El pasado 31 de agosto fue inaugurada en la colonia Reforma Política, en lo que solía ser un deshuesadero de autos en Iztapalapa--alcaldía considerada como la más peligrosa y con mayor índice delictivo en la Ciudad de México-- la iniciativa con la que el fotógrafo Jesús Villaseca, doble Premio Nacional de Periodismo y antiguo “chavo banda”, busca alejar a los jóvenes de la delincuencia, la drogadicción y la marginación, a través de la foto y el cine, disciplinas que a él lo salvaron de la mala vida.
“Vamos a sacar la nota roja de Iztapalapa y vamos a traer las alfombras rojas”, fue la consigna que Villaseca exclamó durante la inauguración y que reiteró en entrevista con La Razón, pues conoce de primera mano la compleja situación que se vive en la alcaldía que lo vio nacer.
De acuerdo con el Informe de Seguridad Pública de la Ciudad de México que Luis Cresencio Sandoval, secretario de Defensa, presentó el pasado 24 de junio, en lo que iba de 2020 esta alcaldía concentraba 19 por ciento de los homicidios relacionados con el crimen organizado y 29 por ciento de los secuestros. Además, en agosto, la Fiscalía General de Justicia capitalina señaló a Iztapalapa como la más peligrosa para los usuarios del transporte público.
Llegan Alonso Alarcón, Marcelo Lombardero...
Villaseca fue invitado por la alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, a encabezar un proyecto sumamente ambicioso: una escuela totalmente gratuita que ofrece 24 talleres distintos a más de 700 alumnos, por periodos trimestrales y que cuenta con un sistema de aprendizaje abierto y próximamente escolarizado.
“El proyecto se empezó a desarrollar desde hace un año y ella me invitó porque compartimos ideales y el sueño de poder traer un proyecto de esta magnitud para la gente, especialmente los jóvenes, de Iztapalapa: esta alcaldía ha sufrido un rezago cultural, educativo y económico enorme a lo largo de los años, existe aquí una necesidad urgente de espacio culturales y de formación”, aseveró el fotógrafo.
Detalló que Brugada le pidió replicar el modelo que implementó en la Fábrica de Artes y Oficios (FARO) de Oriente, lugar donde dio un taller de fotografía durante 17 años y el cual se hizo mundialmente reconocido por su manera poco ortodoxa de enseñanza: admitir a cualquier persona que se presentara en su puerta sin la necesidad de estar inscrito formalmente, la relación cercana y familiar que desarrolló con sus alumnos y por haber formado fotógrafos que hoy cuentan con reconocimiento internacional.
- Delitos por bien jurídico registrados en 2019 en Iztapalapa
- Contra el patrimonio: 22,281
- Contra la familia: 4,703
- Contra la libertad personal: 422
- Contra la libertad y seguridad sexual: 1,170
- Contra la sociedad: 151
- Contra la vida y la integridad corporal: 2,640
- Contra otros bienes jurídicos afectados: 6,818
- Total: 38,185
Pohualizcalli originalmente esperaba recibir a 400 alumnos; sin embargo, el fotógrafo señaló que el día de cierre de la convocatoria sumaron 720, “y eso que no hicimos una gran campaña”.
Compartió que, durante la inauguración, Brugada le pidió no rechazar a ningún aspirante, “lo cual me pareció maravilloso, pues esa ha sido mi lucha: darle espacio a todo mundo y gratis”, reconoció. Por ello calcula que actualmente tienen cerca de mil estudian-tes.
A causa de la pandemia de COVID-19, las clases se están dando vía Zoom, pero se ofrecerán en el espacio físico cuando el semáforo epidemiológico llegue a verde. Además, Villaseca apuntó que, en una segunda etapa, se ofrecerá educación certificada, “en la que podamos dar diplomados a seis meses con reconocimiento oficial”.
