Ciudad Tenochtitlán, a pesar del manto de contaminación perenne, es un lugar imponente de día, ni los grafitis neón pintados sobre los porosos tabiques de roca volcánica logran mermar la severidad de su arquitectura, de noche, no obstante, la sobria y antigua gloria se transforma en lúgubre decadencia.
La noche era intensamente oscura, no solo por las partículas suspendidas en la atmósfera sino por la ley de apagado de alumbrado público que, irónicamente, era el inicio de las actividades consideradas inmorales. Siempre sonreía al pensar en la moralidad, era de una subjetividad fuera de este planeta y lo increíble era que lo siguieran de manera incuestionable, era casi como decir que el rojo era el color del diablo y por ende un color prohibido y luego extenderlo a toda tonalidad rojiza pues se acercaba al mal y después, terminar eliminando los colores e imponer el blanco y negro como poseedores de la verdad absoluta. Absurdo y no obstante, eso era lo mejor que le había pasado, no hay nada más redituable que la satisfacción de unas necesidades aderezadas con una pizca de inmoralidad.
Cuando daba inicio la hora de austeridad por el bienestar y soberanía energética, él salía a la oscura calle a encontrarse con los necesitados de gustos culposos, a los compradores de sueños prohibidos, a los habitantes de una realidad obsoleta, caduca y que aún así, se aferraban a ella como si fuera el cimiento de su cordura.
Charly prendió un cigarrillo faros, anhelaba los malbo rojos que fumaba desde la adolescencia pero, desde que, la narrativa tendió hacia “privilegiar el consumo nacional” los malbo se convirtieron en articulo de lujo en la fayuca y su precio se volvió simplemente prohibitivo, al menos para él, aunque cada vez que le conseguía un paquete a sus clientes, solía fumarse uno con ellos “por tradición”, los tipos de alcurnia hacían como que sabían y las damas de toda gama social callaban en un regalo cómplice pues, si algo había aprendido Charly, es que a una dama nunca se le engaña y si callan, es por la inmensa flojera de pelear por inutilidades. Hacía meses que no probaba un malbo rojo y así como iba lo que quedaba de economía, seguro pasarían muchos más.
La noche era lenta, al menos para su línea de negocio, con uno tendría para el resto del mes, era rentable, siempre lo había sido pero los proveedores de deseos ya eran una nutrida muchedumbre y podría ser que todos quisieran un deseo pero, el que pocos pudieran pagarlo había degenerado en una sanguinaria guerra de precios. A veces extrañaba los buenos viejos tiempos, esos en los que uno se tenía que cuidar de una violencia desenfrenada pero que, con todo y lo incomprensible, era fácilmente clasificable, en cambio, ahora, ya no sabía si estaba en los Estados Unidos del Norte, la República de Yucatán, Nuevo Aztlán o la Federación Jaliciense. La idea de ser completamente soberanos y autónomos en un mundo globalizado y en crisis post pandemia fue demasiada tirantez en un país ya de por sí dividido y enfrentado... otras veces solo sentía coraje de ver su otrora orgullosa nación pulverizada y todos odiándose entre sí.
Una noche perdida, el sol no tardaría en salir, así que tendría que dejar sus esperanzas de darse la buena vida para otro día y llegar a su penthouse antes del inicio laboral de la policía. Nada nuevo bajo el sol, todos sabían su lugar, los morales en el día y los demás en la noche y nadie se metía en la vida del otro... excepto los que eran como él, proveedores de unos y de otros, el aceite del engranaje, el amigo que quisieras a lado en todo momento pero, que nunca le presentarías a tu hermana.
Camino a su lujoso edificio paró a comerse unos tacos, era quizá, la única ventaja de pasar toda la noche en vela, antes no lo hacía, un comprador le generaba suficiente para el mes y había noches que antes de la una ya había cumplido deseos para vivir holgadamente todo el año... antes... prendió un faros... ahora ni para unos malditos malbos alcanzaba. Mala noche, mal mes, mal año, su departamento en la zona más exclusiva de Ciudad Tenochtitlán era invendible a menos que quisiera perder tres cuartas partes de su valor así que era el único inquilino que cada mes le cobraba al vecino de enfrente el espacio de estacionamiento para que el opulento presumido pudiera estacionar su estilizado eléctrico y su impagable y, también prohibido en cada país civilizado V12.
Se duchó y se puso un traje de tela cien por ciento local y fue a ganar un raquítico sueldo que apenas daba para vivir y cuando la develada le cobraba neuronas, odiaba el tener que hacerlo por un lado mientras agradecía por el otro, el al menos tener trabajo.
A media tarde ya no pudo más, pasó a RR.HH, y le dió una “gratificación” a su gerente para que le firmara un pase de salida “por motivos médicos no requiriendo atención hospitalaria”.
