De la natividad y San Francisco

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Foto: larazondemexico

Antes de su retorno a la fe, Giovanni Francesco de Bernardone, encarnaba el típico perfil de un joven perteneciente a la adinerada aristocracia de Umbría, Italia.

Tocado por la línea romántica y caballeresca de su tiempo, Francesco creció en el ambiente de los trovadores, las fiestas y las conquistas amorosas; amante del gozo, la banalidad y el bullicio, Bernardone mostraba un completo desinterés por los estudios y los negocios familiares.

La guerra entre Perugia y su ciudad, Asís, marcan un alto definitivo en la vida disipada de Francisco, quien además de permanecer un año en prisión, cayó gravemente enfermo.

Cerca de la muerte, entre las alucinaciones y delirios que marcaron su breve estancia en Apulia, Francesco escuchó una voz celestial que lo alentaba a “servir al amo y no al siervo”.

Al poco tiempo volvió a Asís, desfigurado y sin sus ricos ropajes, renunció a la herencia de su padre y continuó su travesía.

Quizá aludiendo al apostolado de Cristo, lo siguieron 11 ilustres religiosos con quienes visitó al Sumo Pontífice Inocencio III quien, después de largos debates -sobre todo por la insistencia del grupo por vivir en la más completa  pobreza- le otorgó el permiso de fundar una nueva orden religiosa.

La historia encuentra su punto climático en 1224: Francesco recibe milagrosamente los estigmas de Jesús en el marco de un ayuno de 40 días en el Monte Monte Alvernia.

A partir de este evento el hombre se vuelca en una batalla contra sus propios instintos, vela por los pobres, los enfermos y los segregados, deja de lado su ilustre bagaje para acercarse como pocos a los leprosos, se ensimisma con el estudio de las sagradas escrituras para vender todos sus bienes y consagrase a la puesta en marcha del Evangelio.

Antes de ser canonizado, San Francisco de Asís, se dedicó a honrar a Dios y sus manifestaciones --mostrando un respeto atípico para su época por los animales y la naturaleza-- soportó burlas, el desprecio de lejanos y cercanos, la incredulidad de otros y la indiferencia de muchos, pero al final continuó, luchó, defendió su ideología e hizo historia.

Decidí retomar a este ilustre personaje en estas fechas tan significativas para honrar a uno de los primeros defensores de los Derechos Humanos y del medio ambiente y recordar que la tradición de exaltar la natividad con los célebres nacimientos se debe a su inspiración.

Resulta que con el propósito de glorificar el nacimiento de Jesús, Francisco escenificó el pesebre de Belén con una puesta en escena en la que que involucró a personas cercanas y animales, generando una poderosa usanza que permeó en la cultura europea, enriqueciéndose en nuestro país durante el Virreinato.

Hoy, entre los nacimientos de plástico made in China, los arbolitos desechables, las felicitaciones masivas de Navidad en redes sociales y un México desesperado que le pide clemencia al crimen, a los desencuentros y a las divisiones, vale la pena subrayar ¿y porqué no? incorporar como propios los valores y retomar, pero desde una perspectiva contemporánea, la vida, las batallas y la obra de este hombre, estandarte de la renovación y la empatía.

¿Que tanto estamos dispuestos a hacer en defensa de la verdad, de las ideas, de lo realmente legítimo?

Ahora sí: Muy felices fiestas.

jmg

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