Hasta mil figurillas coleccionó el escritor

Miniatura: el arte de Alfredo Velázquez que cautivó a Monsiváis

El último trabajo que le hizo al autor de “Los rituales del caos” fue “La Divina comedia”, un diorama piramidal de 160 centímetros de alto que retrata 123 pasajes de la obra de Dante Alighieri

Alfredo Velázquez Lona muestra algunos de sus trabajos en su casa
Alfredo Velázquez Lona muestra algunos de sus trabajos en su casa Foto: Raúl Campos

Carlos Monsiváis fue conocido, además de por su obra literaria y amor a los gatos, por ser un gran coleccionista del arte popular. El cronista amasó un patrimonio de cerca de 14 mil piezas, conformado por objetos como juguetes, figuras, litografías, carteles, grabados, estampería y fotos, entre otros, que en su mayoría forma parte actualmente del acervo del Museo del Estanquillo.

Sin embargo, de entre todas las piezas que coleccionaba las miniaturas tuvieron un lugar especial en su mente y corazón. “Las entendía muy diferente que al resto de sus objetos, incluso uno de sus colegas, el célebre Ricardo Pérez Escamilla, decía que Monsi tenía en su orden de amores de la vida primero a sus gatos y después a sus miniaturas”, explicó a La Razón Catalina Valenzuela, encargada de las colecciones de Carlos Monsiváis y curadora del Museo del Estanquillo.

De entre los artistas que el literato coleccionó, el creador guanajuatense Alfredo Velázquez Lona tiene un lugar especial, pues aunque no fue el único (Catalina cuenta 15), el detalle de sus piezas, estilo y temas hicieron que el cronista quedara cautivado con su trabajo, el cual continúa realizando a sus 88 años.

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Carlos Monsiváis disfruta de sus miniaturas
Carlos Monsiváis disfruta de sus miniaturas ı Foto: Museo del Estanquillo

“Fue una de las estrellas en su gusto, estaba fascinado con su trabajo ¡y quien no, la verdad!, porque, pese a su avanzada edad, sabe resolver con ingenio los temas y ama lo que hace”, agregó Valenzuela.

Era tal su amor por las miniaturas del guanajuatense que les dedicó un texto: “El vasto mundo de Alfredo Velazquez”. En éste resalta que “[...] gracias a la magia, a la gran habilidad técnica, a la sabiduría que distribuye conjuntos y figuras en el espacio mínimo, a los espectadores de su obra —y hablo por todos para hablar de mí— nos domina la paradoja de los orígenes: agrandarnos para caber en una miniatura, empequeñecerse para ajustarnos a los requerimientos del cosmos”.

El texto completo de Monsiváis a Alfredo
El texto completo de Monsiváis a Alfredo ı Foto: Cortesía Alfredo Velázquez Lona

¿Quién es Alfredo Velázquez Lona?

Don Alfredo nació el 13 de marzo de 1932 en Guanajuato. Desde pequeño se sintió atraído por las artes, pues durante sus primeros años de escuela, uno de sus maestros lo incentivaba a dibujar y hacer figuras de plastilina. También, cada Día de Muertos su mamá lo llevaba a los puestos de las inmediaciones de la Alhóndiga de Granaditas para contemplar las figuras de alfeñique.

“Cada 1 y 2 de noviembre le decía a mi madre ‘¡madre me llevas al alfeñique!’ y cuando íbamos me sentía muy feliz, me cautivaron las figuritas y con el tiempo me inspiraron para hacer las mías”, contó a esta casa editorial. A partir de ello, comenzó a hacer, como hobby, sus propias figuras en miniaturas.

Pasó el tiempo y a la edad de 24 años salió de Guanajuato para establecerse en la Ciudad de México. “Me vine y por medio de una amigo entre a trabajar a una empresa de lavado de alfombras y muebles. Después me traje a mi mamá y a mis hermanos acá a la capital y formamos nuestra vida".

Alfredo Velázquez Lona, en su espacio de trabajo
Alfredo Velázquez Lona, en su espacio de trabajo ı Foto: Raúl Campos

Don Alfredo se casó, tuvo seis hijos y puso su propio taller de lavado de alfombras. Aunque ya era un hombre de familia ocupado, no dejó de dedicarle sus ratos libres a su pasión artística. Todas las miniaturas que hacía solía quedárselas o regalárselas a sus parientes, pero todo cambió cuando uno de los amigos de su hijo Alfredo le sugirió que debía de mostrárselas al mundo; “fue entonces cuando comencé a venderlas”.

