Para Marie-Jo Paz, por las complicidades compartidas
El hombre es la palabra encarnada. Existe para ser consciente de ella y para expresarla.
Fiodor Dostoievski
«Como tras de sí misma va esta línea/ por los horizontales confines persiguiéndose/ y en el poniente siempre fugitivo/ en que se busca se disipa» [1] esta visión poética recorre no sólo la poesía completa de Octavio Paz sino también su obra ensayística sobre artes plásticas. Chopos y líneas mágicas que nos acercan en sus palabras a Claude Monet. Paz fue un autor que para desmenuzar y profundizar en su pasión por el arte necesitó la exaltación de la memoria, el deslumbramiento por las vanguardias y la pasión constante por la pintura. Dos caminos paralelos, el del poeta y el del crítico de arte, y una obra en prosa nacida a la luz del asombro. El poeta es un traductor que traduce sus palabras en colores, en líneas, en símbolos, en signos. Fue un poeta fuera de todo encasillamiento, un obsesionado por descubrir, por dialogar. Su apertura intelectual fue la de un medievalsta imantado por el saber, fruto de su experiencia social, histórica, cultural y de una tradición crítica no sólo europea, sino también japonesa e hindú, que siempre habito la poesía.
[caption id="attachment_754796" align="aligncenter" width="696"] Octavio Paz por Alberto Gironella[/caption]
Escapar de la repetición es un gran privilegio del arte, mientras que la vida se define en un sentido menos complejo por la inexorabilidad de la misma. El artista es un traductor, y el arte es lenguaje, gesto, poesía. Se puede aventurar que el placer estético aspira a la liberación de los deseos inconfesados de la voluntad y que por ello está obligado a ejercer la intuición poco más que la premonición. La crítica ejercida por Octavio Paz (México, D.F., 1914-1998) y la reflexión estética que en ella subyace, forjada a lo largo de seis décadas, participó de esa firmeza intuitiva, continuada con su poesía, ensayos literarios e históricos, y desde luego, en su privilegio de ver los cambios del mundo como sólo Paz lo pudo hacer: deslumbrado por descubrir. No fue un erudito aséptico ni un beligerante intérprete de las modas en uso. Entendió la historia del arte dentro de los límites de una traducción occidental de la que absorbe los argumentos y, en cierto momento, la metodología. Para Paz, el artista es un creador de imágenes que tienen una historia condensada a lo largo del tiempo. Su gran enseñanza se resuelve en el aprendizaje de la mirada. «Ver es un privilegio —dice Paz— y el privilegio mayor es ver cosas nunca vistas: obra de arte. Desde muy joven sentí invencible atracción por las artes plásticas y muy pronto empecé a escribir sobre ellas, nunca como un crítico profesional sino como un simple aficionado»[2]. Quizá esta sensibilidad poliédrica haya hecho de Paz un personaje de definición complicada, huidiza, nada sencilla. Pero me gusta pensarlo como lo definía el escritor catalán Josep María Castellet: «Todo él respira un equilibrio adquirido probablemente a través de experiencias, lecturas, convicciones, de saberse él mismo y otro»[3]. La grandeza de esta obra permite tantas interpretaciones, que es difícil de interpretaciones. No es casual su obsesivo retorno a la traducción como tema cardinal de sus trabajos, paráfrasis de la obra entera, tan cercano en esto a la tarea titánica de transversión lingüística de Vladimir Nabokov. Poco dado a la especulación, sin embargo, y dispuesto siempre a someter la erudición a su portentosa intuición narrativa, fue, además, un polemista feroz, conversador ocurrente que vivió con pasión los mundos del arte que tanta sutileza ha colaborado a fabular. Desde temprana edad comenzó a ver pintura, a escribir poesía y ensayo literario. Nunca dejó ninguna de estas disciplinas. Pero de pronto se ganaba la vida hablando sobre arte y poco tiempo después haciendo crítica de arte en Plural y Vuelta; también, en múltiples catálogos y libros de artistas que admiró siempre. Pronto se vuelve una referencia importante en el mundo del arte internacional de la segunda mitad del siglo xx. El