La metafísica del béisbol: ideas platónicas detrás del diamante

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Por Alejandro Martínez Gallardo

Ningún otro deporte se presta tanto a especulaciones metafísicas como el béisbol. Es concebible, y quizá no sería del todo infructuoso, hacer una teología sistemática del béisbol o un estudio comparativo entre sus reglas y sus formas y el cosmos geométrico del demiurgo platónico.

El teólogo David Bentley Hart considera que el béisbol es sobre todo un juego que evoca el platonismo, el sistema metafísico por excelencia en Occidente.

A diferencia de los juegos oblongos, remarca Hart, el béisbol se basa en la figura del círculo, el cual Platón y Aristóteles consideraban la figura metafísica por excelencia y el movimiento perfecto, el de todas las cosas que imitan a Dios.

Lo primero que hay que decir es que el béisbol -parafraseando a Borges- consiente en su arquitectura, tenues intersticios por donde la eternidad del mundo se filtra (¿como un roletazo entre el tercera base y a línea de foul?)

Al menos esto es así en teoría, es decir, como algo sagrado que podemos contemplar.

Un juego que esquiva el tiempo

El béisbol es quizá el único deporte que contiene la posibilidad de convertirse en un juego infinito.

Como notó Roger Angell, una de las grandes plumas que ha tenido este juego, el béisbol es medido en outs y no con la vulgar tiranía de un cronómetro y sus unidades discretas de tiempo.

Técnicamente es posible esquivar la guadaña de Cronos y permanecer por siempre en la amplitud del jardín, en esa Arcadia que le pertenece a los dioses y a los héroes.

“Lo único que tienes que hacer es tener éxito; seguir conectando hits, mantener el rally vivo, y habrás vencido al tiempo. Permaneces joven para siempre. Sentados en las gradas intuimos esto, aunque sólo tenuemente. Los jugadores debajo —Mays, DiMaggio, Ruth, Snodgrass— nadan y se desvanecen en la memoria, la pelota flota hacia Terry Turner y puede que el fin de este juego nunca llegue.”

Una clase magistral de pitcheo

Más allá de la perfección del bat, del inning infinito, de la epektasis de seguir extendiendo el rally, “de gloria en gloria”, está el otro infinito posible, el de los extrainnings.

El equilibrio entre las dos fuerzas que se cancelan, que siempre se encuentran para anularse, el infinito de la perpetua homeostasis. Algo cercano ocurrió en 1920 cuando los Bravos de Boston se enfrentaron a los Robins de Brooklyn (los futuros Dodgers).

En la quinta, los Robins anotaron una carrera; los Bravos empataron en la sexta. Por las siguientes 20 entradas no hubieron más carreras. Fue una clase magistral de pitcheo; los dos abridores se mantuvieron impasibles en la lomita por 26 innings.

Finalmente los umpires declararon un empate a razón de que había caído la noche. Fue la oscuridad la que les impidió seguir jugando, cuando cansinamente coqueteaban con el infinito.

El hecho de que el juego no dure para siempre depende de las debilidades de la carne humana y las contingencias del mundo, lo cual no mella la perfección originaria de las leyes que el demiurgo ha impreso en el cosmos (y el juego).

La geometría del béisbol

En el Timeo, Platón escribe que cuando el demiurgo creó el mundo lo quiso hacer una criatura eterna y divina, pero esto era imposible, por lo cual lo hizo sólo una imagen de la eternidad.  Y explica que todas las cosas están hechas de geometría, particularmente de triángulos que conforman los llamados “sólidos platónicos”.

¿Acaso el diamante del infield no es también un sólido platónico, que se vuelve una “imagen móvil de la eternidad” cuando el umpire canta “play ball”, ese pequeño fiat lux en el que participa el hombre como imagen y semejanza de la divinidad?

El teólogo David Bentley Hart, un hombre de una cultura inmensa, separa el béisbol de juegos más rústicos (el “grano de la paja”), diseñados bajo una ruda geometría “oblonga”.

Para él, el béisbol se distingue por espejear “la geometría exquisita, la gracia fluida y la belleza sideral". No tiene una intención cruda, no intenta capturar el territorio contrario y en realidad nunca enfrenta a los equipos rivales en el campo.

los jugadores, como astros en sus órbitas, rara vez se tocan

Ángeles vigilantes

Es un deporte de conjunto pero sólo en parte, pues cada jugador está siempre en su propia zona vigilando los vértices que sellan la perfección del diamante; o en la soledad contemplativa de los jardines, como ángeles en las llanuras celestes.

Bart Giamatti, quien no sólo fuera comisionado de las Ligas Mayores, sino también un reconocido profesor de literatura en la Universidad de Yale, observó que “el ocio y los deportes son la forma que tenemos de reiterar nuestra sed de paraíso, de una libertad sin límites”.

El concepto central del béisbol es que el bateador debe regresar a su punto de partida, al home plate, haciendo un exitus/reditus neoplatónico, un regreso al Uno.

Para lograrlo puede tomar distintos caminos, todos ellos heroicos. Desde el sendero de un héroe hercúleo --un bateador de poder, un hijo de Zeus-- que se vuela la cerca, conectando un “cuadrangular”.

Hasta el camino más largo y sufrido de buscar embasarse, confiando en sus habilidades como corredor; tomando así un camino propio de un héroe como Ulises (¿ese Ty Cobb de los mares?), cuya gran hazaña fue regresar a Itaca después de la Guerra de Troya, haciendo alarde de su mētis, su gran maña y astucia.

