RESPIRO

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Esperé con ansia el inicio de la cuarentena, llámenme loco pero, adicional al miedo que me provocaba un virus para el que no había aún cura, lo que quería era la sana distancia, el parar un rato, el no tener que dividirme entre tres trabajos para mantener un hogar en el que parecía solo estar para noches de sueño inquieto por el estrés.

Los niños creían que eran vacaciones y por mucho que les explicaba que no era así, el simple hecho de verme durante todo el día les afirmaba su creencia pues solo en ese periodo estábamos así. En la tarde, mientras ellos veían caricaturas (agradezcan a los dioses del streaming su bondadosa dádiva) yo me tomaba un café mientras veía la otrora caótica y ruidosa ciudad, ahora agazapada, expectante y silenciosa. Las abarrotadas calles donde la individualidad se fundía a la distancia en sinuosas masas, eran ahora ejemplo perfecto del punto de fuga y el único ser vivo además de los árboles era el perro callejero que a la mitad de la avenida se acurrucaba en el calor del pavimento perplejo por no haber encontrado antes tan dichoso punto..

En la minúscula terraza desde donde observaba la inmensidad, el humo del cigarrillo subía sin contratiempo, permanecía prendido y lo olía nada más, paliativo insuficiente de un dejar de fumar prometido, no deseado y que aún así mantenía a raya el ansia pues la palabra dada es sagrada.

Dieron las cinco de la tarde y en lugar de salir corriendo al siguiente trabajo, vi el atardecer entre los edificios y, cosa extraña para la ciudad, el canto de los pájaros despidiendo al sol fue el sonido predominante. Estaba desacelerando, inhalando una bocanada de tiempo para mí.

Al inicio se nos complicaron los límites, sobre todo a los niños, como pequeñas bombas de energía, el encierro los fue volviendo más inestables, los pleitos entre hermanos dejaron de ser esporádicos y se convirtió en una guerra por las fronteras de su habitación y los recursos de la alacena, el comedor y la sala eran territorios compartidos y mi habitación era la ONU (algo así como pleito con reglas y conteo a tres). A los cinco días lo teníamos dominado aunque había tenido que dejar de lado la utopía del home office pues los creadores del sueño nunca se imaginaron tres rapazuelos brincando sobre tu tablet y usando tu teclado como el guante post chasquido del Titán loco. Tampoco es que hubiera mucho que analizar en redes, todos hablaban de lo mismo, era un tema que traspasaba fronteras, credo, clase social y color de piel, estábamos encerrados entre la paranoia y la hipocondría y mientras lidiábamos con el aislamiento y el aburrimiento surgido de estar rumiando a cada instante que estaríamos aislados y aburridos, el planeta nos daba nuevas sorpresas y así, de una pandemia pasamos a la sorpresa de ver los canales cristalinos de Venecia, los delfines en las costas y los jabalíes en los cruces de las ciudades de Italia y los cielos azules de China, en tan solo unos meses de pausarnos obligatoriamente, en medio de la tragedia y la desesperación, la tierra nos guiñó un ojo y nos soltó la esperanza de sabernos capaces de revertir el daño que hemos hecho.

Si bueno, dirán que ando muy filosófico pero eso pasa cuando tienes tiempo, sueles usarlo en pensar y eso hice, pensé y pensé y me pregunté tantas cosas que me di cuenta de que las respuestas estaban flotando como mariposas plateadas en la oscuridad, es decir, solo necesitaban un pequeño rayo de luz para brillar en toda su gloria.

No sé que va a pasar, algunos dicen que exageramos y quizá sea cierto pero, todos nos unimos en la exageración y eso cambia todo. Tantas décadas enfocados a lo material que, ahora que tuvimos que detenernos y cerrar las fábricas no sabemos que hacer excepto preocuparnos por la caída de las bolsas. Les digo, no hago otra cosa que pensar y jugar y platicar con mis seres más queridos y deambular en pijama hasta las 12 del día y comer palomitas viendo la misma caricatura una y otra y otra vez hasta murmurar los diálogos pero no importa pues los niños se emocionan como si la vieran por primera vez ¿Acaso es más importante el dinero qué el tiempo con ellos? Irme antes que despierten, regresar cuando duermen y los escasos momentos en que los veía estar tan cansado que no tenía paciencia, que no quería agacharme a jugar con carritos sino acostarme y cerrar los ojos... Lo que me carcome ahora es culpa.

Han pasado dos semanas del encierro y no hay nada que extrañe, claro, no es una prisión, salimos por comida pero ya no vamos todos, ahora va solo uno, el escaso dinero, extrañamente rinde más al no tener mil pequeñas fugas y al no gastar en cosas absurdas.

Al llegar a casa, me limpio los zapatos en el trapeado con agua y cloro de la entrada, me quito los zapatos y me pongo las pantuflas, asiento las bolsas de tela sobre la mesa, me quito la camisa y el pantalón y los hecho en la cesta con tapa, me lavo la cara y las manos hasta los codos para después ponerme un poco de gel anti bacterial y voy con mi mujer y mis hijos pues hoy tengo algo importante que contarles. No fui al supermercado, desde el inicio de la contingencia tomamos la decisión de comprar a los pequeños comerciantes así que caminé a la tienda de abarrotes a dos cuadras del departamento, el clima era ligeramente frío pero el sol brillaba en el cielo increíblemente azul de la megalópolis, caminaba en silencio cuando vi una sombra cruzar sobre mí, al subir la mirada, en la lejanía volaba una majestuosa águila real mexicana y la emoción de verla erizó mi piel pues a pesar de haber vivido en esta región toda mi vida, a pesar de que sea mi animal favorito, nunca había visto volar a una en total libertad, no quería que mi país siguiera en esta tragedia pero me encantaba la idea de que por ella tuviéramos que darle un respiro al planeta. Me quedé ensimismado hasta que un carraspeo llamó mi atención, estaba detenido a media banqueta y aunque me molesté pues pudo rodearme por la avenida desierta, solo fue un momento pues tenía razón, yo estaba estorbando, cada que veía a otra persona nos saludábamos cortésmente pero a una distancia prudente para prevenir el contagio y esta separación pactada, en realidad no fue muy difícil de adoptar quizá estábamos predispuestos por nuestras redes sociales pues, podíamos ser encantadores, valientes y atrevidos siempre y cuando estuviéramos tras una pantalla, así que, mantener la sana distancia fue solo traer la realidad a la virtualidad y no obstante, hacía todo el proceso de desinfectarme pues si había abrazos que necesitaba, los únicos que necesitaba y los hacía más que el aire.

En el abrazo de sándwich familiar, ante una película y las palomitas recién hechas de los francos que había salido a comprar, me pregunté si el águila estaría cazando una serpiente... No importaba, mañana, con calma, saldría a la diminuta terraza a cavilar sobre esta y las tenazas inmortales de la constelación de Cáncer. Había tiempo, un tiempo que nos dimos, un tiempo que nos concedimos obligados por el temor y por la salud, un tiempo solidario y quizá a regañadientes de más de uno pero decidido por una enorme mayoría social para nuestro cuidado y unidos nadie puede contra nosotros. Tiempo... tiempo al fin... una pausa... un respiro... para ti... para mí... para el planeta...

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