Un paciente estable, pero delicado

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Por Gema Pajares

Desde que en 1938 el comerciante de arte francés Paul Rosenberg organizó una muestra itinerante con obras de Pablo Picasso, el Guernica, uno de los símbolos con mayor fuerza sobre la Guerra Civil española, recorrió más de once países antes de llegar, en 1992, a su morada final en el Museo de Arte Reina Sofía, de Madrid.

Sin embargo, el enrollado y el desenrollado por más de 20 años en un periplo sin fin han dejado marcas al lienzo imposibles de borrar; por ello directores y conservadores del recinto diagnosticaron que, debido a su estado de salud, la obra no volvería a viajar y los cuidados serían paliativos y permanentes. Se dice incluso que hacia la década de los 60 Picasso expresó: “Ya basta”.

“Es un lienzo de formato monumental que debido a su historia ha sufrido bastante”, explica a La Razón Jorge García Gómez-Tejedor, jefe de Restauración del Reina Sofía, museo que desde el 3 de abril alberga la muestra Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica, organizada para celebrar el 80 aniversario de la obra.

Cuando pasó del Casón de Buen Retiro, a donde llegó en 1981, al Arte Sofía, lo hizo de pie y sobre su bastidor. No se volvería a enrollar más.

“Tantos años de viajes le han pesado, sobre todo en los primeros veinte de vida. La tela está bastante fatigada, tiene agrietamientos, se observan fisuras y amplios craquelados. Cuando la capa de pintura se empieza a cuartear aparecen las pérdidas y las faltas en determinadas zonas”, expone el experto.

Pero un proceso de restauración que toque la pintura está totalmente descartado por temor a los efectos secundarios. “El cuadro está estable, su evolución es correcta. Se mantiene, se limpia y se vigila”, señala García Gómez-Tejedor, quien se ha convertido en su auténtico médico de cabecera.

En total, Guernica se ha enrollado y desenrollado más de noventa veces hasta su llegada al Reina Sofía. Ni siquiera pueden acercarlo a los talleres de restauración de la institución para hacerle las curas más necesarias.

Cada martes, el día sin visitas, especialistas atienden como un reloj la obra de 7.8 por 3.5 metros; se le practica un examen rutinario y se limpia la parte superior con un plumero de pelo suave sin descolgar jamás la obra.

Lo que sí se hará, quizá en unos meses que pueden convertirse en años, es estudiar la posibilidad de retirar los barnices oxidados del cuadro. En ese caso la pintura no se descolgaría de la pared. Nada fuera de su sitio, sobre todo ahora que está por cumplir su aniversario número 80. Así que no, Guernica no se mueve.

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