Labor de una vida

Fue en la década de los 90 cuando Don Alfredo, ya retirado, tomó la decisión de dedicarse completamente a crear sus miniaturas. "Poco a poco fui encontrando a gente que se ha interesado en lo que hago, que me ha abierto las puertas y llevado a distintos lugares”, señaló.

Don Alfredo en su trabajo
Don Alfredo en su trabajo ı Foto: Raúl Campos

A lo largo de su vida ha tenido 20 exposiciones, siendo la primera en el Museo de El Carmen, en 1994, recinto en al que llevó 70 piezas; ese mismo año obtuvo el segundo lugar en del Premio Nacional de Cultura Popular y en 1995 participó en la muestra “Imágenes guadalupanas”, en el Museo de las Culturas Populares.

Entre las más recientes en las que ha participado destacan “El juego y el arte de la miniatura” (2017), en el Museo del Estanquillo, y “Centro histórico: corazón de México”, inaugurada este año en el MODO.

Don Alfredo recordó que en una ocasión una persona le dijo: “si tienes dudas de que si tu trabajo será aceptado por el mundo, vete a Oaxaca”. Y, efectivamente, decidió ir a probar suerte con sus miniaturas a la capital de la tierra del mezcal y las tlayudas, donde radicó siete años.

La vecindad que Don Alfredo le hizo a Monsiváis, expuesta en el MODO
La vecindad que Don Alfredo le hizo a Monsiváis, expuesta en el MODO ı Foto: Cortesía MODO

Aún recuerda con exactitud la primera venta que realizó en Oaxaca: “fue el 13 de marzo de 1999, a un extranjero que me quería regatear una obra de 350 pesos; me quería dar 200 y mis compañeros pintores de la plaza me decían que se los aceptara para inaugurarme con el pie derecho. No cedí y esta persona se fue; le dije a mis amigos que regresaría y, dicho y hecho, a la hora volvió y se la llevó a precio normal”, narró.

Fuera de ese primer cliente, y los italianos, Velázquez Lona descubrió que los extranjeros valoran el trabajo artesanal mexicano, pues no regatean y aprecian la manufactura. De entre sus clientes recuerda mucho un matrimonio checo de conformado por directores de orquesta.

“La mujer, quien era la que hablaba español, me encargó que hiciera un pentagrama con pájaros, a su esposo con su batuta y a ella con un vestido de noche rojo. A todo eso le agregué una fuente. Cuando regresaron por el trabajo, la señora se puso del mismo color del vestido y casi se desmaya por la emoción”, aseveró.

Encuentro de titanes

Monsi y Don Alfredo
Monsi y Don Alfredo ı Foto: Cortesía Alfredo Velázquez Lona

Quien apreció el trabajo de don Alfredo mucho más que los extranjeros, y quizá cualquier otra persona, fue Carlos Monsiváis, a quien cautivó en 1996. Ese año lo invitaron a participar en una exposición que se hizo en la estación del Metro Centro Médico, acerca de arte popular. Llevó un pueblo en miniatura.

“Como a las dos semanas de la inauguración me habló el licenciado Velázquez, quien estaba a cargo de cultura del Metro, y me dijo que había llegado una comisión de cultura con el maestro Monsiváis al frente, quien, cuando vio mi pieza, hizo el comentario de que deseaba conocer a su autor. Me preguntó si lo conocía y le respondí que sólo de la televisión y no personalmente, por lo que me dio sus datos para que le hablara”, detalló.

Al día siguiente le marcó a las 9:00 de la mañana; “Me contestó y dijo: ‘ah, usted es el del pueblito’ y le respondí: ‘¡sí señor!’; enseguida dijo: ‘mire no tengo tiempo ahora, hábleme mañana’. Resulta que le llamé al día siguiente y me salió con lo mismo. Así me trajo mes y medio; ya lo iba a mandar a la chingada, pero mi esposa, quien entonces vivía, me aconsejó que, mientras no me dijera que no, le insistiera. Pasaron otros cuatro días hasta que sí me hizo caso: ‘ahora si tengo tiempo, venga por mí’”, contó.

"Olmecas transportando una cabeza monumental", hecha por Alfredo en 2005
"Olmecas transportando una cabeza monumental", hecha por Alfredo en 2005 ı Foto: Museo del Estanquillo

Don Alfredo fue por el cronista a su casa, en la colonia San Simón. Durante el trayecto ambos mantuvieron un silencio lapidario, por lo que para romper el hielo, el artesano le comenzó a platicar de películas mexicanas; no pararon de hablar hasta llegar al destino. Ahí le tenía preparada una pequeña exposición con algunas de sus obras.