arte se convirtió en uno de sus principales intereses. Entendió como pocos el oficio de escribir sobre arte no como crítico de oficio sino en el sentido de Charles Baudelaire: la pintura vista desde la poesía. Fue visitante ocasional en Francia, Italia, Inglaterra o España, donde admiró el renacimiento, la primera modernidad, los movimientos de vanguardia. Descubrió el cubismo, el dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo abstracto y el informalismo Europeo, sobre todo el español que tiene su cumbre en el grupo El Paso. Vuelve a visitar esos espacios y esos tiempos con la vieja, cada vez más matizada idea de una historia social y cultural. Estados Unidos, más los años que vivió en India, se vuelven su escenario intelectual anclado alternativamente en México, a la par que continúa siendo un crítico nunca indiferente a cuanto destaca en el mundo de la imaginación contemporánea. Se forjó a través de un disciplinado y nada complaciente aprendizaje de la mirada. Sin ficciones eruditas ni prescindibles sobreposiciones de saberes adjetivos, a partir simplemente de la perpleja alerta de la sensibilidad del arte, su mundo de arte es más bien caleidoscópico y cabe en él tantas propuestas como opciones en juego. Picasso no adelanta a Rafael, ni Matisse a Cézanne. Simplemente es un aprendizaje permanente. Lo que importa es la capacidad de dramatización de esas experiencias particulares y su conversión en modelos universales de sensibilidad. Descubre primero con Alfonso Reyes, José Vasconcelos y después con los poetas de la generación de los Contemporáneos —Villaurutia, Pellicer, Gorostiza, Cuesta, Tablada, Cardoza y Aragón— el arte mexicano: Bustos, Posada, Velazco, Zárraga, Atl, Rivera, Orozco, Siqueiros, Montenegro, Charlot, Alva de la Canal, Castellanos, Ruelas, Lazo, Izquierdo, Tamayo. Pasado y presente del arte de México y América Latina. Una pintura nacionalista que buscó cambios siempre convulsos y contradictorios, pero que encontró su mayor significado en el muralismo. El arte lo es todo: reverso e inverso: todo es. Comienza a descubrir su ansia de ver y el deseo por descubrir lo que ve. Le impresiona la cultura prehispánica de tal forma que nos descubre que toda cultura y todo arte deben contarnos una historia. Para Paz, el artista ensaya soluciones desde y en una vieja tradición que es doble. Por una parte, la técnica, destreza, modos de representación. Por otro, imágenes consagradas, sabidas, que operan sobre el consciente del espectador. «Ante los - cuadros de Picasso, Braque y Gris —sobre todo del último, que fue mi silencioso maestro— entendí al fin, lentamente, lo que había sido el cubismo. Fue una lección más ardua; después fue relativamente fácil ver a Matisse y Klee, a Rousseau y a Chirico» afirma Paz. La crítica de arte, el lenguaje y la pintura dieron sentido a su realidad. Un ejercicio en el que nunca renunció a la reflexión sino que se convirtió en un alfabeto muy propio. Con Baudelaire: Salones y otros escritos sobre arte; Apollinaire: Les Peintres cubistes; Breton: Le Surréalisme et la peinture, y Mallarmé aprende a someter la erudición a su intuición narrativa. Doble lección constante: crítica y tradición. Un conversador excepcional que vivió con pasión contagiosa los mundos del arte que con tanta sutileza colabora a fabular en sus ensayos. Octavio Paz fue uno de los poetas más brillantes que han escrito de arte en la segunda mitad del siglo xx. Su obra escrita, directa, poética tiene su cumbre en su libro Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, que junto con Picasso fueron los artistas que ejercieron mayor influencia en el siglo xx. «Duchamp —dice Paz— no es menos sorprendente ( que Picasso) y, a su manera, no menos fecundo. Los cuadros de Duchamp son la presentación del movimiento: el análisis, la descomposición y el revés de la velocidad»[4]. Duchamp será una obsesión de Paz y logrará arrancar al artista del Olimpo de las vanguardias, donde mueren los grandes, para devolverlo a la vida del gran Arte. He aquí una iluminación perfecta: Paz dio vida nueva a un artista genial.
