En el año 1955 del siglo pasado irrumpe en el panorama de la narrativa mexicana la novela Pedro Páramo (FCE) —unos suscriben a enero como el mes de la aparición; otros, a marzo; y algunos, al 18 de julio—: como quiera que sea, 2020 marca el 65 aniversario de la fábula que inicia así: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”.
Novela largamente gestada por Juan Rulfo (1918-1986) desde 1938, “tenía como tema la soledad del campesino emigrante a una ciudad como México” (José Carlos González Boixo). Dicen que el ‘primer intento’ bajo el nombre de El hijo del desconsuelo, fue destruido por el entonces oficinista del Departamento de Migración del gobierno mexicano. “Era muy mala. Me sigue pareciendo muy mala. Retórica, alambicada”, declararía Rulfo años después.
Época de frustraciones literarias hasta la aparición de dos cuentos Nos han dado la tierra y Macario: génesis de El llano en llamas (1953), cuaderno de relatos que los críticos ni los lectores dan importancia y desdeñan sus valores literarios. En el periodo 1953-1954 escribe Pedro Páramo, la cual fue recibida con elogios por la crítica con numerosas reseñas, análisis y estudios en periódicos y revistas culturales. Inicio de la estimación literaria del autor jalisciense, reconocimiento generalizado de los protagonistas del Boom de la novela hispanoamericana en los años 60.
Inquietante fábula que en las primeras páginas perturba al lector; pero, poco a poco lo va hechizando. La soledad y el desamparo en el contexto del universo campesino que ya estaba presente en El llano en llamas. Largo proceso de creación en meditaciones, titubeos, rebotes y especulaciones de un mundo repleto de personajes e índices que lo acechaban. “No había escrito una sola página, pero me estaba dando vueltas a la cabeza. Necesitaba desenhebrar todo aquello. Regresé, 30 años después, al pueblo donde vivía, y lo encontré deshabitado. La gente se había ido. Alguien sembró casuarinas en las calles. Me tocó estar allí toda la noche. El viento de la noche y las casuarinas mugen, aúllan. Entonces comprendí esa soledad de Comala”, confesaría Rulfo muchas veces.
Setenta fragmentos que empalman diversas historias en un tempo de mudanzas donde el discurso lógico se rompe a favor de una distribución de tensiones dramáticas de un narrador en primera persona que desaparece para dar entrada a una voz omnisciente de cierta pasividad en la segunda parte de la narración. Juan Preciado refiere los hechos desde un presente expresivo que sigue un orden continuo: sin embargo, no acontece lo mismo en las reminiscencias de los personajes que van apareciendo en su arribo a Comala. Las historias se entrecruzan con evocaciones aisladas a Pedro Páramo. Episodios que se aclaran en la segunda parte de la novela. Juan Preciado ha estado dialogando con Dorotea y, asimismo, ambos han estado escuchando a los muertos.
Relato de interpolaciones: la visión de Preciado sobre Comala desde el recuerdo de su madre, Dolores; pensamiento amoroso de Pedro Páramo hacia Susana San Juan como acotaciones del núcleo narrativo. Recurso de la ambigüedad que obliga al lector a indagar en los sentidos que se esconden en la disposición de un texto fascinante que lo embruja: “Conoce usted a Pedro Páramo —le pregunté. / Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza. / ¿Quién es? —volví a preguntar. /Un rencor vivo —me contestó él”.
“Pedro Páramo es una obra cumbre no sólo de la breve bibliografía de Juan Rulfo, sino también de la cultura mexicana del siglo XX. La novela puede ser leída de diferentes maneras, sobre todo en su relación con la realidad, de ahí que podamos encontrar alusiones a distintos momentos de la historia de México, la Revolución mexicana y la guerra cristera, pero estos momentos orbitan la trama, no la constituyen. En la novela encontramos una construcción simbólica de la realidad mexicana. Es interesante ver cómo escritores, logran obras muy significativas relacionando temas de lo que ocurre en el mundo de los hechos con lo que ocurre en el de la imaginación”, ha dicho Juan Villoro.
El pueblo de Comala como un actante determinante: Pedro Páramo ejerce la violencia física. Alegoría del cacique que explota a los campesinos. Y noticias del niño débil sometido por la abuela en oposición al adulto que doblega a los demás con el uso de la intimidación. Personalidad fragmentada entre el hombre duro de gestos agrestes, y el hombre con un mundo interior conformado por el amor infinito hacia Susana San Juan. Uno de los personajes más entrañables de la narrativa mexicana.
“Dice Augusto Monterroso que los fantasmas de Rulfo son tan pobres que son fantasmas de verdad, no vienen de efectos especiales; vienen de la realidad mexicana, que es una realidad pobre: se trata de una literatura en donde no hay artificios, donde todo está desolado, todo ocurre en descampado y, sin embargo, donde los fantasmas son posibles, no se requiere de escenografía alguna y eso es sorprendente”, ha reconocido Juan Villoro.
Acudimos a un microcosmo de desilusiones enmarcadas en desgracias. Personajes guiados por un ensueño ilusionado que no alcanzan; pero, que los impulsa a una lucha por una posible salvación. Recordar que Preciado va en busca de su identidad; sin embargo, descubre que el mundo anhelado no existe: alegoría de la desilusión que lo conduce a la muerte. “Comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo”: Juan Preciado.
“Allá atrás, Pedro Páramo, sentado en su equipal, miró el cortejo que se iba hacia el pueblo. Sintió que su mano izquierda, al querer levantarse, caía muerta sobre sus rodillas; pero no hizo caso de eso. Estaba acostumbrado a ver morir cada día algunos de sus pedazos. // Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó. Suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. Pedro Páramo o un cosmos alegórico referido por Juan Preciado y Dorotea: allí no existe la espera ni la alborada. Juan Rulfo ha escrito la seductora novela de unos espejismos que se entretejen en un lapso donde la lluvia cae sobre los sepulcros de Comala.