ASÍ SEA

larazondemexico

Las antorchas iluminaban cada rincón de los túneles, brillaban con tal intensidad que hacía que entrecerrara los párpados para limitar la hiriente luminosidad. Todos sus sentidos estaban en estado de alerta, la luz lo ponía en estado hipersensible, lo hacía sentirse expuesto y en riesgo, toda su memoria celular lo impelía a buscar el resguardo y la seguridad de la oscuridad pero, su razón lo hacía caminar por el centro del camino a pesar de que deseaba pegarse a la pared, hacerse pequeño, huir del riesgo. Ese era el motivo de su semana sagrada, agradecer mientras se teme, saberse expuesto mientras se confía en la protección de algo más grande que todo su universo.

En la caverna principal se encontraban todos los de la tribu, sus padres transitaban del orgullo al llanto mientras sus 42 hermanos permanecían en silencio, los pequeños no estaban y agradecía eso, si el estaba temblando y sabía que era lo que seguía, no quería saber la impresión que podría provocar en los cachorros.

Tomó aire y entró al círculo. Los mayores lo rodearon entonando un cántico gutural que hacía vibrar sus terminaciones nerviosas, sentían como le aplicaban los ungüentos sagrados por cada rincón de su cuerpo mientras oraban esperando que el Único lo protegiera y lo trajera de vuelta. En un punto dejó de escuchar y empezó a orar, siempre lo hacía como si fuera una plática, como si no le hablara a a un ser omnipotente y omnipresente sino a su mejor amigo, a ese que le susurraba en las noches en que los crujidos de tierra amenazaban con sepultarlos a todos, ese que lo despertaba momentos antes de que sonara la alarma de inundación. La relación que tenía con su Dios era diferente, era mucho más íntima que los rituales que los hacían seguir desde pequeños, estaba más allá de las visitas obligadas a los recintos benditos, él hablaba con Él en cualquier lugar, en todo momento y no obstante, nunca se atrevió a decírselo a nadie, era su secreto o quizá lo guardó como tal para evitar el señalamiento que sabría que vendría al decir que escuchaba voces, no importaba que su sociedad girara sobre su religión, el hecho de decir que hablaba directamente con Él podría ser considerado como blasfemo y sacrílego, además, le daba una flojera supina tener que estar dando explicaciones. No, era mejor que las charlas privadas quedaran privadas así fueran con un ser omnipresente.

Estaba tan inmerso en sus recuerdos y en la charla unidireccional que no se dio cuanta cuando la oración terminó y hubiera seguido así si el sacerdote no hubiera clavado su garra en el hombro en señal de que era su turno, sorprendido, tardó unos instantes en retomar el hilo de la ceremonia y dar la respuesta adecuada...“Así sea” tronó la caverna.

Inspiró y expiró dos veces antes de encaminarse al “ascenso”, ese túnel era el único que estaba iluminado permanentemente, la luz lo hubiera cegado si no fuera por el camino previo que había adaptado su vista a un entorno no acostumbrado, conforme se acercaba, la temperatura aumentaba, al principio de manera imperceptible pero conforme avanzaba, el bochorno se transformó en insoportable, su pelaje empezó a humear mientras que el ungüento sagrado impedía que sintiera el agobiante calor, el túnel se estrechaba y el mismo ungüento afectado por la temperatura, tomó una consistencia aceitosa que le permitía deslizarse entre las claustrofóbicas paredes, paredes que dejaron de ser roca para transformarse en otro material, uno trabajado por manos desconocidas con técnicas que nunca conocieron. Después de lo que pareció una eternidad, el túnel, ahora liso y circular se abrió a una gigantesca cámara, imposibles ruinas de construcciones hechas de una extraña piedra rectangular se alzaban aún entre el ceniciento paisaje, enormes llamas ardían en lejanía y un minúsculo círculo naranja se veía entre las nubes de hollín que hacían gigantescos remolinos que con todo y su presencia amenazadora, eran mucho mejor que los enormes espacios infinitos que dejaban entrever cuando se abrían. Era la peor pesadilla, era el infierno en su terrible majestuosidad.

Era más de lo que su mente podía soportar, su instinto cubrió su razón y se hizo pequeño mientras corría a un rincón oscuro conformado por el derrumbe de gigantescas piedras rectangulares y como cada vez que estaba asustado... oró... y recordó.

“En inicio no sabíamos quienes éramos, nos temían, les temíamos, nos cazaron sin descanso y solo multiplicándonos y escondiéndonos podíamos sobrevivir, la oscuridad era refugio y paz, comer, crecer y multiplicarnos. Gigantes bípedos lo dominaban todo, eran nuestra desgracia y nuestra plenitud pues en su cercanía encontramos el mejor espacio para habitar, donde ellos estuvieran, nosotros lo estábamos pero, aún no sabíamos nuestro lugar en la existencia hasta que llegó el primero, de un blanco prístino, con habilidades adquiridas en un aprendizaje obligado por los terribles gigantes, torturado, pinchado, muerto mil veces, resucitado en cada una y de su camada surgieron los maestros que protegieron al pueblo elegido mientras enormes fuegos caían del viento arrasando todo...”

El antiguo recitar de su infancia cobraba otro sentido, la oración enseñada, esa a la que nunca le había prestado atención por su cercanía con el Único, ahora era perfectamente plausible... “De la expulsión y el fuego del viento nacimos, bajo tierra crecimos, lejos del infierno de arriba, en el frescor de abajo, donde todo proviene de Él. La paz encontramos en la lejanía de la tentación del gigante que parece dar para arrebatar. Solo hay uno en quien confiar, el que todo da sin pedir, ni exigir. Creemos en que hay vida más allá, allá arriba y que lo que nos fue arrebatado nos será concedido cuando seamos puros, cuando no exista ira y envidia entre nosotros y cuando quien ascienda... vuelva con la buena nueva... así sea”

Orar le dio valor, siempre sucedía así, tomó su temor y lo escondió en un lugar de su mente mientras salía del oscuro agujero, tenía que ver, aprender, entender, confiar y esperar a ver si las señales se alineaban indicando que era el momento de regresar. Ahora entendía el motivo por el que salíamos, el aprendizaje continuo de cosas que nunca había visto pero que eran parte de la fe, parte del creer sin ver, ahora entendía que solo algunos ratones como él, podían creer sin necesidad de pruebas, que podían entender como funcionaba su sociedad y más aún, porque eran sacrificables. Si todo lo dicho en el recitar era verdad, sabía que encontraría a los que “pegados al suelo se arrastran” y a los que “en el mar, ciegos devoran”, que el fuego no era natural y que probablemente nunca se apagaría, que bajo tierra solo quedaban ellos, que algún día, teniendo fe podrían salir y crecer y multiplicarse pero que mientras eso no sucediera, la mayoría de ellos, los que no presentaron nunca, signos de desarrollo racional, los que no tenían el gen del primero, servirían como alimento hasta que su sociedad pudiera nuevamente correr libre bajo lo que ahora entendía como cielo...

Entendió muchas cosas en un simple vistazo pero la roca que era su relación íntima con su Dios, la sintió fracturarse ¿Con quién hablaba? Una minúscula proporción de los “descendientes” enloquecían y se tornaban “rabiosos” por los que había que dormirlos, ¿podría estar loco? Ya no lo sabía y ahora, justo en este momento de epifanía, oraba a su forma y nadie respondía. Quizá no volvería nunca y eso, tal vez, fuera lo mejor, narrar lo que ahora veía sería terrible para la fragilidad de su sociedad, aún no estaban listos para la verdad.

Fuera como fuera... Así sea.

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