Daniel Lezama llega puntual a la cita; lo observo caminar con un ritmo lento, mientras su mirada cruza la galería MAIA Contemporary que exhibe su obra Crisol, con la que corona 20 años de trayectoria, el hecho coincide también con sus 50 años recién cumplidos el mes pasado.
Lezama me saluda, es directo y observador, acomoda las palabras con las manos, me invita a degustar una bolsa de churritos de maíz que trae consigo, mientras se acomoda en el cuello la pashmina en tono verde pasto y su inseparable sombrero.
Habla con La Razón en el contexto mediático en el que se desarrolla la cultura actualmente, criticas la escasa importancia a la reflexión…
¿Cómo logras escapar de esa vorágine digital para crear? se le pregunta al artista.
“No me evado de nada, no me escapo. Soy tan adicto al celular como todo el mundo, pero tengo un universo cultivado durante toda mi vida; es mi mundo interno y ese espacio me ha llevado tener acceso a mi interioridad. Yo me puedo meter en mi universo en cualquier momento”, responde.
¿Cuándo supo Daniel que sería pintor?... ¡Cuando me di cuenta que no podía ser escritor, cuando tenía como 20 años! —Qué pasó, ¿quién te dijo que no escribías bien? —Ya había pintado antes. Mi padre era pintor, pero me interesaba la literatura; quise ser escritor, pero no podía, me trababa, no sé contar una historia; yo sé ver cosas en imágenes.
Aunque se define como un huevón, llegó minutos antes de la hora acordada a la cita; es cuidadoso en los detalles y puede dedicar hasta un año en arreglar coches antiguos, una de sus aficiones.
“Ahora todo me vale madres”, dice Lezama; sin embargo, recuerda la cantidad de visitantes que hubo el día de la inauguración de Crisol: “Vinieron mil 300 personas y eso también es un signo de la crisis en los museos públicos de México”.
[caption id="attachment_808173" align="alignleft" width="1034"] Sesión Golem, 2016, Óleo sobre tela, es una de las creaciones que incluye la exhibición. Foto: Galería MAIA Contemporary[/caption]
Crisol. Daniel es fiel a su pasado nómada infantil: “a los 15 años ya había vivido en 15 casas diferentes” confiesa a La Razón, al compartir que vivió en París y Estados Unidos. Recuerda la capital francesa en colores: “era gris, era negra, como de un color carbón”. Fue precisamente ese pasado que atesora a donde recurrió el artista para crear su obra actual.
“Viajé a muchos lugares cuando era niño, pero hay algunos que te marcan y se quedan en tu imaginario permanentemente. Fueron muy iniciáticos unos viajes con mi padre solos a las montañas (en Tlalmanalco)para mí fue un descubrimiento de una naturaleza que yo no conocía como niño de ciudad. La obra está inspirada en La Compañía, retransformada en una imaginación de lo que es un lugar que mezcla la naturaleza y lo humano, la industria y lo sagrado”.
Aunque el marco donde encuentra su inspiración es una fábrica abandonada, la narrativa de sus pinturas está más viva que nunca; colores intensos en los que los personajes se generan mutuamente entre el fuego y volcanes; la ficción también es un eje central en sus creaciones recientes…
“Ahora, de esquina a esquina, mis pinturas son importantes. Antes había más relleno…lo que mencionas sobre lo colorido, es por el fondo blanco que atraviesa los colores, obtienes un proceso de luminiscencia mayor. Fue un proceso de cambio técnico, pero también es un cambio conceptual; esta obra te habla de cosas no situadas en lo real, es una ventana a mi interioridad, a mi proceso, es como si observaras tras bambalinas…la ficción es un elemento central y la ficción pictórica implica grandes cambios de partes libres de construcción”.
Los personajes de Lezama también salieron de la pintura para encontrar una nueva expresión en la escultura…. “Me siento como nuevo, me revitalizó, estoy muy contento. Es otra cosa. Me invitó Mario Llaca, de Taller 138, a hacer escultura. Me trajo los monigotes, me puse a hacerlo como loco y en cuatro o cinco días ya los tenía; la sensación en la escultura es más satisfactoria, pero como mi mente es de imágenes, eventualmente lo físico se quiere proyectar en narrativa, y eso la escultura no lo puede hacer, tiene limitantes que la pintura no tiene”.
[caption id="attachment_808005" align="alignnone" width="696"] Hogar, 2017. Óleo sobre tela, es otra de las creaciones que incluye la exhibición. Foto: Galería MAIA Contemporary[/caption]
En el ámbito cultural Lezama sostiene una opinión crítica acerca de lo que sucede… “El gobierno no ha dado pauta a nada, históricamente los últimos cuatro sexenios ha sido un desastre total en término culturales. No es que antes estuviera muy bien, pero al menos había una prerrogativa en el imaginario nacionalista de crear una cultura mexicana y exponerla al mundo. Con el tiempo se ha ido deteriorando,”.
—Qué desearías que suceda a nivel cultural en tu país con la llegada de López Obrador, se le pregunta, “Me gustaría que en México el arte no fuera una labor casi de mercado negro; quisiera que hubiera un reconocimiento al crear arte, recibir y espectar arte… López Obrador es el padre que estaba desaparecido, así lo ve la gente; no digo que él sea eso, emocionalmente México es un país huérfano de padre y ésta es la vuelta del padre.
¿Qué hace Daniel cuando no pinta?— ¡Pinto!…hago muchas cosas, estoy en mi casa, me gusta viajar, disfrutar la vida, la pintura es una necesidad expresiva, pero podría pintar de manera ocasional. Pero el imperativo de la vida te dice que tienes que trabajar, hacer cosas. Pero soy huevón, me encanta relajarme, disfrutar la vida, pero eso cuesta”, concluyó el artista mientras me invita a recorrer su exposición; se acomoda el sombrero y la bolsa de churritos se termina.