[caption id="attachment_754797" align="aligncenter" width="727"] Obra de Josep Beuys[/caption]
Hay en su poesía y en su crítica de arte una extraordinaria consonancia entre el espacio interior y el espacio del mundo, entre la intimidad profunda y la extensión indefinida. Correlación entre microcosmos y macrocosmos, una consonancia entre lo inmenso y lo íntimo. Desde un ángulo de luz, en la penumbra, ante un cuadro de Joan Miró, el poeta descubre universos, sueña su inmensidad; acuden a él los sueños surrealistas, el silencio inmenso y fabulador del pintor catalán. Así es el poema titulado «Fábula», dedicado a Joan Miró:
El azul estaba inmovilizado entre el rojo y el negro.
El viento iba y venía por la página del llano,
encendía pequeñas fogatas, se revolcaba en la ceniza,
salía con la cara tiznada gritando por las esquinas,
el viento iba y venía abriendo y cerrando puertas y ventanas,
iba y venía por los crepusculares corredores del cráneo,
el viento con mala letra y las manos manchadas de tinta
escribía y borraba lo que había escrito sobre la pared del día.
En el espacio de la pintura de Miró resuenan las constelaciones lunares, los pájaros de mil colores, el universo surrealista, el jardín de piedras, el azul, el negro, los siglos de la tradición y cultura catalanas. Ahí es donde Paz descubre los azules, las barcas, la imaginación interminable del artista. Por momentos, la cualidad de la imagen nos permite no sólo escuchar, sino ver.
Sigue Paz:
Miró era una mirada de siete manos.
Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna,
con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento,
con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones,
con la cuarta escribía la leyenda de los siglos de los caracoles…
Nombres tan fronterizos como Velázquez, Zurbarán, Tintoretto, Rafael, Camile Pissarro, Picasso, Amadeo Modigliani, Man Ray, Fernand Léger, Jacques Lipchitz, Paul Klee, El Greco, Solana, Henri Michaux, Dubuffet, Eduardo Chillida, Chardin, Valerio Adami, Edvard Munch, Joan Miró, Henry Matisse, Roberto Matta, Hans Hartung, Marino Marini, María Helena Vira da Silva, Antoni Tâpies, George Segal, Balthus, Max Ernst, Giorgio Morandi, Maurice Denis, Pierre Alechinsky, Víctor Brauner, John Chamberlain, Juan Gris, Braque, José Luis Cuevas, Francis Bacon, Alberto Giacometti, Rauschenberg, Julio Le Parc, Joseph Cornell, René Magritte, Duchamp, Rufino Tamayo, Afro Basaldella, Rafael Canogar, Alberto Gironella, Fernando de Szyszlo, Juan Soriano, Vicente Rojo, Frida Kahlo, María Izquierdo, Gerzso, Antonio Saura, Richard Serra, Josep Guinovart constituyen una primera y final apuesta de su visión estética. Es el arte de su tiempo, de su memoria, pero sobre todo de sus inclinaciones pictóricas. Geometría, abstracción, figuración, ilusionismo, realismo o simplemente: transfiguración del arte. W.H. Auden decía que hay que buscar y encontrar en la labor poética «diamantes en el barro»; Paz en cada línea, en cada reflexión sobre arte no sólo encontró diamantes sino respuestas. En breves poemas o ensayos, el poeta explora la revelación estética de diversos artistas. Experiencia única e inédita; cómplice, reflexiva, cazadora, incandescente. Sus firmes convicciones surrealistas —André Breton sobre todo— lo llevan a detectar el fuerte discurso estético y narrativo del informalismo europeo y la abstracción estadunidense. No le preocupa indagar en las retóricas de la historiografía del arte sino entender la pintura y su historia a partir de la poesía. Paz decía sobre las diversas generaciones que se cruzan en la historia que los artistas deben redescubrir el punto de convergencia entre tradición e invención: «Ese punto es distinto para cada generación y es el mismo para todas. Convergencia no quiere decir compromiso ecléctico sino conjunción de los contrarios. El arte de nuestros días está desgarrado por dos extremos: un conceptualismo radical y un formalismo no menos estricto»[5]. Vanguardias que se pierden y se transforman constantemente en el imaginario del poeta.
