Sobre Juan Ramón Jiménez se ha construido una imagen de hombre extremadamente serio, de carácter difícil, encerrado en su torre de marfil. Esa pintura, o mejor dicho retrato a brochazos, queda rota para el lector de Historias, un poemario del autor de Diario de un poeta recién publicado, que permanecía hasta ahora inédito.
El volumen, bajo el sabio cuidado de Rocío Fernández Berrocal, se compone de una serie de poemas escritos en Moguer entre 1909 y 1912, aunque volvió a trabajar en ellos en 1921. Son 61 textos, de los que 27 no se habían podido ver en letras de molde hasta la fecha.
El dato: Se cree que su poema La verdecilla inspiró el Romance sonámbulo de Federico García Lorca que inicia: “Verde que te quiero verde”.
Nos encontramos con un libro que bebe de las mismas fuentes que Platero y yo, probablemente la obra más popular del Premio Nobel. Escritos simultáneamente, tanto Historias como aquella prosa poética se relacionan con un Juan Ramón cercano a su tierra natal de Moguer, además de encontrarnos al poeta cercano a los niños, todo ello con un lenguaje fresco y sincero.
Alguien que conoce de primera mano todo esta labor es Carmen Hernández Pinzón, su sobrina e impulsora de la edición. En declaraciones a este diario, consideró que Historias es “un libro en el que Juan Ramón vuelve a Moguer.
“Representa una etapa muy sensitiva en su carrera”, asegura. Para ella, este trabajo es “muy emotivo porque tenemos a un Juan Ramón Jiménez tierno, que entiende a los niños, diferente de la imagen distante que se ha querido dar de él”. Eso es lo que se puede palpar en cada uno de los versos de las cuatro partes que forman este libro: Historias para niños sin corazón, Otras marinas de ensueño, La niña muerta y El tren lejano. Es el poeta que se sensibiliza con los más pequeños, pero que tampoco olvida sus raíces a través de las marinas de su infancia y adolescencia, además de enfrentarse a la muerte y convertirse en un viajero.
Con los débiles. De la primera sección surgen poemas ya conocidos por el lector habitual de Juan Ramón, como La carbonerilla quemada, donde habla de “la niña, rosa y negra, moría en carne viva./ Todo le lastimaba. El roce de los besos,/ el roce de los ojos, el aire alegre y bello:/ –Mare, me jeché arena zobre la quemaúra./ Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca/ ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,/ mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!”.
Carmen Hernández Pinzón recuerda que muchos de estos poemas “surgen de vivencias suyas. Él luego diría que se apartó de Dios porque no entendía que los niños sufrieran, que padecieran enfermedades”.
La segunda parte del libro nos lleva hasta el mar, a las marinas que evocan la vida de Juan Ramón en el colegio de los jesuitas San Luis Gonzaga, en El Puerto de Santa María, sin olvidar su paso por Francia, el melancólico lugar en el que visitó a su psiquiatra Lalanne. Este apartado es la evocación, como él mismo escribe, del “2mar adolescente” y donde “el poniente parece un abanico de oro/ que mandara la brisa”. Tiene un especial trasfondo familiar porque nos encontramos una serie de versos dedicados al fallecimiento de su sobrina María Pepa Hernández-Pinzón Jiménez, fallecida por culpa de una meningitis en 1911. En su dedicatoria, rememora que “me parece que oigo el ruido de tu alma jugando, en el techo azul del cielo de Moguer, como antes en el de la casa de la calle Nueva, donde estás ahora”. Es otra vez la infancia herida, la que sufre, la que inspira algunos de los más conmovedores poemas escritos por el andaluz.
Reconstruir todo este camino lírico no ha sido fácil. Los poemas se encontraban dispersos en la Sala Zenobia-JRJ de la Universidad de Puerto Rico, además del Archivo Histórico Nacional de Madrid, así como de los archivos de sus herederos y los fondos de la casa-museo de Moguer. “Todos los libros inéditos de Juan Ramón están muy dispersos”, puntualiza Hernández Pinzón.