Un oasis en el desierto de asfalto
Pohualizcalli (la casa de las historias en náhuatl) está ubicada dentro de las instalaciones de la UTOPIAS Papalotl, en la calle Reforma Económica S/N, en la colonia Reforma Política, a unos metros de la avenida Ermita Iztapalapa.
Las UTOPIAS, o Unidades de Transformación y Organización para la Inclusión y Armonía Social, son espacios de desarrollo cultural, deportivo y social que la alcaldía creó con el propósito de dar a la población de zonas complicadas un lugar de desarrollo que además propicie una regeneración del tejido social y se genere comunidad.
En total existen cinco y para su creación se invirtieron 444 millones de pesos. En el caso de Papalotl, su área consta de 38 mil metros cuadrados y cuenta con una alberca semiolímpica y otra recreativa con toboganes, trotapista, canchas, gimnasio al aire libre, skate park, juegos infantiles, un auditorio para 400 personas, un mariposario, jardín botánico, ring de box y las instalaciones de Pohualizcalli.
La escuela dirigida por Villaseca abarca dos de los tres edificios en el predio; cuenta con tres aulas para clases teóricas, dos digitales, centro de documentación, un laboratorio fotográfico equipado con ocho ampliadoras, cuatro salas de edición digital y postproducción totalmente equipadas.
También posee un salón destinado a danza y artes escénicas y un estudio de foto y video, ambos con todo lo necesario para su operación (y además ocupan un piso completo).
Se solicitó a la alcaldía Iztapalapa una entrevista con Clara Brugda para hablar acerca del proyecto, pero al día de la publicación de este reportaje no hubo respuesta.
El paraíso de las autopartes… de procedencia ilícita
El predio que actualmente alberga la UTOPIAS Papalotl, a Pohualizcalli y el DIF local, hasta 2007 fue conocido como “La Ford”: la meca de las autopartes robadas del extinto Distrito Federal.
A lo largo de 36 mil 506 metros cuadrados yacía el mercado del tipo grande del país; contaba con 247 locales, en los que aproximadamente 500 personas “deshuesaban” la mercancía, fresca y recién robada de la ciudad.
“La Ford” operó durante 23 años, hasta que el 20 de marzo de 2007 el entonces jefe de Gobierno Marcelo Ebrard, expropió el predio, hecho que desembocó en un enfrentamiento entre 800 elementos de la SSP-DF y los comerciantes.
Entonces, Ebrard aseguró que fueron hallados cerca 50 vehículos “listos para ser desvalijados” y estimó que el valor de la mercancía incautada alcanzaba los 500 millones de pesos.
Los locales fueron demolidos y dos años después se inauguró un centro comunitario de desarrollo del DIF, en el cual se invirtieron 80 millones de pesos y que cuenta con alberca semiolímpica.
El corrido de El Morsa
Villaseca conoce a detalle la historia de “La Ford” (dice que tenía compadres ahí), sus colonias aledañas, los ocho barrios de Iztapalapa y a la alcaldía en general, porque nació en ella.
Conocido en el gremio periodístico y los bajos mundos como “El Bigotón” o “El Morsa” (por su abundante y tupido vello facial), llegó al mundo en la colonia El Santuario, ubicada al pie del Cerro de la Estrella y en una zona que él describe como “brava”.
Durante su juventud conoció “la maldad”: a los 10 años probó su primer churro de “Mary Jane” y tras ello se metió de todo, desde piedra hasta inhalantes.
“Por cinco años creo que no hubo día en que yo estuviera en mi sano juicio”, recordó. Formó parte de los temidos “Chavos Banda” que aterrorizaban la ciudad: cometió su primer asalto a los 11 años.
Sin embargo, llegó una luz (literalmente) a su vida: conoció a su esposa y mano derecha, Luz Pérez, quien le sentenció que si quería andar con ella “me tenía que regenerar”. Entonces se metió a la carrera técnica de fotografía, la cual abandonó un mes antes de graduarse. No por volver a la mala vida, sino porque su padre le había ayudado a entrar al Novedades como laboratorista.
