“La memoria es conciencia de la pérdida del presente, conciencia en tránsito…”
Antonio Gamoneda
Escribir es el reino de la libertad. La escritura, se dispone como un espacio sin frontera, pero habitado, sí, como una realidad única. La realidad es el insomnio; la poesía, el sueño. Tras más de 30 años de dedicación a la literatura –Matus ha escrito cuento, novela, ensayo y poesía- y una importantísima trayectoria como académico. Estudió Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la maestría en Creación Literaria, en la Universidad de Texas, en El Paso. Ha sido profesor-investigador en el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la Universidad Autónoma Benito Juárez, de Oaxaca. Sus cuentos recogen historias que giran alrededor de la mitología y las costumbres populares del Istmo de Tehuantepec.
Matus es un buen poeta, en cuyo haber se cuentan varios libros. Sin embargo, su recepción crítica debería ser mucho mejor. No me cabe duda de que esta desatención ha mermado su difusión entre los lectores, y no porque crea que la crítica en México, actual posee la autoridad suficiente como para orientar las preferencias del público. Su evolución poética debemos anotarla en el creciente enriquecimiento de los motivos y afinamiento y abundancia de las matizaciones. Parte esta poesía de dos miradas totales: la interior y la física, que se entrecruzan. Señalo con ello cómo esta poesía es directa consecuencia de la vida de este hombre: poeta a la orilla de su propia tradición del Ismo de Oaxaca. Para cantar a su tradición se vale de una poesía que es a las veces definición, meditación y oración.
Su libro de madurez es: Sol que enciende sueños, un único poema extenso y, además, todo él consiste en un diálogo sin que haya una voz narrativa, una pura dramatización. El texto pone en escena a tan sólo dos personajes. Uno es el lenguaje, y el tratamiento se aleja del paródico con que suele aparecer en la poesía contemporánea. El referente, naturalmente, es Góngora y su Fábula de Polifemo y, de hecho, de este poema se toma un verso que figura como lema, otro más se inscribe en el texto y aún hay alguna deuda más, como “luz dudosa”. El lenguaje, parece, negar al lenguaje, y el resultado, es hacer poesía, poesía. El tono elegíaco convive con los impulsos del presente, con la memoria del presente, que se conjugan en el no-tiempo del texto. En momentos, se abren grietas en la temporalidad. El tiempo es, en efecto, una de sus principales obsesiones,
y a su abolición se aplica con las armas del lenguaje. El recuerdo, la constancia de los días ya pasados, que impregna casi toda su obra – incluyendo su narrativa -, y frente a ella se alza el instrumento unitivo, liberador, del poema. Se lee también el verso final del soneto XCIV de Shakespeare, pero Sol que enciende sueños no quiere ser una imitación de la poesía clásica. El otro participante en el diálogo, o disputa, pues las posiciones son encontradas durante todo él, se nos presenta como un “viejo y solo”; es un hombre que ha vivido, que ha amado y ha escrito, pero que ahora ha tomado conciencia del paso del tiempo, siente cerca la muerte y descree del valor de su vida y de su obra. Alguien que, habiéndosele mostrado la belleza, creyó en lo absoluto y sabe ahora que todo fue vano. Matus va siempre a la poesía, como creador o crítico, dejándose sorprender por ella, con sensibilidad y fe, y tal vez no se otra la disposición que exija de nosotros la lectura de su obra extensa. Esta es la conciencia del poeta: la dicha que produce la revelación, la afirmación de la intensidad de la vida. El hecho de la creación tiene un cuerpo enigmático: es “gozo” y, a la vez, “una espléndida sombra de tristeza”. Ese es el canto de la poesía de Matus.
“El momento de gracia- dice John Berger- si llega, es cuando te asombra descubrir que aquello que tu pincel acaba de añadir no es un color, no es ni siquiera un tono, sino una cosa…”. En ese instante de gracia, de lucidez constante palpita la obra poética de Matus. Una pincelada feliz, siempre esquiva, hecha de palabras que simplifican su vida. Quien escribe poesía hoy, es un acto de resistencia que crea certidumbre. Sol que enciende sueños es un diálogo, un acto de fe, de esperanza. Conversa con la piedra mohosa de una estatua que le recuerda de forma insistente -las descripciones modernamente barrocas sobre la decrepitud del sueño- que tampoco nunca estuvo vivo, que sólo es un engaño para añadir a su desengaño. Que por andar tras él en los jardines -locus amoenus reiterado que en realidad ni fue nunca su locus ni amoenus-, “Yo soy el sueño donde todos caben / la visión de la más clara luz/ la brújula y el ancla de una barca…”. Que se deje “llevar por los sentidos” y que se agarre a esa vida que aún le queda y rechaza. Pero es un diálogo de sordos. La cadencia aluvial y ramificante del poema recuerda en sus mejores momentos la fluidez multitudinaria de Espacio, de Juan Ramón Jiménez, y su energía celebratoria. Su poesía deviene, de este modo, muscular y sustancial, sin festones ni algarabía.
El poeta desea una vida luminosa, y escoge como espacio ideal la memoria. Ella, aun siendo recién conocida, nunca es extraña. Es la compañía fiel para el solitario; las referencias a la infancia y adolescencia son constantes. Allí donde encuentra la luz, el deseo y el ocio ( por el que percibe “ la eternidad del tiempo” del que hablaba Luis Cernuda. La contemplación de la vida, cuando nada la enturbia, es una dicha; entonces
se percibe la luminosa brillantes de la memoria. Y pienso en algo más hondo, el hallazgo de algo que hace menos imperfecta nuestra vida, es lo que Matus cree ver en ese mundo cantado, lo que le indujo a su exaltación. El nuevo espíritu, la realidad más honda, la ve el poeta en la exactitud, en el orden, que se desprende de estas realidades; para ello Matus transforma estas cosas en sus líneas abstractas, única manera de salvación de lo contingente. No olvidemos que la mirada de Matus es voluntaria, intelectual.
Matus no parece un erudito (pero lo es). Ni un poeta (aunque lo sea, e inmenso). Su lengua zapoteca es una máquina de versos que nacen limpios, perfectos. Pocos como él capaces de ensartar palabras sin necesidad de puntos ni comas, unidas sólo por un hilo (eso sí, de acero) de significados verdaderos y dolorosos. Es uno de esos valientes que reconocen ser unos farsantes y una ruina y siembran el pánico entre los demás sólo por el hecho de decirlo en voz alta. A la poesía, como a la vida, Matus le concede la máxima atención y la menor importancia. Se complace en confundir existencia y creación: vivir día tras día o escribir verso tras verso, todo se reduce al mantra “Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza”. Es el misterio de qué hacemos aquí y por qué nos empeñamos en quedarnos. Sumo poeta de Oaxaca, que ha logrado transgredir todo de su lenguaje natal, pero también, de la imaginación misma. Y Manuel Matus, como la voz poética de Sol que enciende sueños, habrá vivido y muerto como los dioses: tendrá la poesía, nada más le será necesario. Un libro de indudable valor lírico – y casi todos sus libros lo son…-. Probablemente, un testamento. En la poesía de Matus, en efecto, está todo lo que encontramos en sus “sueños poéticos”: sencillez, exactitud, mesura, y, a resultas de ello, temblor, profundidad y belleza.
*Este texto se publicó en el libro Manuel Matus Manzo. Siete décadas de vida y treinta años en la literatura de Oaxaca, que edita la Universidad Autónoma de Oaxaca. Coordinación de Humanidades, México, 2019.