Vincent van Gogh, un impresionista rendido ante la grana

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Foto: larazondemexico

Van Gogh constituye un caso excepcional, describe Ella Hendricks en su texto “Carmín es el rojo del vino” (el cual está disponible en el catálogo de la exposición); debido al gran número de pinturas en las que utilizó cochinilla.

Esto se sabe gracias al análisis sistemático que se ha realizado en el Museo Van Gogh de Ámsterdam, donde se han encontrado restos de grana cochinilla en más de cincuenta obras, además de interesantes alusiones en sus cartas a su hermano Theo sobre las propiedades cromáticas del color rojo y el carmín producido con cochinilla, “el carmín es el rojo del vino, con la vivaz calidez del vino”,  así como la petición de nuevos pigmentos desde París, a pesar de sus elevados precios y la precaria economía del artista.

Muchas de estas cartas fueron escritas durante la estancia de Van Gogh en Amberes, el puerto donde llegaba la cochinilla destinada a Flandes y a pintores como Rembrandt o Rubens. Es importante señalar que Van Gogh apreciaba la obra de ambos artistas.

En La Recámara de Van Gogh en Arlés, la cochinilla contribuye también al significado general de la obra. Para entenderlo es preciso recordar que, a través de esta obra, Van Gogh quería transmitir la idea de reposo, de descanso a partir de un moderno sistema cromático. Se basó en las ideas de un teórico de la época, Charles Blanc, cuya teoría leyó con muchísimo interés y entusiasmo.

Una de las ideas de Blanc consistía en hacer una distinción entre las oposiciones de colores complementarios (rojo y verde; amarillo y morado; azul y anaranjado)  al utilizarlos puros y saturados para producir un choque visual.

El artista le expresó a Theo en una de sus cartas la armonía que debía llevar el uso del color, y cómo estos “tenían que hacer su trabajo”.

Existen tres versiones de esta recámara que han sido analizadas de manera detallada, y todas contienen cochinilla. La primera de ellas fue la única pintada dentro del pequeño cuarto del artista en su casa amarilla en Arlés, en octubre de 1888. Debido a una inundación en el estudio, la pintura sufrió fuertes daños que llevaron a Van Gogh a crear dos versiones más en septiembre de 1889, realizadas durante su estancia en el asilo en Saint Rémy-de-Provence. La versión que se presenta en la exposición, perteneciente al Musée D’Orsay, de París, es la tercera de estas versiones, con un valor especial para Van Gogh, pues la realizó pensada como un regalo para su madre.

A pesar de que mantuvo la misma paleta de colores en las versiones posteriores de la obra, no eran copias exactas del primer trabajo. Si se comparan las tres, se pueden apreciar sutiles variaciones que Van Gogh presentó en cada obra al ajustar la mezcla de los pigmentos utilizados en distintas capas de pintura. Lo mismo puede decirse de la exploración que el artista hizo en la utilización de la cochinilla. Si bien se ha encontrado en todas las obras los restos de este pigmento, en cada una de ellas Van Gogh le dio un tratamiento diferente al mezclarlo con distintos sustratos.

Es importante señalar que las pinturas de Van Gogh han ido cambiando sus colores con el paso del tiempo. En las puertas y las paredes, los colores se han desvanecido por la exposición a la luz. Mientras que el artista los describe como elementos de color violeta, hoy en día se han tornado azul pálido. Una toma transversal del cuadro de Ámsterdam demostró que las partículas rojas de la laca de cochinilla se han decolorado, un cambio que es irreversible. Permanecen únicamente la combinación de blanco de zinc y azul cobalto, lo que le da su tonalidad azulada a esa sección de la obra. A pesar de esto, en las mismas cartas de Van Gogh él afirma que estaba consciente de que sus obras irían cambiando sus colores, por lo que, quizá, previó la situación actual de sus pinturas.

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