Una imagen de la película de 1953 Vacaciones en Roma hace de portada y metáfora de un conjunto de ensayos en torno al concepto de “posverdad” que ha recopilado Jordi Ibáñez Fanés.
Es la escena en la que el personaje que encarna Gregory Peck enseña al que interpreta Audrey Hepburn la llamada Boca de la verdad, una gigantesca máscara de mármol dedicada al dios del mar que muerde la mano de aquel que miente. El actor ríe al bromear con la actriz, simulando que tras poner allí la mano la gran piedra se la ha tragado. Y en eso consiste la posverdad: en tragarse falsedades mediante el autoconvencimiento de una realidad específica a partir de afirmaciones ajenas. Y en muchas otras cosas que catorce escritores abordan en un momento más que oportuno. Y es que no sólo el neologismo post-truth fue recogido por el Diccionario Oxford al tiempo que lo consideraba como palabra del año 2016, sino que estos días la RAE acaba de añadirlo en la actualización de su Diccionario de la lengua española.
El Dato: El origen contemporáneo del término se atribuye al bloguero David Roberts quien usó el concepto en 2010, una palabra que aplicó para referirse a ciertos actos políticos.
Una ideología invisible. El director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, se refirió a posverdad como toda información que no se fundamenta en hechos objetivos, sino que apela a lo emocional o a lo que desea recibir el público. La palabra ya había sido registrada desde hacía por lo menos una década, como dice Jordi Sánchez en la introducción del libro que ha coordinado, pero “alcanzó un pico espectacular durante los meses que precedieron al referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea de Gran Bretaña”, todo lo cual se afianzó con la campaña de las presidenciales en los Estados Unidos y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Justamente, Jordi Gràcia, en su texto La posverdad no es mentira, habla de “la consagración global de la palabra”, en concreto entre unas élites que han sobreactuado a este respecto, pues han sido permisivas y hasta animadoras de formas muy peligrosas de semiverdad teledirigida. Sin embargo, la palabra es nuestro gadget verbal militante y a la vez consolador; un recurso para simplificar todo en una división entre buenos y malos.