Prendas y utensilios de Kahlo salen por primera vez de la Casa Azul

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Foto: larazondemexico

La Casa Azul, en el barrio de Coyoacán, es de una luminosidad que te hace guiñar los ojos. Cuando el sol se estrella, literalmente, sobre su fachada, el espectáculo resulta impresionante.

Quizá porque la luz de México es sólo igual a la luz de México y no existe nada que se le parezca. Allí, entre aquellos jardines, en esas estancias tan cálidas, vivió la mujer del entrecejo, la enorme Frida Kahlo, tan inmensamente fuerte a pesar de su salud quebrada. Fue feliz a su manera, con un hombre, Diego Rivera, que la sacaba años y ventaja con las mujeres, a ella, a la que nadie, ninguno, ninguna, se la ponía por delante.

El dato:

La mayor parte de las obras que la posicionaron como una artista relevante las realizó postrada en su cama en la Casa Azul.

2000 Fue el año en que fue nombrada la artista de AL más valiosa.

La Casa Azul, que levantó Juan O’Gorman en 1932, es una residencia de cuento de hadas, y no porque parezca inverosímil su arquitectura, sino porque la historia que condensan sus paredes en ocasiones resultó más pesadilla que disfrute.

En sus estancias se desparrama la vida de la artista. Cada uno de los objetos que la pueblan forman parte de la vida de quien se ha convertido con el tiempo en un icono.

La Casa Azul ha guardado desde la muerte de la mexicana sus objetos personales, su universo íntimo. En sus habitaciones se exhiben sin el menor rubor trajes y faldas de algodón, prendas de colores tan alegres como el azul de las paredes. Naranjas, rojos, amarillos chillones.

Los mil colores de Frida. Muchas de esas ropas salieron de la imaginación de esa mujer que se autorretrataba en sus lienzos lleno de angustia, tan única hasta para vestirse, para vivir y  para mitificarse.

[caption id="attachment_752569" align="alignright" width="277"] Selección de cosméticos que pertenecieron a la pintora.[/caption]

Ahora, por primera vez desde la muerte de Kahlo en 1954 los objetos de su universo salen de México  con destino a Londres para formar parte de una exposición única en el Victoria & Albert Museum, Making her self up, una muestra que exhibirá desde el 16 de junio al 4 de noviembre las prendas que la rodearon. Allí estarán sus corsés, aquellas cámaras de tortura que tuvo que llevar amarraditas a la piel para poder aguantar el sufrimiento de haber sobrevivido al golpe casi mortal que le propinó un autobús. Con ella no iba a poder una máquina. Y una pierna ortopédica con su zapato de color rojo y la pierna ortopédica que usaba.

Las faldas largas, arrastrando siempre para tapar la accidentada vida de la pintora (primero una poliomielitis que la postró en una cama meses y la dejó una pierna más delgada, después casi la muerte por un tranvía que empotró al autobús en el que viajaba y le dejó la columna vertebral maltrecha y casi partida en dos), que dio a luz sus mejores obras postrada en un cama, mirando la vida desde la misma postura horas y horas y horas.

[caption id="attachment_752568" align="alignleft" width="237"] Prótesis con bota de cuero.[/caption]

Era Frida una señora que se preocupaba mucho del aspecto exterior y por eso se podrán ver hasta sus esmaltes de uñas y el lápiz con el que pintaba su entrecejo, el carmín para sus labios, de un tono rosado. Sus anillos, los colgantes que lucían ese símbolo tan mexicano que es el corazón.

Las flores que enmarcaban su peinado, su pelo negrísimo siempre recogido. Y sus chales, que allí se llaman rebozos, qué bellísima palabra, sus abrigos hasta los pies, los pendientes dorados.

Las telas que se adaptaron a un cuerpo en permanente estado de dolor, condenado a permanecer en una durísima posición horizontal, preso de sí mismo. Quién le iba a decir a esta mexicana de raza que su imagen se iba a explotar descaradamente hasta el infinito, en forma de bolsos, vasos, tazas, llaveros o muñecas. Sí, descaradamente.

La Casa Azul se ha abierto de par en par para dejar ver al mundo del qué estaba formado el universo de Frida, cómo era ese dormitorio del que apenas pudo salir, la cama que se convirtió en su guardiana. Doscientos objetos que nos permiten acercarnos a la personalidad sufriente e inmensa de una de las más grandes creadoras del siglo XX, Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón.

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