“Estuvo muy callado y serio, hasta que me señaló uno de los trabajos; ‘¿cuánto?’, fue lo único que dijo, seco, hasta me puse nervioso. Le dije: ‘¿le parecen 1500, maestro?,’ y entonces me vio, se acomodó los lentes y me respondió: ‘oiga, no exagere’. Pensé que le había parecido mucho y antes de que pudiera decirle algo, siguió: ‘yo no quiero parecer un estafador, que sea el doble y apenitas es el precio justo’. Todavía yo, inseguro, le digo: ‘¿entonces… tres mil?’ y se ríe. Escogió otra y ahí empezamos nuestra relación”, rememoró.

Estilo “velazquezloniano”

Catalina Valenzuela resalta de la obra de don Alfredo el uso de materiales contemporáneos, como la plastilina epóxica, y objetos del cotidiano con los cuales es capaz de resolver cualquier cosa, como latas de sardinas, fragmentos de utensilios y hasta granos de arroz moldeados. Asimismo, señala que pese al pequeño tamaño que pueden tener los elementos presentes en sus piezas (de hasta milímetros) el detalle nunca se pierde: “sus personajes desbordan alegría y expresión, sin importar su medida”.

"El descubrimiento del pulque"
"El descubrimiento del pulque" ı Foto: Museo del Estanquillo

Por su parte, Xochiquetzalli Cruz, doctora en filología y gestora cultural que prepara un libro biográfico de Velázquez Lona, señaló que los temas principales que trabaja son prehispánicos, místicos, religiosos y literarios. Asimismo, crea tanto postales del cotidiano contemporáneo, como escenas surrealistas que transitan entre lo real y no onírico.

“Muchos de sus tópicos los podemos equiparar con los grandes temas de los artistas del Renacimiento: la vida, la muerte, la condición humana y lo divino. Además, es alguien que no se encasilla a la hora de crear, pues ahorita anda haciendo unas piezas acerca del COVID, que serán un testimonio muy importante, porque las pandemias son eventos históricos muy presentes en la historia del arte”, explicó.

“El maestro retrata muchas cosas que sueña, ejemplo es ‘El fin del mundo', un diorama en el que la Tierra y sobre ella un anciano, el cual me explicó que era el tiempo, Cronos, y alrededor había un cuerpo acuoso de fuego, el río Estigia. Es un gran traductor de la realidad y de los símbolos. A Alfredo los dioses le regalaron un don, con el cual nos permite contemplar aristas de la vida que somos incapaces de ver”, agregó.

Detalle de "La crucifixión"
Detalle de "La crucifixión" ı Foto: Raúl Campos

El Monsi y sus miniaturas

Catalina Valenzuela estima que Monsiváis coleccionó cerca de 1000 miniaturas, las cuales le apasionaban debido a que veía en ellas una especie de crónicas-objeto pequeñas del mundo, pero inocentes y carentes del sufrimiento y dolor de la vida; además de que se pueden manipular a gusto de quien las posee.

“Él cuenta en sus textos que desde niño le intrigaron, porque era como este placer antiguo, medieval y alquímico de la creación de un homúnculo: un hombre chiquito que adquiere vida. En los textos que habla de éstas se refiere al filósofo Gaston Bachelard, quien decía que cuando las miniaturas están cerca de nosotros, tenemos el universo en en la palma de nuestras manos”, abundó.

Alfredo Velázquez Lona recordó que en una ocasión tuvo la oportunidad de ver la colección de miniaturas de Monsiváis: “un día que fui a su casa me dio una llave para que fuera a guardar un trabajo que le había llevado. Abrí la puerta y entré a un espacio más o menos de unos 30 metros de largo y todo estaba repleto de piezas no había huecos en ningún lado. Era muy bonito”.

Detalle de una pieza en la que plasma a un tlatoani mexica
Detalle de una pieza en la que plasma a un tlatoani mexica ı Foto: Raúl Campos

Gran parte de de éstas actualmente las resguarda el Museo del Estanquillo, aunque todavía hay algunas en la que fue su casa. Para realizar la exposición “El juego y el arte de la miniatura”, Catalina tuvo la oportunidad de hacer un inventario, experiencia que calificó como inolvidable.

“Fue algo único en los 20 años que llevo de curadora. Al revisar las obras solita se dio la curaduría, pues los temas que más coleccionó fueron la crónica del cotidiano, la historia de México, la literatura y la muerte”, añadió.