Durmió todo la tarde para poder salir en la noche, esta vez rompería las reglas no escritas y saldría del área establecida para el mercado negro, tenía pensado visitar a sus antiguos clientes antes del apagón reglamentario, solo necesitaba uno, alguien que quisiera desear y así él, cumpliría los suyos.
La casa Condesa no era de ninguno de sus clientes habituales y sin embargo, como insecto ante la luz, se dirigió a ese oasis de luz, a esa mansión de planta independiente con batería de 48 horas de suministro solar, casi, un insulto directo para la todopoderosa Comisión General de Electricidad y Petróleo. Una casa así debía tener seguridad privada, su cuerpo tenso esperaba que alguien apareciera y lo echara de una patada. Después de unos minutos, sentía el dolor de la contracción involuntaria por estrés. Estiró la mano para tocar cuando la reja se abrió, al final del camino empedrado un rectángulo de luz enmarcaba la silueta perfecta de una bella mujer vestida de rojo brillante.
-Hola Carlos.-
Sabía que nunca la había visto pues, después de verla era imposible dejar de pensar en ella. Sabía que nunca había hablado con ella pues, después de escucharla las campanas eran ruido.
Sabía que no sabía y aún así, contestó.
-Hola.-
-Pareciera que viste un fantasma.-
-Si así fueran los fantasmas, moraría en el cementerio.-
Dios, su risa vibró al ritmo de su corazón.
-Coqueto y ocurrente. Me gusta.-
Sentía como se deslizaba hacia un estado disociado, lo había visto tantas veces que podía reconocerlo aún siendo su primera vez en su propia piel.
-¿Estoy siendo deseado?-
-¿En que sentido?-
Su tono era juguetón, el mío un poco histérico por la sorpresa.
-En el sentido de deseo concedido.-
-¿El mundo es plano?-
Las preguntas obvias era una técnica de distracción estándar, tu cerebro se empeñaba en contestarla distrayendo la aprehensión de estar perdiendo el control del cuerpo. El sabía que el efecto del deseo era temporal. Lo que le preocupaba era que según él no tenía deseo alguno excepto la contante y sonante ambición en metálico.
-No. el mundo no es plano.-
-¿Entonces es complejo y profundo?-
-Es un asco.-
-¿Eso quieres?-
-No...-
...
...
Desperté con ella arrebujada bajo la sábana, apenas veía un mechón de su despeinado cabello sobresaliendo. Si algo la molestaba era la luz y si algo quería era dormir hasta que su propio cuerpo le pidiera que se levantara.
Me preparé un café, me senté en el banco del jardín, prendí un malbo rojo y eché volutas de humo que se mezclaban con el humo del café, el sol destellaba cálido, acogedor, no había trabajo, aún seguíamos en la cuarentena y si bien era desesperante, también era increíble el no tener prisa. Tomé la tablet y di click en la razón, el encabezado era sobre la confusión en la publicación del DOF sobre las energías renovables. Carlos sintió un escalofrío al pensar en un futuro donde se quemaría combustóleo todo el día y aún así no sería suficiente, donde el cielo sería un domo de hollín y las luces se apagaran siempre de 2:00 a 7:00. Se estremeció y consideró que quizá era por estar posponiendo la compra de las celdas solares para su casa.
-¡Carlos!-
Seguramente el olor a café la había despertado, le preparó el suyo con crema y edulcorante y se lo llevó, su rostro resplandecía aún con la melena leonina en estado alterado, la amaba como nunca creyó posible, la abrazó y su bata de seda roja le hizo pensar en que ese era el color del diablo y que era absurdo que lo prohibieran...
Estaba muy raro hoy, todo le parecía fuera de lugar, como si estuviera en un sueño, como si se estuviera viendo desde arriba al mismo tiempo que desde abajo.
Cierto, había estrés, estábamos a punto de un colapso de los sistemas de salud, de una crisis como nunca se había visto, teníamos miedo por el hoy y por el mañana, había tensión entre los gobernadores y la federación, los empresarios cerraban empresas algunos por no poder aguantar más, otros por simple coraje y los desempleados salían a buscar trabajo y los contagios se incrementaban y los pocos ahorros se iban en medicamentos, en sepelios, en dolorosas pérdidas de paz. Cierto, el mundo estaba de cabeza pero, el suyo era un oasis de luz... el mundo no era plano... no deseaba nada... ¿o sí?... No, el mundo no era plano.
Carlos, Charly, tiró la taza contra el empedrado del jardín y la mañana se hizo noche y la bata, vestido y el temor... realidad.
Charly lloró, como hacía décadas no lloraba. El mundo no era plano... quizá no... el de los demás.