Ensayo inédito de Fuentes revela las máscaras de Luis Buñuel

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Entre la bibliografía alrededor de Luis Buñuel hay algunos libros de entrevistas que resultan interesantes para conocer de primera mano el pensamiento del que fuera autor de títulos como Viridiana, Simón del desierto o El discreto encanto de la burguesía.  A esta lista se une ahora un título que es el de un libro que no pudo ser, pero que ha sido recuperado por Javier Herrera Navarro, una de las principales autoridades en la obra del cineasta. Se titula Luis Buñuel o la mirada de la Medusa y lo firma Carlos Fuentes, el gran autor mexicano que se convirtió en uno de los más íntimos camaradas del realizador.

Herrera descubrió este material entre los papeles del escritor, custodiados por la Universidad de Princeton donde también se conserva el epistolario entre Buñuel y Fuentes. Nos encontramos a un Luis Buñuel que reflexiona sobre todo sin ponerse límites, mientras  París se prepara para vivir el mayo que lo cambió todo.

Fuentes sigue sus pasos por México, París, España y Venecia para un libro que no llegó a concluir.

En el texto ahora recuperado, Buñuel se autorretrata y nos muestra sus máscaras, las conocidas y las desconocidas. Por ejemplo, a Fuentes le confiesa: “soy un novelista frustrado que terminó en director de cine. Dirigir me fatiga enormemente, la promiscuidad del trato es agotante: electricistas, actores, fotógrafos, amanuenses, maquillistas, peinadores e iluminadores. Mi ideal hubiera sido encerrarme a escribir como un monje. Pero no tengo ningún talento. Ni siquiera para escribir cartas. Me toma varios días escribir la carta más sencilla y luego resulta algo como esto: ‘Querido amigo, te escribo porque mi madre me ha escrito diciéndome que no te puede escribir y me pide que te escriba yo porque ella no te puede escribir’”.

El Dato: Durante el franquismo la policía de España, definió al cineasta como pervertido, hereje y blasfemo, cuyas cintas denigraban

al país ibérico.

Fuentes supo ganarse a Buñuel, habla con total libertad, con una franqueza que nos demuestra que en los años 60, en el momento de participar en el libro de Fuentes, seguía siendo el mismo rebelde de siempre, el mismo que había asaltado los cuarteles surrealistas en 1929 con Un perro andaluz. Un buen ejemplo lo encontramos cuando el novelista le expone que hablando de dinamita, “usted ha dicho que le gustaría incendiar el Louvre”. La respuesta del cineasta está a la altura : “Sí, cuando alguien afirma que la vida de un hombre es tan insignificante como la de una hormiga al lado de los tesoros de un museo. Pero le pegaría a un hombre que dijera que su vida vale más que el Louvre”.

Buñuel también rememora su juventud, sus años gloriosos en la Residencia de Estudiantes compartiendo amistad con Federico García Lorca y Salvador Dalí. Del poeta granadino hace memoria de cuando se disfrazaban de monjas, “muy rasurados los dos, muy polveados, y subir a los tranvías madrileños a las horas de mayor afluencia y codear a los pasajeros, requerirlos con mohínes, guiñarles el ojo: pánico colectivo”. Al pintor ampurdanés lo hace responsable de ser despedido del MoMA al acusarlo en la prensa estadounidense de anticlerical en plena “caza de brujas”.

Fuentes lo apunta todo y se convierte en notario del mundo buñuelesco. Eso es lo que hace que nos encontremos en las páginas del ensayo rescatando la receta del buñueloni, el cóctel de ginebra, carpano y martini con el que el aragonés sabía sorprender a quienes lo visitaban en su residencia mexicana.

También nos encontramos con el Buñuel coleccionista de armas, propietario de un arsenal en el que hay viejas pistolas del siglo XVI, además de armas de calibres más modernos.

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