[caption id="attachment_754798" align="alignnone" width="2448"] Obra de Albert Rafols- Casamada[/caption]
Es conocimiento y, al mismo tiempo, recreación del concepto artístico. Es cierto, muchos de estos artistas con algunas sensibilidades próximas a Paz son los que sigue en su evolución constante. Sobre todo Miguel Ángel: La Capilla Sixtina; Picasso: completo; Gris y Braque: el cubismo; Degas: El baño, mujer enguagándose, Bailarinas en escena; Matisse: Las naturalezas; Cezánne: Vista del Estanque, Frutero, plato y manzana, Taza, vaso y frutas, Tres bañistas; Miró: Las constelaciones; Marcel Duchamp: Desnudo bajando la escalera, Rueda de bicicleta, Fuente, Con mi lengua en mi mejilla; Paul Gauguin: Los árboles azules, Perros corriendo en el prado, Visión del sermón, Pastor y pastora en el prado, La ronda de las niñas bretonas, La vida y la muerte; Chillida: El peine de los vientos, Elogio de la luz, Yunque de sueños; Tâpies: Los muros; Rauschenberg: Los objetos; Matta: sus universos poéticos, su mundo surrealista; Motherwell: su poesía lineal y abstracta. Éstos eran algunos de sus artistas preferidos del siglo xx. Ni abstracto ni figurativo, lo que gustaba a Octavio Paz era un arte que nos enseñara a ver. Cuando se situaba frente a una obra se dejaba poseer y dominar por ella. «¡Qué podemos comprender de un retrato de Rembrandt? —decía Francis Bacon— Nada»[6]. Octavio Paz agregaría: Miramos y sentimos una sensación irrepetible. Más tarde sus intereses artísticos crecieron: Léger, Moore, Masson, Klein, Esteban Vicente, De Kooning, Rothko, Morandi, Tinguely, Râfols-Casamada, Torres García y siempre Rufino Tamayo. De él aprendió a comprender el puente que se abrió entre el arte prehispánico y la modernidad del arte en México: «Mi aprendizaje fue también un desaprendizaje. Nunca me gustó Mondrian, pero en él aprendí el arte del despojamiento. Poco a poco tiré por la ventana la mayoría de mis creencias y dogmas artísticos. Me di cuenta de que la modernidad no es la novedad y que para ser realmente moderno tenía que regresar al comienzo del comienzo. Un encuentro afortunado confirmó mis ideas: en esos días conocí a Rufino Tamayo y a Olga, su mujer. Ante su pintura percibí, clara e inmediatamente, que Tamayo había abierto una brecha. Se había hecho la misma pregunta que yo me hacía y la había contestado con aquellos cuadros a un tiempo refinados y salvajes. ¿Qué decir?»[7]. La exploración de las convergencias, la búsqueda del comienzo y la excavación de los límites de la imaginación. «El relato —dice John Berger— no depende en última instancia de lo que se dice, de lo que nosotros, proyectando en el mundo algo de nuestra propia paranoia cultural, llamamos su trama. El relato no depende de ningún repertorio de establecido de ideas y costumbres: depende de su avance sobre los espacios»[8]. Ver, sentir, escribir se traducen en descifrar signos. A veces la cualidad de la imagen nos permite no sólo oír, sino ver la pintura, el eco que el silencio traza en el cuadro, en el dibujo, en la escultura. Ver un cuadro es escucharlo, repetía Baudelaire. A Juan Gris: lo vemos y lo oímos. El espacio de creación, el espacio de la página fue con frecuencia el tema de sus ensayos y de su poesía. El poeta fue consciente del poder transformador de la imagen poética y de la poética de la imagen. Juego inverso. Convergencia lingüística. El poeta espera en un páramo desierto, en una superficie incierta, en un muro en llamas, como dice en el poema que le dedica a Antoni Tâpies:
Sobre las superficies ciudadanas,
las deshojadas hojas de los días,
sobre los muros desollados trazas
signos carbones, números en llamas.
