Carlos Velázquez (Torreón, 1978) es un cronista y narrador que se explaya en una prosa muchas veces punzante y descarnada en el tratamiento de temas que tienen que ver con sombras de la existencia de seres solitarios, anómalos e inadaptados en tribulaciones fortuitas. El autor de La Biblia vaquera no le teme a nada, se detiene frente a la hoja en blanco y derrama sus obsesiones sin miramientos. La ironía está presente en sus textos. La procacidad es una de sus armas. La socarronería es un guiño constante en los incidentes que describe.
Circula en librería su más reciente libro: El pericazo sarniento (Selfie con cocaína), editado por la editorial Cal y arena en la colección Ensayo personal. Velázquez —con prosa severa, efectiva, vertiginosa, franca— devela su relación con la cocaína y su peregrinaje por las tinieblas del adicto. El lector tiene a su disposición un cuaderno de memorias de un hombre que se descalza con sarcasmo y, también, con melancólica elocuencia en la manifestación de una verdad sin fingimientos. Confidencias cosidas en los bordes de la acritud, en los límites de la redención y en la turbada mirada que hace al interior de sí mismo.
Libro insólito en el panorama de la literatura mexicana actual por su valiente exposición. Páginas impías que nunca apelan a la piedad. Cada episodio relatado desafía los límites entre realidad y ficción. “Este libro algunos se negaron a escribirlo. Cuando los editores me lo propusieron no dudé en escribirlo: ya había publicado algunos textos sobre el asunto y me aboqué a completarlo. Desafío, el que tenía por delante; pero, pienso que un escritor no debe limitarse frente a ningún tema, y eso hice”, comentó en entrevista con La Razón, el autor del exitoso libro de cuentos La marrana negra de la literatura rosa.
¿Cómo dilucidó usted los límites entre lo real y la ficción? Cuando se empezó a hablar de la ‘autoficción’ como una manera de hacer literatura con la vida personal, me miré y me dije: ‘Todo lo que escribo tiene que ver conmigo, con mi vida, con mi experiencia”. Yo me atrevo a decir que este libro es ‘verdaderamente literario y literariamente verdadero’. Este libro es punzante por su verdad, y luminoso por la fabulación que nace de esa verdad.
Veo que no hay lecciones de moral en su libro. La dureza, la sinceridad lo inunda todo… No me veo dando charlas sobre el peligro de la adicción a la cocaína. Nada de eso: no quiero ser como otros que dan lecciones de sus problemas y después se convierten en ‘sacerdotes del arrepentimiento’, dando consejos para que nadie caiga en el vicio.
¿Repaso por el universo de las drogas con referencias cinematográficas, musicales y literarias? Cuento mi descubrimiento del novelista español Ray Loriga. Me detengo en pasajes en que el cine, la literatura y la música me sirvieron de telón de fondo para mi relación con las drogas. Cuento mi identificación con Candy, de Luke Davies, por ejemplo.
¿Libro catártico: necesitaba usted decir todo esto? Soy escritor: necesito decir aquello que me preocupa, que me angustia. No sé si hay una purificación en estas páginas. Quizás me siento mejor al saber que hay lectores que navegarán por mis barrancos. Lo digo por ahí: no recuerdo mi primer beso; pero, sí mi primera vez con las drogas.
I. Peyote
Existen dos maneras de aproximarse al peyote. La primera: después de haber leído a Castaneda. Y la segunda, sin antecedentes. Yo me acerqué desde lo naif.
El lector de Castaneda se prepara para ingerir peyote. No bebe, deja de comer carne: intenta desintoxicarse lo más posible. Viaja a Real de Catorce, y participa en una ceremonia con un guía, un chamán. El no lector va al desierto y simplemente traga.
A una hora de mi casa, por la carretera libre a Saltillo, se encuentra Estación Marte. Un ejido dominado por una meseta de mil 347 metros. La zona goza de altos niveles de magnetismo. Se presume que es un área ufóloga. Se han reportado decenas de avistamientos de ovnis. La NASA ha estado interesada en adquirir terrenos en la región para profundizar en sus estudios sobre dichos fenómenos. En los alrededores de Marte hay brotes de peyote. Macho, del que pega. Desde siempre he sido consciente de mi papel como occidental respecto al pueblo indígena. [...]
Fragmento