Cuatro escritores comparten calaveritas con lectores de La Razón

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Los escritores Homero Aridjis, Alberto Chimal y Agustín Monsreal, así como Pedro Serrano comparten a La Razón calaveritas literarias que le dedican a personalidades como Marie-Jo, Donald Trump y Cuauhtémoc Blanco.

La calavera de Marie-Jo, de Homero Aridjis. 

Se escondía del mensajero

no abría la puerta al cartero

mucho menos al ratero.

Se asomaba por la ventana

o detrás de la persiana

fuera Jaime, Joaquín o Juana.

Guardados todos los platos,

vivía entre Octavios en retratos,

hasta que llegó la Calaca,

y sólo quedaron los gatos.

Muerte de un museo y entierro de Cuauhtémoc Blanco, de Pedro Serrano

Cuatro años de arduas labores,

más de trescientos millones,

y el entusiasmo de tantos

que allí estaban trabajando

consiguieron que en tres meses

el mejor de los museos

se plantara aquí en Morelos

poniéndonos muy contentos.

Jamás había sucedido

que en la tierra de Zapata

sintiéramos el orgullo

de tener un gran museo.

Pues esa gente que sabe

logró que en este lugar

la alegría y esperanza

de su gente renaciera.

Tan bonito había quedado,

todo tan bien se veía,

que en muy poquitito tiempo

tuvo treinta mil visitas.

Pero vino un futbolista

llamado Cuauhtémoc Blanco

que en la cancha nunca pudo

igualarse con Biyik,

a lanzar un balonazo

y dejar hecho una ruina

al Museo Morelense

de Arte Contemporáneo.

Cuauhtémoc echó a patadas

sin el menor miramiento

a todos lo que sabían

de arte contemporáneo.

Puso como directora

a una señora encargada

de las ratas que pululan

por todito Cuernavaca,

y al equipo que había sido

de lo más profesional

lo cambió por una escuadra

que de arte sabe un pepino.

Hagan de cuenta señoras

que cambió la alineación

y en una cancha de fut

metió a puro beisbolista.

Cuau cavó su propia tumba

en el Museo Juan Soriano

y ahorita todo Morelos

pide que allí lo refundan.

Ojalá y que sea muy pronto

que otro quede en ese puesto:

por mucho menos que eso

del futbol lo habrían echado.

Calavera en verso libertino, por Agustín Monsreal

Estaba yo muy tranquilo

cuando resonó la alarma

ha de ser cosa del karma

pensé sin perder estilo.

Olfateando mi letargo

se me aproximó la Flaca

con ansias de mete y saca

y de hacer el cuento largo.

Se me acercó pa decirme

qué me duras calentura,

yo le dije criatura

pues qué vienes a pedirme.

Ella contestó ligera

nada que no puedas darme

y yo para consolarme

me puse a tocar madera.

La muerte se puso loquita

como cola de sirena

o sea se puso más buena

y encima más picosita.

Ya bien entrados los dos

nos dijimos ora es cuando

es hora de irla pasando

sin hacerla tanto de tos.

Ella me cogió indefenso

yo la cogí por el rabo

de ahí que me fue del nabo

y acabé sudando incienso.

Luego que todo pasó

nos miramos complacidos

deshidratados cohibidos

sin saber cuál de los dos ganó.

No sé si en el más allá

me recuesto entre sus huesos

o conmigo los excesos

comparte en el más acá.

De cualquier forma y manera

nos montamos uno al otro

ella mi yegua yo su potro

y a ver quién gana la carrera.

Calavera de Donald Trump, de Alberto Chimal

Se ha llevado la Calaca

a Donald Trump, el racista,

mal empresario y artista

del engaño. Pura caca

le brotaba del hocico

en un rally electoral:

la infección fue su final

y no le valió ser rico,

ni adorado por sus gentes

ni poderoso y temido.

Eso sí, de su partido

(él dominaba sus mentes)

miles se echan a la fosa

para seguirlo al Infierno:

buscan quitarle el gobierno

a Satanás... (Y nerviosa

se queda la Tierra acá:

su Twitter sigue en activo.

¿Irá a tuitear como vivo

pero desde el Más Allá?)

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