Escritura indeleble del incendio,
sus testamentos y sus profecías
vueltos ya taciturnos resplandores.
Encarnaciones, desencarnaciones:
tu pintura es el lienzo de Verónica
de ese cristo sin rostro que es el tiempo.
[caption id="attachment_754799" align="aligncenter" width="3264"] Obra de Ángela Gurrría[/caption]
Hace años nos vimos- casi siempre nos encontrábamos en París, Barcelona, Madrid y algunas veces en México-, y lo escuché en Barcelona en casa de Antoni Tâpies. Paz: era vehemente, brillante, devastador con el adversario. Un surrealista, un poeta, en suma. «No se trata —repetía Paz— de cambiar a los hombres como de acompañarlos, ser uno de ellos»[9]. Y ese fervor lo encontró en compañía de muchos artistas. A su entender, toda obra de arte es una traducción que desvirtúa una presencia real originaria. La negación y la crítica, fueron para él, la edad moderna. Y bien decía T.S. Eliot en su poema Coros de la piedra:
Pues las acciones buenas o malas pertenecen a un hombre sólo,
Cuando se yergue solo en el otro lado de la muerte,
Pero aquí en la tierra tenéis la recompensa del bien…[10]
Y, Octavio Paz fue un hombre sólo, un seductor intelectual único en su tiempo, que siempre intento dialogar con el otro, para hacerse entender, para dejar un registro luminoso de su paso por la vida. Fue un excelente observador de las convulsiones de las vanguardias artísticas de su tiempo. Imaginación pura. Un ejercicio de demolición crítica. Un poeta que al igual que Joseph Brodsky, Derek Walcott, Czestaw Milosz, Seamus Heaney, Adonis, Yves Bonneffoy, John Ashbery, José Hierro, José Ángel Valente, Wislawa Szymborska y John Bergen crearon un grupo de influencia fuerte en la poesía de la segunda mitad del siglo XX. A lo largo de setenta años el arte fue uno de los temas inacabables de una de las sensibilidades más brillantes y excepcionales del siglo xx.
[caption id="attachment_754800" align="alignnone" width="2440"] Octavio Paz y José Hierro[/caption]
[1] Octavio Paz, Cuatro chopos, en Los privilegios de la vista.Arte moderno universal 1, t. 6, Fondo de Cultura Económica, México, 1994
[2] Octavio Paz, op. cit.
[3] Josep María Castellet, Los escenarios de la memoria, Editorial Anagrama, Barcelona, 1988
[4] Octavio Paz, Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, Editorial Era, México, 1973
[5] Octavio Paz, prólogo al catálogo de la exposición de grabados Cartón y Papel de México, Museo de Arte Moderno de México, 1980
[6] David Sylvester, Entrevista con Francis Bacon, Debolsillo, España, 2013
[7] Octavio Paz, prólogo a Privilegios de la vista 1. Arte moderno universal. Círculo de Lectores, España, 1991
[8] John Berger, El sentido de la vista, Alianza Editorial, Madrid, 1985
[9] Jean Daniel, Los míos, Galaxia Gutenberg, España, 2012
[10] T.S. Eliot. Poesías reunidas 1909-1962. Coros de la piedra. Versión española de José María Valverde. Alianza Editorial, 1999, Madrid, España