“Un enamorado de la vida, su ciudad y sus barrios”, así definió su hija Marcela al escritor, periodista, cronista y guionista Armando Ramírez, quien dedicó su vida a crear literatura popular y a darle voz a los habitantes de los colonias y sectores marginales de la Ciudad de México —especialmente Tepito, el barrio que lo vio nacer—, y que falleció ayer, a los 67 años de edad.
Armando Ramírez recorrió las calles de la ciudad, infinidad de veces, pues como decía “¿qué tanto es tantitito?”. Las exploró en todos sus rincones y se dejó cautivar.
“Era un amigo de las letras, un irreverente atrevido para contar de la ciudad, porque la conocía desde abajo, al igual que a su gente. El caminó abajo, no como muchos de los escritores que dicen conocer a la gente, cuando no tienen ni idea de cómo es; él hablaba con todos: el zapatero, el ama de casa, el trabajador, el bueno, el malo, con el político”, así lo recuerda en entrevista con La Razón Virgilio Carrillo, iniciador de la parte teatral del colectivo Tepito Arte Acá, el cual Ramírez fundó en 1974 junto al artista plástico Daniel Manrique y a sus vecinos deseosos de expresarse a través de murales.
“Era experto en los aires urbanos, en sus colores; realmente caminó la ciudad, llegó a sus lugares más recónditos… él era el pilar de la cultura popular de a deveras, no como los progres”, abundó.
“Él supo supo vender su punto de vista sin trastocar sus narraciones; la gente de Tepito que leía sus libros lo respaldaba porque les gustaba lo que les decía; él juntaba las letras y éstas se hablaban de tú, fue un gran ser humano y escritor”
Virgilio Carrillo
Tepito Arte Acá
“Asumí la actitud de barrio y el hecho de la irreverencia de aquella época que se refleja en los jóvenes” , dijo el escritor a La Razón en 2015.
Nació del amor de un boxeador y una ama de casa; y aunque quizá en cierto punto de su vida salió de Tepito, éste jamás salió de él: fue uno de sus personajes principales, al igual que sus decadentes habitantes, de su producción literaria; era un experto en plasmar el color y los olores de sus calles, empleando el fino y filoso lenguaje tepiteño con el que creció, y cuyo acento jamás se le quitó, basta recordar su frase: “¡Ay, ojitos pajaritos!”.
Pudo adentrarse al mundo de la literatura gracias a su abuelo, quien le enseñó a leer y escribir. Estudió en la Voca 7, época en la que publicó pequeños cuentos en Jueves de Excélsior, inspirados en las anécdotas que los borrachines, boxeadores y carteristas de su colonia le contaban.
A los 19 años escribió su primera novela: Chin Chin el teporocho —considerada “un verdadero documento antropológico de la marginación y la pobreza”—. El impacto que tuvo fue tal, que en 1975 Gabriel Retes la adaptó a la pantalla grande, recibiendo con la producción el Ariel a Mejor Ópera Prima.
Su conocimiento barrial lo llevo a colaborar en los diarios Sucesos para Todos y Unomásuno; a salir en programas Tianguis y A capa y espada. Fue jefe de información del primer noticiario cultural del país: Hoy en la cultura, de Canal Once; y hacía cápsulas para Matutino Express.
En enero fue internado en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía por una afección en la columna vertebral. El diputado Jorge Gaviño solicitó ayuda a la Comisión de Protección a Periodistas del Congreso de la Ciudad de México para atender su salud.
3
Por Armando Ramírez
Los objetos de la cultura sonidera ahí estaban: carteles anunciando los bailes en las calles o en salones, tocadiscos, aparatos reproductores, bafles, mezcladoras, focos antiguos, lámparas, equipos de iluminación, micrófonos, antiguas de la marca del perrito, RCA [...]
Había amplificaciones de fotos antiguas de los bailes en las vecindades, de las razzias o redadas, como se les dice ahora; en los bailes, se ve a granaderos golpeando con su tolete a los jovencitos, fotos donde los jóvenes son rapados en el patio de la Procuraduría.
La exposición era una verdadera ambientación de la cultura de los bailes callejeros. Me sentí solo y lo estaba en la sala de la exposición, que era muy hermosa y tenía la adecuada iluminación y una museografía sobresaliente —se veía que el curador estaba empapado de la cultura popular de los barrios de la Ciudad—, pero a pesar de todo esto, no había ni tan siquiera un visitante viendo la exposición o sólo uno, si me cuento yo. En mi mente, la confusión reinaba.
Estaba en mis cincuenta y la nostalgia de esos días por el barrio era más fuerte que nunca, tal vez se debía a la separación con mi pareja, los vacíos que se crean y las ganas de ocuparlos con recuerdos.
Fragmento de su último libro Déjame
Algunas de sus obras
Lo más notable de su lírica popular.
Chin Chin el teporocho (1975)
Pu (1980)
Noche de califas (1983)
Quinceañera (1987)
Me llaman la Chata Aguayo (1994)
Sóstenes San Jasmeo (1998)
La casa de los ajolotes (2000)
El presidente entoloachado (2007)
La tepiteada (2007)
Déjame (2019)
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