Recopilan en libro 60 años de la plástica de Rubén Vargas

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Aunque la natación fue la primera pasión en la juventud del arquitecto Rubén Vargas —representó a México en los III Juegos Panamericanos de Chicago (1959) y en los IX Juegos Centroamericanos y del Caribe (1962)por mencionar algunos—, cuando supo que del deporte no iba a vivir, decidió volcar su vida a la arquitectura, disciplina con la que descubrió la pintura y la fotografía; 60 años de este quehacer plástico son recopilados en el volumen Obra Reunida (Perro Negro, 2019).

“Cuando estaba chavo, lo único que hacía era nadar y quería representar a mi país en el extranjero; toda mi vida giraba en torno a eso; hasta que vi que tenía que vivir de algo. Entonces llegó la arquitectura y le dediqué la misma garra que a las brazadas de crol. Fue mi determinación la que me llevó a ganar una beca en la Universidad de Tokio, bajo el cobijo de Kenzo Tange (ganador del Pritzker en 1987), y toda la cultura nipona se insertó en mi obra”, contó a La Razón.

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El libro muestra cerca de 200 piezas: fotografías abstractas de la cotidianidad y acuarelas y óleos cuya viva paleta de colores y trazos geométricos remiten al pop art japonés, como el de Yayoi Kuzama, y los motivos arquitectónicos, similares a los de su contemporáneo Eduardo Terrazas.

“Con la cuestión de la arquitectura uno tiene que hacer dibujos de las cosas que quieres proyectar; aquello me acostumbró en mis días de escuela a realizar las perspectivas con acuarelas. Esta técnica primero fue para mí una herramienta laboral, pero después se convirtió en una aliada en mi quehacer personal: fue en mis tiempos libres cuando comencé a pintar, le metí durísimo y cuando me fui a vivir a Cancún empecé a experimentar con el óleo en grandes formatos, que es lo que ahora hago, “ señaló.

En sus pinturas, los elementos recurrentes son arlequines, globeros, esferas y paraguas; figuras “simbólicas estilizadas”, con las cuales, detalló Vargas, compone “conjuntos barrocos que combinan elementos figurativos y a veces mitológicos, que me llenan de gozo”.

Asimismo realiza paisajes “geoabstractos”, los cuales definió como su manera de interpretar la vida: “ tú te das cuenta de que hay muchas vistas en la naturaleza, como montañas, valles, mesetas y laderas cuyas formas son muy angulares, y eso yo lo exagero para hacer mi interpretación personal, la cual transita entre lo abstracto y lo figurativo; esto le da este sentido orgánico de la naturaleza, sin dejar de yuxtaponerlo con la arquitectura”, explicó.

[caption id="attachment_1113258" align="aligncenter" width="466"] El óleo La sombra del paraguas, de 100 por 120 centímetros.[/caption]

En cuanto a la explosión de color que caracteriza su plástica, Vargas detalló que esto es producto de la fotografía, pues nunca le gustó el blanco y negro, ya que la realidad es policromática. “Siempre quise plasmar la naturaleza y la vida tal como era, razón por la cual en mi obra también me incliné por ello; empleo los tonos casi directos, mucha mezcla de paletas elementales.

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“Lo que me gusta de ellos es la brillantez y que sean expresivos y, por mi misma formación de arquitecto, me inclino por las formas geométricas, donde la textura y los juegos de luz son parte elemental. Muchas de las obras poseen elementos sencillos, nada ofuscado, sino que son bastante elementales; pero todos cuentan con una dimensión onírica y divertida”, apuntó.

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