Redescubriendo a Ana María Matute

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Foto: larazondemexico

Los dos primeros libros de Ana María Matute (Barcelona, España, 1925- 2014), Fiesta al Noroeste (Premio Café de Gijón, 1952), Los hijos muertos (Premios de la Crítica, 1958 y Nacional de Literatura, 1959), llamaron la atención por la fuerza estética del lenguaje y la radicalidad de su planteamiento literario. El interés se elevó a asombro con la aparición en 1959 de la trilogía -Los mercaderes- formada por Primera Memoria (Premio Nadal, 1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969). Ésta última recientemente reeditada por Editorial Destino. Aunque comparte algunos personajes, se trata de una novela autónoma que nos descubre, de nuevo, el universo narrativo de Matute. Por medio de un lenguaje en estado permanente de incandescencia, esta trilogía nos lleva por una trama que se articula en torno a los monólogos, desasosegados y vibrantes, de los diversos protagonistas. Todos ellos se debaten entre los intereses familiares y la afirmación de la propia personalidad, entre el amor y el temor a la soledad, entre el deseo de venganza y la aceptación de la realidad. Así, atrapa los secretos empecinadamente ocultos y los momentos que iluminan la existencia, se descubre benéfica la reconstrucción de la memoria.

Su obra Olvidado rey Gudú (Espasa Calpe, 1997), supone una forma radicalmente nueva de entender la literatura. Sus estructuras narrativas son una consecuencia directa de la realidad cotidiana; reventando los códigos estéticos de sus contemporáneos, su prosa tentacular mimetiza los sistemas del paradigma cultural en que vivimos: el vértigo de las comunicaciones, el exceso de información, los iconos de la cultura pop. Me decía Matute: “Es curioso: tengo 85 años y muchos proyectos, pero de repente te das cuenta de que ya no tienes demasiado tiempo para hacerlos”. Este 2010 le acaban de dar el Premio Cervantes de Literatura. Recuerdo su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua: Defensa de la fantasía, donde afirmaba que” la primera vez que leí la palabra bosque en un libro de cuentos, supe que siempre me movería dentro de su ámbito”. Y continúa: “escribir, para mí, ha sido la constante voluntad de atravesar el espejo de entrar en el bosque”. La obra de Matute insiuste, en el tema no sólo de la guerra civil, sino en la memoria, esta vez llegando hasta su consecuencia última: la memoria de la infancia, la soledad, laincomunicación, la mezquindad, la fantasía que en Matute se evidencia como una obsesión total en su discurso narrativo.

Hay una gran intensidad y una gran fuerza en los libros de matute que confieren el valor de una obra que continúa su desarrollo, puesto que el planteamiento de una gran autobiografía ofrece al lector múltiples pautas para un mejor conocimiento de la complejidad de una escritora que rinde homenaje a una experiencia humana, poco habitual; alquien que, pese a todo, entiende que la soledad de esta vida estáen actuar desde una ética de la autenticidad propia. Primera memoria, resulta así, una novela comprometida desde una óptica personal, esbozada desde su propia actitud que abogaría por la lealtad a la literatura.

Matute elaboro un proyecto narrativo que bien puede concretizarse dentro de una belleza extrema. La crueldad de sus textos – esgrimida tantas veces por sus detractores- no es sino una manera de aceptar todas las contradicciones espirituales sin encontrar una solución; su literatura llegó al límite del realismo moral, y un planteamiento fundamental de todos y cada uno de sus problemas planteados en su extensa obra exige una explicasión que bien puede deberse a la a asunción plena de una responsabilidad total. Es ahí donde reside la grandeza de la obra Ana María Matute, esa mezcla inédita y única, tan llena de horror y belleza imaginativa.

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