Madrid. España. En ese magnífico pueblo de Pozuelo de Alarcón, que forma parte del corazón de Madrid, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), sumergida entre cuadros y libros, desfruta de la publicación de su libro: Gente que vino a mi boda. Ensayista, novelista, catedrática, Puértolas habla con idéntica autoridad del auge de la narrativa ibérica contemporánea que de escritores del siglo español. Es autora de libros como: El recorrido de los animales, Queda la noche, Queda la noche, El cuarto secreto. Cuento. En: Relatos para un fin de milenio, El cuarto secreto. Relatos para un fin de milenio, Ausencia. Cuento. En: Mujeres en ruta, 2005, Historia de un abrigo, entre muchas otras. Ganó el Premio Sésamo en 1979 con El bandido doblemente armado; el Premio Planeta 1989 con Queda la noche, y el Premio Anagrama de Ensayo 1993 con La vida oculta. Lo que sigue es sólo un extracto de una larga y sugerente conversación en torno a su obra, su estructura estética, sus proyectos.
¿Cómo concibe la literatura como base estética, ya que retoma parte de su vida con libros como Recuerdos de otra persona y ahora con Gente que vino a mi boda?
-Cada vez que termino una novela y me quedo con la mirada fija hacia atrás, me pregunto qué tiempo tardaré en poder arrancarla de ese punto en el que ha empezado a vivir de verdad, una vez terminada, esa historia y esos personajes que ya son conscientes para mí, reales. Arrancarlo de ese punto para sustituirla por otra. Porque allí ya no puede seguir creciendo. Necesito tener en mi interior algo que crezca. Una vez terminada, la novela empieza a existir para los otros, los otros la dejan crecer en su interior, se van asomando a su vida y la van haciendo suya, cada uno a su modo, reflejándose en ella, modificándola, reescribiéndola.
Ese desprendimiento del que habla, ¿cómo se da en cada uno de sus libros?
-Es un proceso individual. El creador pone el punto final a la novela y se desprende de ella, pero es un desprendimiento lento y doloroso. No ocurre de manera automática, es un proceso que se resiste al análisis, que pertenece al mundo de las emociones y en el que se refleja la personalidad y el carácter del escritor. Hablar de eso es hablar de algo muy íntimo no es hablar de literatura, es hablar de uno mismo. Pero ese “uno mismo” del escritor es algo muy literario, porque el territorio de la literatura se confunde con el de la vida.
Y después, ¿quién inicia el límite de la obra, de su final: su autor o el personaje?
-El único consuelo que se tiene a mano por ese vacío que dejo una novela terminada es saber que antes, en otras ocasiones, también sucedió y que, al finalmente, después de una época difícil, una temporada amarga, hay con ello que ir al límite de la creación. Cuando la obra se logra y sus límites se palpan, buscar el desprendimiento, ir en busca de otros límites, esos otros que ahora quedan descubiertos. Así descrito parece un proceso relativamente fácil. Así recordando, tiene, también, cierta facilidad. Por eso hay que describirlo y recordarlo, teorizar un poco sobre él, en busca de consuelo y alivio, cuando, en medio del proceso, el tiempo parece detenido. La creación parece detenida.
¿A qué causas atribuye el espacio del recuerdo de los personajes; es decir, cómo los desaparece para iniciar otra novela, un cuento e incluso las memorias, como es el caso de su libro Gente que vino a mi boda?
-Por ejemplo, en una novela como Burdeos tenía otro límite, porque la voz que narra, fuera de los personajes, necesariamente tenía que conocer más su final, para después comenzar una nueva narración. Al final, estaba en un callejón sin salida. El nuevo terreno que después quedó descubierto fue la de una voz de mujer y los dibujos del azar cuya sombra se había formado en la misma novela. Después de oro relato, Queda la noche, apareció el terreno de la nostalgia interior, al margen de los caprichos del destino y aquella voz en tercera persona, neutra, que ya había sido aprobada en Burdeos. Entonces la realidad empezó a pesar y apareció el terreno de la metáfora.
¿Qué quiere decir cuando habla de una metáfora; de una vuelta a la realidad?
-Después de la metáfora, la vuelta a la realidad. Ciertamente, pero el punto de partida va cambiando mucho, se ha movido, como se mueve la vida. La creación, ahora, busca su extremo y su límite para entregarse en su totalidad y, como los deportistas que en la orilla del mar quieren aprovechar para elevarse sobre una tabla, y buscar su ritmo, su sentido oculto, mientras esperan tendidos sobre la nueva tabla todavía a merced de las olas.
Sus personajes se identifican entre ellos y afirman si identidad de manera exclusiva, ¡cómo los crea en novelas tan diversas como Días del arenal o Burdeos?
-En Días del arenal lo que pesa es la realidad, y todos los personajes, apresados en esa realidad, buscan una escapatoria. El azar no basta como en Burdeos y Queda la noche, el azar ha servido para entretenernos un poco, para hacernos pensar algo más, o pensar de otra manera. Desde Burdeos a Días del arenal el peso de la realidad, del mundo real, fue aumentando. Los personajes me están diciendo: libéranos de esto, no nos dejes en esta tarde de calor, con las ventanas cerradas, las persianas echadas, prisioneros en nuestros pisos, en nuestros mundos. Lo cierto es su recuerdo, buscan una señal que les permita elevarse.
Quiere decir que hay vidas reales que parecen imaginarias o viceversa, ¿de qué forma los mezcla dentro del texto?
-Me he despegado de la realidad y he de volver a ella de otro modo. Días del arenal y que, algo después, inició un monólogo por su cuenta, reclamando una novela para sí. Es ahí donde entra ese juego que mencionas; es decir, Olga se encuentra en un punto de partida distinto al de las novelas anteriores. Ha ido luchando por desprenderse del peso opresor de la realidad y su voz parte de ahí: lo está logrando. Si lo logra ella, ¿lo logré yo? Lo que ahora importa es apartar el peso del vacío, facilitarle el camino a Olga, volver a salir del extremo en que me sitúo, por ejemplo, diversos personajes de mi reciente libro.
Algunos de sus personajes dan la impresión de estar dentro del paisaje. Otros, en cambio, parece que están tan lejanos que son suyos. ¿Tendrán alguna consecuencia, será simplemente una postura o es mera realidad del oficio de escribir?
-Volviendo la vista atrás, ésta es la lucha del creador. Dejarse atrapar por la creación, volcarse en ella, dejarse llevar, buscar esa posición, ese tono, descubrir los caminos que quedan despejados, vacíos, ir al límite. Cuando la obra se logra y sus límites se palpan, buscan el desprendimiento, ir en busca de otros límites, esos otros que ahora quedan descubiertos. Así, descrito, parece un proceso relativamente fácil. Así recordando tiene, también, cierta facilidad. Cuando, en medio del proceso, el tiempo parece detenido, la creación también se detiene.