En la historia de México, los ferrocarriles han jugado un rol fundamental. Los trenes ocupan un significativo espacio en el imaginario colectivo de la nación, en tanto que aún somos muchos los que asociamos los vagones a la gesta revolucionaria, al avance de las tropas, a Villa, y hasta a la incursión femenina en la lucha, tatuada en la memoria nacional gracias a la fotografía, que en 1912, Jerónimo Hernández inmortalizara cómo “La Adelita”.
En lo personal, mi gusto está más vinculado a otros abordajes. Me rindo a la magia de pintura, cautivada por la mirada optimista y amorosa de José María Velasco, que se sirvió de estos vehículos para plasmar el sentido de la “Paz Porfiriana” y la esencia de una nación en pleno proceso de modernización. Y es que, en su paso por la Academia de San Carlos, Velasco se decantó por el género, entonces menor, del paisaje, aún teniendo un completo dominio de la representación de la figura humana y el conocimiento para la buena factura de los interminables lienzos dedicados a la pintura de historia.
De la mano de su profesor italiano, Eugenio Landesio, el artista, que nació en 1840 en Temascalcingo, Estado de México, perfeccionó la técnica que, si bien encontró inspiración en los grandes paisajistas europeos, tuvo a bien plasmar la autenticidad de lo local, configurando así, una de las más poéticas narrativas de lo mexicano.
Su compromiso con la tierra se nota en la glorificación de lo propio. En su obra, el pintor enmarca el Valle de México con la exuberante vegetación del altiplano y las bucólicas pero realistas escenas familiares de los habitantes de los alrededores. En ocasiones incluye la sutil presencia de algún elemento arquitectónico y las poderosas vías férreas, un recordatorio de la anuencia positivista, y por supuesto, de los integrantes del selecto grupo de los científicos, encabezado por el mismo presidente Díaz.
Hoy en día el tendido ferroviario es un tema vigente, controvertido y digno de todos los ríos de tinta que discuten su devenir. Un ejemplo de esto es el Tren Maya que se construirá “llueva, truene, o relampaguee” y es epicentro de un debate que va desde las acusaciones por severos daños ecológicos y demandas de despojo por parte de comunidades tzotzil, ch’ol, maya y tzeltal, a la renuncia de un Secretario de Medio Ambiente que, de pronto, decidió expresar su punto de vista.
Es innegable que los ferrocariles tienden puentes, unen, suman. Habrá que ver los costos sociales y ecológicos que implicará este magno proyecto. Los tiempos cambian. Y lo que hace más de una centuria era entendido como la única ruta al avance y la comunicación, hoy es un tema de debate en el contexto de una región lastimada por la pandemia, la violencia y la pobreza.
Algo más: a diferencia del afortunado Porfirio Díaz, Andrés Manuel López Obrador no cuenta con un vocero tan sensible como José María Velasco.
AG