Pasó de revelar rollos a ser fotógrafo de sociales, algo que no le encantaba y que terminó por odiar cuando lo mandaron a una cena del hijo del expresidente Gustavo Díaz Ordaz. “Cuando llegué vi que había un consumo de droga brutal, era un déspota”.
Eso casi lo hace desertar, pero entonces ocurrió el terremoto del 85.
“Todavía tenía mis dudas si le seguía y en eso me agarra el temblor en la entrada del Hotel Regis, entonces me puse a tomar fotos como loco. Al mes que terminó la cobertura, mi editor me dijo que se había equivocado, que yo era un fotógrafo de información general”, recordó.
A partir de entonces, Villaseca ha trabajado en diversos medios nacionales y ganado más de 70 reconocimientos; destacan sus Premios Nacionales de Periodismo.
El primero lo obtuvo en 1991, por una foto del eclipse total de sol y en 2003 recibió el otro por una serie que plasma cómo un luchador agrícola coreano se suicida durante una manifestación en Cancún contra la Organización Mundial del Comercio.
Del “Narcotunel” de Iztapalapa para el mundo
Tras su premio de 2003, la gente del FARO de Oriente, un proyecto con el que el gobierno de la capital buscaba rescatar a la población de Iztapalapa y sus alrededores del crimen y las drogas a través de actividades culturales, lo invitó a dar clases.
La idea no le agradó al inicio, pues pensaba que por su historial de chavo banda se iba a involucrar demasiado con los alumnos.
“No quería, hasta me les escondí como tres veces”, recordó entre risas. Sin embargo, cedió y fundó el famoso “Narcotúnel”, el tubo de drenaje profundo donde dio su taller de foto 15 de los 17 años que estuvo en el FARO.
“El tubo formaba parte de la arquitectura, lo puso Alberto Kalach para conectar los patios. No querían que diera las clases ahí, que porque el arqui se iba a molestar, pero como soy bien contestatario me apoderé del lugar con 150 alumnos, a quienes les pedí que llevaran bolsas y plásticos para hacerle una pared. Obviamente nunca me iban a desalojar y cuando se cansaron de molestarme ya lo adaptaron bien para las clases”, contó.
Lo bautizó como el “Narcotúnel” pues le pareció una metáfora adecuada para lo que pretendía: “los reales trafican con drogas, migrantes y armas, pero el mío hacía lo propio con historias, sueños e ilusiones”, detalló.
Del “Narcotúnel” salieron más de 60 fotoperiodistas que trabajan en medios del país e internacionales, como AJ+, Reuters y AP, por mencionar algunos.
Entre los más conocidos están Ivan Castaneira, quien hace proyectos para The Guardian y el Smithsonian Channel, y Jair Cabrera, quien colabora con Time y El País, y que además estelariza el documental “Disparos”, en el cual retrata su vida en los barrios peligrosos de Iztapalapa, la violencia en el país y cómo conoció al Morsa.
Guía generacional
Una de las razones por la cual Villaseca es famoso y querido en Iztapalapa es por la relación de hermandad, amistad y de familia que entabla con cada uno de sus alumnos. Pese a que miles pasaron por el “Narcotúnel”, recuerda el nombre de todos y detalles de su vida.
“Por ejemplo, está El Santos, que era pizzero y de Neza. En la segunda clase que le di me dijo que me cambiaba una cámara por un kilo de mota, pues un compa que escapaba de unos chavos en motoneta había aventado un costal a su casa. Le dije que armábamos el bisne si tiraba la mois en la coladera”, recordó.
“Jesús me dio la oportunidad que me salvó la vida y me pidió que todo lo que le aprendí lo pusiera en práctica aquí. Sé que no voy a poder tener el mismo alcance que él, pero al menos sé que no quiero darles nada más un aprendizaje técnico a los chavos sino algo que sea significativo”Luna Núñez
Otro de sus chavos es el “Yago” Méndez. Originario de la Unidad Ermita Zaragoza, fue de la primera generación de alumnos que tuvo en el FARO, pero en vez de irse hacia la fotografía prefirió dedicarse al muralismo urbano.
