La Habana 500 años de belleza cultural

5ed0cecacb61f.jpeg
Foto: larazondemexico

La Villa de San Cristóbal de La Habana cumple medio milenio: Pánfilo de Narváez, su fundador, se dio cuenta de su favorecida ubicación frente a las costas del Atlántico Norte y las características privilegiadas de su bahía que la convertirían en un importante centro comercial. Sitio de concentración de las naves españolas (Flota de Indias). “Llave del Nuevo Mundo y Salvaguarda de las Indias Orientales” por Decreto Real. La Habana con su escudo propio representado por El Morro, La Real Fuerza y La Punta. Torreones que defendían la villa. No hay estrellas vencidas en su cielo. Nunca polvo ni soledad ni ausencia. El aire, unas manos vacías que acarician el tiempo. La Habana, una muchacha de ‘llama viva’ que bailotea eterna sobre la noche de la muerte.

Te puede interesar: “Orozco y Siqueros. La historia personal”: Raquel Tibol

Aquí está la Metrópoli que sopla corolas de luz sobre el mar que la acecha. / Patrimonio arquitectónico donde se empalman índices africanos, europeos y nativos. La Catedral, la Plaza de Armas, el Castillo del Morro, el Gran Teatro, el Capitolio, el Palacio Nacional de Bellas Artes, la Plaza Cívica con el mausoleo de José Martí y el Malecón que traza la línea con las espumas violentas del mar hambriento: besos de labios ávidos que  empapan el ánimo de los pobladores. / Una caverna de música cruza el albor: latido que llega y protege el secreto de la ortiga. / “La ciudad es la llama del silencio / Golondrina a solas en la más remota luna / Deshecha suavemente de plumas y de duelo / Bajo el fluir del llanto / Busca las cenizas de sus hijos” (Gastón Baquero).

Pero, La Habana más que una ciudad se alza como una alegoría. Ella, un paisaje sosegado y piadoso de leopardos que beben perfumes de abedules y sombras. Miro en los recovecos de la memoria a la espesura grasienta de la bahía. La lanchita me lleva a Regla, una concordia de Lecuona me mitiga la tristeza: un agua de cristal murmura el arco iris que se quedó allá en los zaguanes, en la convulsión sonora y sedienta del amor ansioso por Ella: La Habana, hebras derramadas entre los vientos. / Ciudad delirante que aceleró mis pasos sobre el mediodía. Me gustaba escuchar el suspiro del barco griego apostado en la colora de la agónica ensenada.

[gallery order="DESC" link="file" size="full" td_select_gallery_slide="slide" ids="eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMTFcLzI2LTE2LmpwZyIsInRpdGxlIjoiMjYtMTYiLCJjYXB0aW9uIjoiVW5hIGRlIGxhcyBjYWxsZXMgZGUgbGEgY2l1ZGFkLiAiLCJhbHQiOiIiLCJkZXNjcmlwdGlvbiI6IiJ9,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMTFcLzI2LTI2LmpwZyIsInRpdGxlIjoiMjYtMjYiLCJjYXB0aW9uIjoiRWwgY2FzdGlsbG8gZGVsIE1vcnJvIHkgbGEgYmFoXHUwMGVkYS4gIiwiYWx0IjoiIiwiZGVzY3JpcHRpb24iOiIifQ==,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMTFcLzI2LTQzLmpwZyIsInRpdGxlIjoiMjYtNDMiLCJjYXB0aW9uIjoiRWwgR3JhbiBUZWF0cm8gZGUgTGEgSGFiYW5hLiIsImFsdCI6IiIsImRlc2NyaXB0aW9uIjoiIn0=,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMTFcLzI2LTM0LmpwZyIsInRpdGxlIjoiMjYtMzQiLCJjYXB0aW9uIjoiRWwgQ2FwaXRvbGlvIGRlIGxhIGNhcGl0YWwgY3ViYW5hIiwiYWx0IjoiIiwiZGVzY3JpcHRpb24iOiIifQ=="]

Cuando llueve en La Habana, la llovizna humedece la sima de la noche. Se pronuncian nombres sin designios. Una voz se despliega en el vértice del ocaso. Un bolero de Bola de Nieve asciende en merodeo invisible: acecho del sueño. “Y pasa el muchacho con su rocín / y grita, / y la tierra se estremece por el cuchillo de su voz” (Clara Janés). / Yo soy ese muchacho que modula un bolero que no acaba. El piano pronuncia un acorde triste. La Habana, constelación que arropa mi cuerpo errante. “Porque después de todo hay que anticiparse a la destrucción, / Destruyendo a nuestro gusto cuanto amamos” (Gastón Baquero). El fuego siempre santifica: yo calciné a La Habana, las llamas corrían abrasando el Paseo del Prado, sedientas, absorbiendo las resinas de los árboles. ¿Existe La Habana o no es más que una ofuscación de aquellos que crecimos en el álgebra de sus calles?

En la esquina de Prado y Neptuno, Lorca nunca encontró la redención. En el cementerio de Colón están los muertos que todavía espero. / Veo a Lezama en los resquicios de Trocadero. La franquicia fue prohibida. “Deseoso es aquel que huye de su madre” (Lezama Lima). / Camino en movimientos insomnes por Malecón, Calzada del Monte, San Lázaro,  Mercaderes, Galiano, Carlos III, Quinta Avenida, Callejón del Templete. Amargura es el nombre de un paseo en La Habana. En San Juan de Dios besé a una muchacha de pelo negro en el crepúsculo.

“La eterna miseria que es el acto de recordar” (Virgilio Piñera). Sesenta años de abandono y La Habana porfiada sigue en pie. Paralizada en las estaciones de una nostalgia de “La maldita circunstancia del agua por todas partes” (Virgilio Piñera): Y el mar. El mar y la travesía del Obispo. El mar y la calle Zanja. El mar y la avenida 23. / La antorcha de la imagen de La Habana se me convierte en fugitivas líneas. Altanera como sus hijos, ahí está la Villa de San Cristóbal, altiva frente a los surcos de la irradiación: 500 años, ondulante y luminosa.

Temas: