En los últimos tiempos, una oleada de falsificaciones están sacudiendo el muy académico mundo de las exposiciones de arte. El último caso fue expuesto por The Art Newspaper, cuyo artículo habla de toda una revolución del arte ruso de vanguardia acometida en el Museo de Bellas Artes de Gante a partir de obras de Malévich, Kandinsky y Tatlin y que aparentemente son apócrifas.
Según este medio, el Museo abrió una muestra dedicada a esa generación de artistas, pero no cuenta con la seguridad de que las obras sean de ellos.
Hasta 26 piezas que forman parte de esta exposición y que nunca antes habían sido expuestas están en cuestión y podrían ser falsas y formar parte de esta, digamos, “reinvención” de la vanguardia rusa.
Según un grupo de expertos, compuesto por once estudiosos entre los que se encuentran Aleksandra Shatskikh (autora de varios libros sobre Malevich) y Natalia Murray (comisaria de la gran exposición sobre este periodo que organizó la Royal Academy) entre otros, señalan en una carta abierta que estas piezas “no tienen un historial de exposiciones, nunca han sido citadas o reproducidas en estudios científicos y no tienen registro de ventas rastreable”. Además, las piezas atribuidas a Kandinsky y Alexei von Jawlensky no aparecen en los catálogos razonados reconocidos internacionalmente como fuentes de autenticación.
[caption id="attachment_689514" align="alignleft" width="300"] Una caja y una rueca, son atribuidos a Malévich, sin embargo, expertos señalan que no se tiene registro de que el artista hubiera intervenido dichas piezas, ni figuran en los catálogos de auntenticidad internacionales, y que tampoco existe un catálogo de ventas rastreable. Los curadores explicaron que las obras no fueron sometidas a pruebas de autenticidad.[/caption]
“Objetos como la caja y la rueca cuya decoración se atribuyen a Malévich no aparecen mencionados en ningún trabajo, y ni siquiera consta en alguna analogía que el artista alguna vez realizase una decoración de un objeto semejante”, explican en la carta.
Si bien los autores de la rúbrica no llegan a utilizar la palabra falsificación sino que expresan sus “grandes dudas” acerca de su autenticidad, si se tratase de un amaño, no se le puede negar audacia a sus autores, que incluso se han permitido expandir los horizontes artísticos de sus maestros.
Piezas cedidas. Otros de los firmantes de la carta son el marchante británico de arte ruso James Butterwick y su homóloga estadounidense Ingrid Hutton; el exdirector del departamento de arte impresionista y moderno de Sotheby’s, Julian Barran, los marchantes Ivor Braka y Richard Nagy, y también el consejero y coleccionista de arte ruso Alex Lachmann.
Las piezas en cuestión provendrían de la colección privada de Igor Toporkovski, un coleccionista de arte de Bruselas, y han sido cedidas a través de la Fundación Dieleghem que preside. En el comunicado de prensa para la inauguración de la muestra, emitido el pasado octubre, el espacio afirmó que la misma “pone el énfasis en la creatividad de los artistas más importantes del siglo XX”.
En declaraciones a Artnet News, un portavoz del museo declaró que “el centro ha seguido los procedimientos estándar para registrar los préstamos antes de la apertura de la muestra, conversando intensamente con con el coleccionista y recopilando material de apoyo entregado por su fundación”. Cuestionado el portavoz acerca de la existencia de documentación sobre la procedencia de las piezas, exámenes de expertos o análisis científicos como prueba de su antigüedad, el museo delega toda la responsabilidad en el prestador, Igor Toporovski.
“No es la misión del museo realizar pruebas químicos que sólo se llevan a cabo en caso de duda antes de realizar una adquisición, no para préstamos. Hemos actuado en todo el proceso, creemos, de forma correcta y con buena fe”, añadió, y pasó al contraataque: “Este es el golpe del mercado contra nuestro proyecto museístico. A pesar de habérselo ofrecido, ninguno de los expertos ha querido ver la exposición ni consultar nuestra documentación”, lamentó.
Esta exposición iba a ser la antesala de otra más grande cuyo propósito era “reescribir la historia de la vanguardia rusa” según declaró al diario belga La Libre Catherine de Zegher, directora del Museo de Bellas Artes de Gante.
Nutridos por los sueños de cambio
La vanguardia rusa abarca el periodo comprendido entre 1890 y 1930, y se refiere a todos los movimientos artísticos que apostaron por un rompimiento con las formas tradicionales de hacer arte.
Los creadores se plantearon introducir elementos innovadores respecto a las formas tradicionales, utilizando recursos que quiebren o distorsionen los sistemas aceptados de representación y expresión.
Atacaron el estatus del arte en la sociedad burguesa y exigieron impugnar las instituciones artísticas que separan al arte de la praxis vital de los hombres.
Su finalidad era unir el arte con la vida: si la praxis es estética y el arte es práctico, ya no se puede reconocer una separación.
Los artistas se alimentaron de ideas revolucionarias, y en la Revolución rusa de 1917 cuando alcanzan su máxima expresión.
Algunos creadores quisieron retomar el arte popular para reinventarlo mientras que otros proponían crear un arte libre de objetos.
La finalidad de este arte era ayudar al pueblo a emprender el camino hacia una sociedad ideal y comunista.