculares por toda la ciudad. En otros tiempos, esta libreta sería oro molido, ahora no es más que futuro combustible para las noches frías que vendrán... aún no... aún es tolerable. Toso, me imaginé que enfermaría por la noche de ayer pero, solo es cuestión de esperar unos meses y el calor seguro será insoportable y ahí mi problema será conseguir comida antes que se descomponga con mayor rapidez.
El joven venía ensimismado tecleando desesperadamente con la música retumbando en sus audífonos cuando se tropezó cayendo sobre su teléfono que quedó destrozado apenas impactó con el pavimento clavándole una esquirla en la mejilla.
¡Mierda!- Exclamó. El dolor de la mejilla era lo de menos, su teléfono, por otro lado, eso si era un problema aunque en su casa tenía el modelo anterior pero seguro lo "bulearían" en el colegio por no ser de última generación.
¡Carajo!- Ahora su insulto no fue por el teléfono sino con lo que provocó su caída, una pierna extendida debajo de los cartones del callejón. A punto estuvo de salir corriendo pero su morbo siempre había sido uno de sus impulsos más fuertes, levantó de un puntapié el cartón y una hinchada cara con los ojos nublados le devolvió la mirada, de la boca semiabierta salió una cucaracha que le hizo dar un brinco hacia atrás, ver un cadáver no era nuevo pero las cucarachas le daban un asco irracional.
El muertito llevaba una camisa sucia y un bóxer que alguna vez debió haber sido de color pero que entre las manchas de orines y suciedad se veía de ese indefinido gris que suele tener todo color que pasó a mejor vida. Se acercó para buscar algo de valor pero se veía que ya lo habían saqueado. Se encogió de hombros y vio una libreta negra a un lado del cadáver. No la hubiera tomado, eso de leer no se le daba muy bien, pero tener medio teléfono en las manos ya le estaba generando una ansiedad por no chatear así que la tomó, quizá como paliativo.
¡Adiós macho! Me saludas al abuelo.
Mientras caminaba a su casa iba ojeando la libreta, la caligrafía era perfecta, no sabía que se podía escribir así con la mano casi como si fuera en pantalla con un teclado. Las frases que leía eran geniales, mientras las leía se imaginaba los post en sus redes, él muertito era un genio, seguro tendría cientos de "likes", "favs" y "retuits", incluso estaba pensando en transcribir las primeras páginas al blog y presentarlo como tarea de literatura.
El maestro estaba harto de leer las sandeces de sus alumnos. Era más fácil hacerlo en los blogs de sus estudiantes que tratar de descifrar los garabatos llenos de faltas ortográficas, al menos en los blogs se usaba letra de molde y tenían autocorrector aunque, las comas y los puntos eran seres mitológicos para "los autores" y que decir de la coherencia, caray, si al menos leyeran un libro sabrían hilar tres líneas sin necesidad de poner "y" cada cuatro palabras.
Odiaba su trabajo aunque sabía que era afortunado por tener uno en esta recesión mundial así que siguió saltando de link en link mientras anotaba "7" en su lista, ya ni los leía completos, con la primera frase sabía que eran tareas obligadas donde la mayoría se resumían en un "copy-paste" de las mismas páginas de siempre.
Le dio click al link y se abrió el blog, sólo tenía una entrada lo que le decía de entrada que era para la tarea y nada más. Empezó a leer y antes de darse cuenta estaba atrapado entre ironías, sarcasmos, frases maravillosas y una cruda realidad plasmada en el blog. ¿Acaso sería posible? Revisó el nombre y no le sonó ningún timbre mental, abrió el archivo de clase, revisó el historial del alumno, vio la dirección, agarró su chamarra de motociclista y salió de su casa.
El timbre sonó.
¿Quién es?
El maestro Reyes.
El color se le fue de la cara, seguro sabía que se había fusilado la tarea.
Maestro. ¿Qué pasó?
No te hagas. ¿Dime quién te hizo el blog?
Nadie.
Si mientes otra vez, te reprobaré, expulsaré y acusaré ante educación para que no pises un centro escolar nunca más, para que no hagas trampa, nunca más.
Tembloroso, sacó la libreta de su bolsillo y se la entregó a su maestro.
Por tu acto de honestidad te pondré 10 pero si dices una palabra de esto, te haré la vida tan miserable que desearás que tus padres no te hubieran concebido.
Un absoluto éxito de ventas, las descargas del libro digital que rompieron todos los récords, el libro más citado en redes sociales. "Mi pequeña libreta negra" es un libro obligado de nuestro tiempo.
La nueva revolución de la publicidad virtual, la añoranza de la edad de oro actualizada al mundo moderno con la cercanía de la más cruda realidad de nuestro tiempo "Mi pequeña libreta negra" es todo menos pequeña.
¿Novela cargada de publicidad? ¿Publicidad novelesca? La ficción de una realidad abrumadora enmarcada en el universo consumista en que vivimos.
Las frases de este antiguo maestro de literatura rayan en una genialidad no vista desde hace décadas. "Mi pequeña libreta negra" es el mejor libro de superación personal, una crítica a nuestro sistema social y una guía del futuro del marketing digital ¡Bienvenido maestro Reyes! ¡Que su reinado se prolongue hasta la eternidad!