“La primera vez que fui al FARO iba con la banda a echar un toque y chelitas, y un día quien era el director se nos acerca y nos dice: ‘oigan sí está chido que estén aquí, pero métanse a un taller’, y como me llamaba la atención el del Bigotes porque tenía una puerta giratoria, me acerqué”, contó.
“Ese día iba bien grave y me puse a ver una expo que tenían ahí, la verdad no me acuerdo de qué era, pero me quedé ahí un ratote. Al otro día ya fui a hablar con Jesús, porque andaba menos erizo”, recordó Méndez.
“Le dije”, contó Villaseca, “‘apaga tu churro, carnal’, y le di una estenopeica. Pese a que andaba bien maquiavélico le quedaron muy chingonas las fotos”, recordó.
Ese encuentro cambió la vida de Yago: “Chucho no me hizo dejar la mala vida, pero sí me mostró el camino de la creación y su sabiduría; siempre nos enseñó que debíamos seguir nuestros sueños y luchar por ellos, aferrarnos y sin miedo al éxito, papi”, señaló.
De chica problema a maestra
Luna Núñez también fue alumna de Villaseca y ahora da en Pohualizcalli el taller de Fotografía e Iluminación Comercial.
Es originaria de Neza y entró al “Narcotúnel” cuando estudiaba la licenciatura en Pedagogía en la UNAM. Entonces era una “morra problema”: formaba parte del Consejo General de Huelga, había sido diagnosticada con trastorno de depresión mayor y bipolar y había tenido dos intentos de suicidio.
“Mi vida era un caos: estaba fichada en la UNAM porque hice un desmadre, pues un maestro abusó de una alumna de Aragón y ninguna de mis compañeras, ni la jefa de carrera que decía ser feminista, me apoyó. Y según el diagnóstico de CU, tenía esos trastornos según porque, como usaba muchas drogas, había alterado la química de mi cerebro”, compartió.
Llegó al taller de Villaseca, pero no logró inscribirse y estuvo como oyente. Pensó que Villaseca la iba a correr, pero ocurrió todo lo contrario: “me dijo: ‘échale ganas. Desde el primer día él cambió mi mundo: me sentí muy identificada con Jesús cuando nos contó su historia de que se drogaba y que era bien lacra”.
“Chucho genera en sus chavos la confianza de que pueden hacer todo, lo cual, aunque suena muy tonto, hay veces que nadie te lo dice y es lo único que necesitas cuando estás morro y tienes pedos. Con él encontré cómo empezar de nuevo”, destacó.
Fue tal el cambio que Villaseca logró en Luna que dejó los antidepresivos, abandonó sus consultas en el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente y sanó su espíritu únicamente a través de la fotografía.
“Me demostró que a veces no necesitas tanto un psicólogo o psiquiatra, sino alguien que te acompañe en tu proceso emocional”, reiteró.
Luna estudió en el FARO tres años con Villaseca y tras ello se dedicó a la gestión de eventos culturales, logrando gestar exposiciones en la Cámara de Diputados. También ha organizado conciertos en recintos como el Teatro Metropólitan y desde hace siete años se dedica a la foto comercial.
Senseis de lujo y del barrio
La experiencia de Luna con Villaseca le dejó claro que es fundamental conectar con sus chavos, lo cual se complica un poco con las clases vía Zoom.
“Hay muchísimas escuelas de cine y foto donde dan clases, personas con doctorado y famosos, pero que no tienen un trato humano con los alumnos. Lo que queremos aquí es dar lecciones de unidad y comunión, que a los chicos no les valga madre el de al lado. Por ello a cada uno de mis chicos les dedico, al menos dos minutos por clase”, dijo.
