Para mi querido maestro y amigo Sergio Aguayo.
Por todos lados vemos cuerpos: aparecen en carne viva, algunos torcidos, otros fragmentados, unos más, hiperrealistas, todos vitales. Su poderosa esencia se deja sentir, rebasa cada fibra muscular y toda víscera en lo que pudiera explicarse como la danza más universal de la historia. Desplegados de forma individual o en grupos que llegan a formar altísimas columnas humanas, los cuerpos hablan de la primicia básica de la civilización, del género humano y sus posibilidades, del instinto, de la manifestación de su potencial.
Con sus figuras, inspiradas igual en la antigüedad clásica que en la más pura contemporaneidad, Javier Marín rinde un sentido homenaje a hombres y mujeres. Su exposición, titulada Claroscuro, incorpora una cuidadosa selección de piezas de la colección del creador, en una antología personal —curada por el mismo Marín— que habla de más de 30 años de una trayectoria siempre impactante.
Paradójicamente, Claroscuro se exhibe en el Museo de Arte e Historia de Guanajuato. Y digo “paradójicamente” por que hablar de la esencia humana en esta comarca del Bajío, se ha vuelto una práctica anacrónica, hiriente. La parte más perversa de esta tragedia es que el hombre y la vida ya no tienen valor en esta entidad, otrora una de las más productivas, prósperas y seguras del país.
Según datos de la Fiscalía, en enero de 2010, el Estado de Guanajuato contó 36 homicidios en seis millones de habitantes; mientras que en enero de 2020, murieron asesinadas más de 400 personas. Con la escalada de violencia que ha implicado el supuesto cierre del huachicol y los enfrentamientos de cárteles; las esperanzas y el Estado de Derecho que tanto ansían los guanajuatenses, se desvanecen de la misma forma que se extinguen el turismo y la inversión, antes tan comunes y bien avenidos en esta demarcación.
Siempre he pensado que el arte dictamina y sentencia. La creación artística expresa sin pudor lo que otras no alcanzan a articular.
No veo un mejor ejemplo de los cuerpos rotos de Marín para aclarar la difícil situación que viven y sufren hoy los habitantes de esta tan representativa jurisdicción. Lo irónico es que Marín, representa, recrea y remite, mientras que las vidas perdidas no son un simulacro artístico. Son vidas cegadas, interrumpidas, indignantes e impunes asesinatos que se reproducen de manera alarmante.
Queramos o no queramos verlo: la muerte es la piedra angular de la inaceptable realidad que hoy nos toca vivir.
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fgr