EL CENOTE PT2

El cenote pt2 Foto: Especial

No sé que hago aquí, demasiadas películas, nunca me han llamado Dr. Jones, ni soy aventurero o algo similar, sí, de acuerdo, yo solo me metí en este problema, “claro, yo puedo, yo soy, yo muy acá”. Caray, ojalá tuviera un poco de esa valentía o al menos un poco de la ignorancia previa. Me dan ganas de hacerme ovillo y dejar que el agua que aún escurre por el piso de piedra lavara unas lágrimas que son de terror absoluto por mi tremenda estupidez.

¿Qué estaba pensando? Colapsa el piso de mi casa y lo primero que hago es meterme cual borrego dopado en él.

Quisiera saber que hora es, la luz que llega apenas me permite ver, alcanzo a distinguir dos fuentes de luz, el lugar por donde caí y otra, apenas visible bajo el agua del cenote. Aún no estoy seguro que sea cenote, no tengo registro de alguno en esta parte de la ciudad o en su cercanía, sé de Miguel Colorado por acá y de varios en Yucatán pero, nunca uno tan cerca de lo que alguna vez fue costa, ahora está a dos kilómetros de distancia aunque, cuando compré la casa, me dijeron que el mar lamía la barda trasera. Entonces, si seguía la línea por donde empecé a arrastrarme, me dirigía hacia tierra en descendiendo. Es inútil, no soy geólogo, no sé si lo que está frente a mí es un cenote o una caverna inundada por las lluvias de la tormenta. Eso era lo de menos, la plataforma en la que caí estaba a unos tres metros de distancia y agradecía no haberme roto ningún hueso al resbalar, subir era imposible y los escalones que bajaban, se presentaban bastante siniestros aunque, quizá fuera la angustia de no saber que hacer, o de no encontrar cómo salir y quedarme enterrado vivo es suficiente como para que el temblor de mis rodillas marquen un ritmo rápido.

Lo peor es que llevo tanto tiempo inmóvil que la luz se desvaneció y ahora, estoy aterrado porque las pilas de la linterna se acaben antes de que salga.

¡Carajo! O empiezo a bajar o me muero... ¿En qué diablos estaba pensando? Debo moverme y... dejar de hablar solo.

Después del ciento perdí la cuenta de los escalones, difícil si estás inmerso en una oscuridad rota solamente por el tenue haz de una linterna infantil, sigo impresionado por los escalones de piedra, pensar en las horas de trabajo para hacer algo bajo tierra. Ya no puedo bajar más, llegué al agua... estoy agotado, no sé si por la bajada cuidando no resbalar otra vez o por la tensión de no saber si podré salir. Solo puedo intentar dormir y rogar que el dicho de “mañana la cosa se verá mejor” no sea un consuelo de ingenuos.

Desperté hecho un manojo de músculos contracturados, el dolor del cuello es insoportable, apenas alcanzo a girarlo hacia un lado, ojalá pusieran la realidad en los libros pero, nadie habla de lo doloroso que es mal dormir y del hedor que desprende tu cuerpo y el aliento al día siguiente, en cambio, en toda historia, el héroe se levanta a lado de la heroína fresco como lechuga para darle un beso ardiente y salvar el mundo.

A pesar de todo, parece que el día si pinta mejor, el agua bajó varios metros dejando ver el resto de escalones que terminaban en una explanada cubierta de objetos de todo tipo y de toda época, objetos modernos y otros que parecían ser muy antiguos, diversos tamaños y usos, algunos baratos y otros que parecían extremadamente valiosos.

Algo reflejaba la tenue luz, esos destellos parecían llamarme pues caminé hacia allá sin pensarlo, estiré la mano y lo toqué “la angustia terrible de la huida, el vestido de encaje enredándose entre las piernas magulladas por las caídas previas, él se acercaba, algo en sus ojos me decía que está vez no se limitaría solo a golpearme... ahí venía... me alcanzó...” Vomité bilis. Sabía que había tenido una visión pero no sabía como. El objeto brillante, era un peineta de carey con perlas que... hacía juego con el vestido de encaje. La dejé caer como si fuera una serpiente.

Tomé un trompo de madera... “lloraba al sentir la hebilla del cinturón desgarrándome las posaderas. Yo no lo había hecho, yo no rompí el florero de la abuela y no sabia que me dolía más, si los golpes secos y rítmicos o el que no me creyeran... nunca más les diría nada... para qué... ya tenía claro que nunca me creerían.”

Cada uno de los objetos era la historia de un suceso terrible, uno tan doloroso y desgarrador, que cualquiera desearía olvidar a como diera lugar, uno que haría que el objeto que se lo recordara fuera odiado, repudiado, aventado al mar en un intento de sumergir en gotas de sal, aquello que hacía gotear sal del rostro.

Estaba en un cenote, cueva, caverna, debajo de una tierra que había albergado culturas ancestrales borradas por personas que huían de lo que ahora hacían, espacios olvidados en una ciudad que había horadado túneles para huir de piratas, que ahora también eran parte del olvido.

El mar que todo cubre pero que nada olvida había devuelto esos objetos, uno a uno y los había depositado en un lugar hecho por el hombre para olvidar los pecados del hombre, para encerrar los lamentos y hacer como si nada hubiera pasado.

No, no sé quien hizo esto. No, no sé cuantos objetos hay. No sé, siquiera si estoy atrapado o siendo olvidado, hay una fuente de luz y escucho un leve rumor de agua yendo y viniendo, debe haber una salida pero aún no la encuentro.

Han pasado varios días, me alimento de pequeños cangrejos que mastico con todo y caparazón, el agua no es problema, rezuma humedad cada poro de la piedra.

Hoy encontré el túnel de salida, apenas visible debajo de una roca saliente de la explanada, salté con la esperanza de salir de una vez de esta locura.

El corazón se paraliza, es un túnel de roca pulida que se va estrechando, veo pedazos de una madera antiquísima y unos candados antiguos ahora en ruinas oxidadas, alguien, sabiamente debió tapiar esa salida para que los objetos solo entraran pero no salieran e hizo bien, tengo el corazón en un puño porque en todo el camino de salida hay objetos, una vela, un zapato, un camión de madera, un anillo, una daga, un velo, una botella, un cojín de terciopelo, una cadena de plata, una muñeca, un corsé desgarrado, un arcabuz, un cofre de lapislázuli, una piel de tigrillo, una vasija con grecas, un garrote, una flecha...

Veo los objetos y puedo imaginarme sus historias, me llaman para ser escuchados, para ser reivindicados, para dejar salir esa presión de una carga que no les pertenece pero, no puedo, no lo aguantaría, no soy lo suficientemente fuerte... entre mis lágrimas de frustración tengo una epifanía... yo soy... un objeto no querido... un objeto olvidado.

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