Villaseca destacó que los 26 profesores de Pohualizcalli tienen compromiso social y desean llevar la cultura a las poblaciones marginadas.
Destacó a Miguel Tovar, quien da el taller de Foto Digital y Software; él ganó este año el World Press Photo con el corto documental “It's a mutilation”, que realizó con un equipo de The New York Times.
El taller de Actuación corre a cargo de Javier Zaragoza, histrión originario de Iztapalapa y que ha participado en más de 100 cintas, con “Man on Fire”, “Miss Bala” y “La dictadura perfecta”; “es un apasionado por el barrio y además vive por mi casa”, comentó.
Cultura para la periferia y los marginados
Jesús Villaseca sabe que es la prueba viva de que la cultura y la educación son capaces de alejar a la gente de las drogas, del crimen y de una vida de maldad. Por ello con Pohualizcalli desea que los chavos de Iztapalapa cambien los tiros de sus escuadras por los de cámaras y exporten sus historias al resto del mundo como lo han hecho cineastas como Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu.
“En Iztapalapa la vía de expresión de los jóvenes ha sido la violencia, desde mis tiempos y hasta ahora; pero hoy tenemos esta oportunidad”, remarcó. Recordó a todos sus amigos de juventud que fueron asesinados por la policía, simplemente por luchar por el acceso a la cultura.
“Peleábamos por libertades, como la de expresión, pensamiento y el derecho a la cultura, lo cual siempre se nos negó por ser de Iztapalapa. Logramos pasar de que nos baleara la tira en los hoyos funky, a escuchar a Roger Waters en el Zócalo, eso es resultado de nuestra lucha desde el barrio, la cual costó muchas vidas. De ahí viene mi compromiso de darles oportunidades a estos chavos”, expresó
Por ello, en Pohualizcalli además desarrollará el proyecto “De las aulas al barrio”, con el cual llevará a mercados, paraderos, puentes y espacios de “colonias realmente rudas” funciones de cine, exposiciones y talleres. “Si nos encañonan y nos roban las fotos será un logro, porque será prueba de que a un maloso le interesó”.
Además, espera en diciembre o febrero de 2021 organizar el primer Festival de Cine de Iztapalapa. Tiene el sueño de que Pohualizcalli se convierta en la primera universidad comunitaria con cabida para todo el mundo.
“La contracultura se originó en la periferia, no necesitamos exponer en Bellas Artes ni en las grandes galerías, ni tener el reconocimiento oficial. Nosotros tomaremos las calles y cambiaremos paradigmas", sentenció.
Las materias y los profesores de Pohualizcalli
- Fotografía básica: Luz Elena Pérez y Jesús Villaseca
- Fotoperiodismo: Ernesto Ramírez
- Fotografía Artística: Javier Lira
- Edición Fotográfica: Fernando Villa del Ángel
- Edición Cinematográfica: Andrea Rabasa
- Fotografía digital y software: Miguel Tovar
- Cine para niños: Aiko Alonso
- Historia del cine mexicano: Jorge Caballero
- Cine comunitario: Melissa Elizondo
- Cine documental: Alberto Arnaut
- Found Footage: Elena Pardo
- Narrativas cinematográficas: Juan Manuel Badillo
- Apreciación cinematográfica: Sergio Huidobro
- Cinematografía con luz natural: Jorge Linares
- Sonido cinematográfico: Eloisa Diez
- Iluminación y foto comercia: Luna Méndez
- Creación documental previa al rodaje: Sara Escobar
- Realización Audiovisual: Adalberto Romero
- Producción de impacto y alternativas de distribución: Michelle Plascencia
- Procesos de postproducción: Olga Enríquez
- Iluminación alternativa para cine: Uriel López España
- Documental social en el continente americano: María Guadalupe Ochoa
- Actuación: Javier Zaragoza
- Actuación frente a la cámara: Mercedes Hernández y Armando Espitia