COVID-19 o ¿El triunfo de la humanidad?

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El escenario es desolador. Se trata de un paraje yermo, tocado por un dejo infernal que viene a confirmar el más grande de nuestros temores: la parca ha invadido la comarca.

Presurosa, cabalga desde los montes que circundan el valle. El fuego que la custodia no le impide encaminarse hacia el mar y surcar océanos en búsqueda de más víctimas. Se propone alcanzarnos para apilarnos en el infinito ataúd de los caídos.

Triunfal, se presenta en forma de esqueleto. Insatisfecha y sedienta, aprovecha su tiempo, apura la epidemia e infunde terror, arrasando igual con reyes y ancianos, que con jerarcas y niños de cuna.

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Entre sus atributos, la muerte consigue replicarse entre quienes más temen. Aparece al mismo tiempo en la montura de un famélico caballo rojo, que, multiplicada en las filas de un regimiento asesino, decidido a ultimar a los más posibles en el menor tiempo.

En pleno caos, una pareja de enamorados rompe con la lógica de la escena. Indiferentes ante la más crucial de las batallas, los amantes se miran con el alma. Ajenos al caos y sordos a los aullidos despavoridos de sus vecinos, los amantes se prodigan las más tiernas caricias en lo que pareciera ser un juramento de amor para la eternidad. Gracias a ellos logramos comprender que, aún en lo más negro, existen instantes de luz.

Alucinante y apocalíptica, la escena recién descrita se recrea en el cuadro “El triunfo de la muerte” de 1562 y de la autoría de Pieter Bruegel “El Viejo”.

Cuando el artista flamenco pintó esta obra, la peste negra era un tema recurrente en el imaginario visual europeo. El momento álgido de la pandemia -transmitida de las ratas a los seres humanos-, se dió entre 1346 y 1353 con la muerte de 58 millones de personas que habitaban el continente.

A pesar de los brotes de peste bubónica que diezmaron Europa en los Siglos XV, XVI y XVII, la peste negra se entendió como un parteaguas demográfico en la historia. Esto explica la tremenda sensación de pánico reflejada en la pintura de Bruegel, que, como toda obra encaminada a los fines morales, sirvió y aún funciona para recalcar la impotencia humana ante las fuerzas sobrenaturales.

Además de ser referente de un evento medieval y comentarse desde los cánones del Renacimiento, el paisaje de Bruegel consigue describir lo que ahora viven chinos, italianos, españoles e iraquíes. Quizá presagie lo que resto del mundo vivirá en algunas semanas.

A pesar de lo universal y la capacidad premonitoria del arte, no es posible negar las significativas diferencias entre nuestro tiempo y el de Bruegel: los temores y la incertidumbre en el medioevo y aún en el renacimiento, eran la regla. Se vivía en la creencia y no en el hecho comprobable. Se transitaba entre espacios de desconocimiento y duda, con la única certeza de que las fuerzas sobrenaturales inscritas en la religión y lo esotérico podrían cambiar las cosas.

Hoy, la duda no es opción. Vivimos en el conocimiento superficial, en la certeza proveniente de encuestas y publicaciones en redes sociales, las mismas que definen el rumbo de la economía, aseguran la salud y priorizan la vida.

La verdad es que, aún con nuestra supuesta sabiduría, la peste de la posmodernidad nos tiene pasmados. Ha borrado las fronteras y la seguridad que éstas brindaban. Ha crecido airosa, a pesar de la ciencia, de las ilimitadas posibilidades de la comunicación y del armamentismo químico.  En tiempos del COVID-19 son muchos los que se asemejan a los temerosos y agonizantes personajes de Bruegel. Están también los otros -mandatarios incluidos-, los que ostentan la indolencia de los amantes que, sin estar exactamente alimentados por el noble sentimiento del amor, pugnan por sus urgencias económicas, se mantienen firmes en el egoísmo. Demuestran con sus hechos, su escaso amor por el otro.

Lo único cierto es que sobreviviremos. La misma humanidad que superó la peste negra, la peste bubónica, la viruela, la malaria y la gripe española, es la que salió airosa de las más grandes guerras, del Genocidio armenio, de Hiroshima, del Holocausto y los Genocidios en la Ex Yugoslavia, Ruanda, Guatemala, Camboya y Darfour.

La misma humanidad que existe a pesar del maltrato infantil, la homofobia, la violencia de género y el feminicidio, es la que tendrá que sobrevivir a la pandemia que exige el cese al fuego, a la epidemia que ha elegido al hogar como trinchera y a la familia como aliado.

La historia nos ha enseñado a no desafiar lo desconocido. Si lo acatamos y actuamos en consecuencia, sobreviviremos.

No hay más opciones: habrá que quedarse en casa y re-conocer nuestra humanidad y la de los nuestros.

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