Y en cierta forma cada vez al bat es una nueva oportunidad de regresar a casa, a donde nos espera Penélope o el mismo Creador.

Ulises vuelve a enfrentarse al canto de las sirenas y a las artilugios mágicos de Circe.

El pitcher lanza sus “dardos envenenados” (¡una slider o hasta una spitball!). Yogi Berra, ese gran filósofo del diamante, capta esta circularidad omnipresente en el juego:

“el béisbol es un como un déjà vu, una y otra vez.” La épica se repite.

David Bentley Hart ofrece una imagen paradójica donde es posible atisbar otro fulgor de la eternidad. Cuando se produce un bunt a lo largo de la línea de la primera base, esto obliga al infield a rotar en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que el corredor hace un movimiento contrarreloj.

El historiado Richard Rabinowitz compara a la “pequeña bola blanca”, que cuando es conectada de lleno “baila con una alegría salvaje sobre el muro del outfield”, con el Espíritu Santo.

Según dice el Evangelio de San Juan, el Espíritu Santo “sopla por donde quiere”, al igual que la pelota caprichosa, que sólo responde dócilmente al trato de un lanzador lleno de gracia y sólo renuncia a salir del parque para acoplarse al guante de un jardinero tocado por el dedo de Dios.

Por otro lado, para el equipo en el campo, dice Rabinowitz, la pelota es siempre el pecado que corre desde el inicio del tiempo, y que debe lavarse para poder acceder al reino prometido.

Pues difícilmente el pitcher y el equipo que cacha podrán alcanzar la perfección y con ella la gloria impoluta del eschaton. Un juego perfecto es medio boleto para Cooperstown, esa communio sanctorum a la cual acceden los beatos en el mundo secular.

El peregrinar de los equipos y la sequía en el beisbol

Ser un aficionado de béisbol también es emprender una peregrinación, una “noche oscura del alma”.

Los fanáticos de los Medias Rojas de Boston pasaron 86 años sin ganar una Serie Mundial (la llamada “Maldición del Bambino”) y los Cachorros de Chicago sufrieron una sequía de 106 años.

Como apunta Hart, eso es más del doble de lo que sufrieron las tribus de Israel en su Exodo en el desierto

Hart, aficionado a los Orioles de Baltimore, considera que todo indica que los fanáticos de éste equipo deben prepararse para un tiempo de desolación similar, y deben ahora andar a tientas “a través de la oscuridad, guiados sólo por las luces menguantes de la memoria y la llama parpadeante de la esperanza, sin saber cuándo la noche llegará a su fin, apoyándose en la sagrada promesa de que quien persevere hasta el fin será salvado.”

Los Palacios de la Memoria

Este largo éxodo, está condición de caída y extravío, al menos es templada por los flashes de viejas glorias; recuerdos edénicos que por momentos se mezclan con la imaginación y parecen ser también anticipaciones del cielo, del “octavo día”, de la parusia.

Roger Angell considera que la particular atracción que el béisbol ejerce en el aficionado tiene que ver con lo que llama “el estadio interior”, algo así como una espontánea construcción de “palacios de la memoria”, como practicaba el mago y filósofo Giordano Bruno.

Debido el ritmo pausado del béisbol, las claras y límpidas líneas del diamante y la nítida separación entre los jugadores, que rara vez se interponen y salen de sus espacios predeterminados, el juego fomenta una cualidad de atención distinta, más contemplativa, que hace que se graben indeleblemente ciertas secuencias.

Más que en otro deporte, el béisbol activa la imaginación en el aficionado

Angell explica que esto no es algo que se traslade a la televisión, pero los fanáticos que visitaban los parques de pelota llegaban a memorizar las acciones de sus peloteros favoritos y a revivir ciertos momentos emblemáticos en el “estadio interior”.

Angell recuerda diáfanamente ciertos momentos como si estuvieran siendo proyectados perpetuamente en la pantalla de la mente. Como esos hologramas que proyectaba el Dr. Morel en su isla fantástica.

Y allí está Babe Ruth en el Yankee Stadium, “la casa que Ruth construyó”, usando un “guante nuevo amarillo”, moviéndose como un “un bailarín de ballet hinchado, de pies y tobillos casi femeninos”

Cuando hacía swing y fallaba, la fuerza de su bat dejaba como una estela tempestuosa en el estadio.

“Las figuras y las ocasiones regresan, sonidos inmensos surgen y reverberan y el estadio interior se llena de luces: aparece la imagen de un joven pelotero --el héroe perfectamente memorizado--, acaba de completar su inconfundible swing y ya se enfila a primera.”

Esta riqueza de la imaginación sin duda tiene que ver con todo ese tiempo expectante --que sólo le parece “tiempo muerto” al aficionado acostumbrado a deportes más veloces y telegénicos como el fútbol americano--, en el que se produce una mezcla única de “tensión y relajación”.

*    *   *

Pese a que el béisbol puede considerarse un intento de representar “‘la danza celestial’ dentro del reino de la mutabilidad” es una imagen de la eternidad. Pero no es la eternidad misma.

Quizá algún día alcanzaremos a ver la forma pura, cara a cara, en un juego sin final. Mientras tanto sólo queda ese otro juego, no menos delicioso, aunque propio del filósofo y no del héroe, que es la pura especulación metafísica, tan prolífica en analogías.

Y es que ningún otro deporte se presta tanto a especulaciones metafísicas como el béisbol.

Citas y referencias bibliográficas de:

http://www.firstthings.com/article/2010/08/a-perfect-game

http://newrepublic.com/article/62901/baseball-the-mind

http://reprints.longform.org/roger-angell-stadium

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