Cliente y mentor

En total, Alfredo Velázquez Lona le hizo a Monsiváis cerca de 50 miniaturas, gran parte de estas dedicadas a la historia de México, como diversos motivos prehispánicos en los que se ve a la gran Tenochtitlán, la escena del descubrimiento del pulque (basada en el lienzo de José María Obregón) y unos obreros transportando una cabeza olmeca.

"Arena Coliseo", de Alfredo Velázquez Lona
"Arena Coliseo", de Alfredo Velázquez Lona ı Foto: Museo del Estanquillo

También le realizó piezas con temas más contemporáneos, como una vecindad de la CDMX que el escritor utilizó para una presentación que hizo con Gabriel Vargas, autor de “La familia Burrón”; representaciones de posadas, de fiestas del Día de Muertos y una réplica en miniatura de la Arena Coliseo, entre otras.

“Aunque nuestra relación no fue de amistad cercana, siempre fue muy cordial. Yo le manejaba los temas de acuerdo a cómo yo pensaba que él los iba a aceptar y nunca me regresó uno; cada vez que le comentaba que estaba trabajando una pieza me decía: ‘ahí cuando la tengas me hablas’ y efectivamente, se la mostraba y la compraba”, detalló el artista.

Algo que Monsiváis le enseñó a Don Alfredo fue a cobrar su trabajo, pues siempre le dijo que lo malbarataba e incluso le llegó a llamar la atención por los precios que manejaba. “Me regañó varias veces, bien enojado, y me decía que no sabía cobrar mi trabajo. Una vez le llevé un tlatoani que hice con chaquiras y me dijo que estaba loco por la cantidad que le pedí. Al final me dio el triple”, apuntó.

"Vida política de Benito Juárez"
"Vida política de Benito Juárez" ı Foto: Museo del Estanquillo

En otra ocasión le llevó un diorama múltiple acerca de la vida política de Benito Juárez, cuya primera versión vendió un matrimonio inglés cuando radicó en Oaxaca. “Le conté y se le antojó. El día que se lo llevé, le platiqué que me lo habían pagado en 10 mil pesos. Él me dio un cheque doblado que vi hasta que salí de su casa… me quedé sorprendido, pues era muchísimo más. Creo que esa era su forma de adular mi trabajo”, comentó.

Una separación, más no un adiós

Lo último que don Alfredo le hizo a Monsiváis fue “La Divina comedia”, un diorama piramidal de 160 centímetros de alto que retrata 123 pasajes de la obra de Dante Alighieri. "La empecé en 2006, cuando le entre la obra de la vida de Juárez; le dije que tenía en mente hacerla, pero que podría ser difícil; él me dijo que me apoyaba, que la armara, porque se le había antojado tenerla”, narró.

"La divina comedia", de Alfredo Velázquez Lona
"La divina comedia", de Alfredo Velázquez Lona ı Foto: Museo del Estanquillo

Tardó 11 meses en completarla y después de que se la entregó el escritor comenzó a enfermar. “Poco a poco dejamos de tener contacto, hasta que un día uno de mis hijos me dijo que si me había enterado, le pregunté de qué y entonces me dio la noticia. Realmente me agarró de sorpresa y no lo puede creer hasta que lo vi en la tele”, lamentó.

Carlos Monsiváis murió el 19 de junio de 2010 a causa de una insuficiencia respiratoria. Ese día se fue uno de los más grandes escritores del país y también una de las personas a las que Velázquez Lona más le aprendió. “Fue muy duro, pero me quedé con recuerdos muy bonitos del maestro”.

Esto lo narra don Alfredo con la voz entrecortada y desde la sala de la casa de uno de sus hermanos, mientras sostiene una pieza que realizó este Día de Muertos y en la que asegura plasmó su propio cortejo fúnebre.

La pieza en la que Don Alfredo plasma su propio cortejo fúnebre
La pieza en la que Don Alfredo plasma su propio cortejo fúnebre ı Foto: Raúl Campos

El artista octogenario aprovecha todo lo que puede para seguir creando y volcar su imaginación en mundos oníricos diminutos, repletos de color y únicos; pues, al igual que los grandes artistas que vinieron antes que él, cuando parta dejará en sus miniaturas su visión mística del mundo, anhelos, alegrías y aficiones.

“Uno tiene que irse de alguna forma, tarde o temprano, pero ello no es algo que nos deba entristecer. Más bien tenemos que disfrutar, gozar lo que nos queda, con quienes amamos y alegrarnos por todo lo que hemos vivido… aquello que nos hace únicos e inspira”, finalizó.

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