Las Norton Lectures de la Universidad de Harvard son de una importancia fundamental para la cultura norteamericana. Toman el nombre de Charles Norton (1827-1908), humanista, traductor al inglés de la Divina Comedia y cofundador de The Nation. Cuando alguien recibe la invitación a dar seis lecciones magistrales, es porque responde su obra al grado de maestra.
Así lo hizo en su momento Igor Stravinsky al titular sus Norton Lectures en 1930-1940 como Poetics of music in the form of Six Lessons, o lo haría después Umberto Eco en sus Seis paseos por los bosques nativos, que fueron las del curso 1992-1993. En lo que algunos precedentes hispánicos se refiere fueron invitados el poeta español Jorge Guillén, quien posteriormente publicó el libro Lenguaje y poesía en el curso 1957-1958, o lo fueron los capítulos de la obra de Octavio Paz, Los hijos del limo, que dictó en 1972-1973.
Hace un par de años se publicaron por vez en español las conferencias que dio Jorge Luis Borges en el otoño de 1963, y que se editaron bajo el título de Arte y poética (Editorial Crítica), con un prólogo de Justo Navarro. El volumen reúne seis conferencias, donde Borges dialoga con algunos de sus textos preferidos y con los autores de su vida: Poe, Conan Doyle, Kipling, Virgilio, étcetera.
El libro conserva su forma inicial de conferencia y deja ver al Borges conversador, irónico que quizá por encontrarse ante oyentes de su cultura inglesa, que declara ser en él tan constante como la española, ha escondido menos que otra veces su rostro verdadero, el querer convertir estas conferencias en un homenaje a la lengua de sus abuelos.
“Aunque amo el inglés —dice Borges—, cuando recuerdo poemas ingleses me doy cuenta de que mi lengua, el español, me reclama. Me gustaría citar unos cuantos versos. Si no los entienden pueden ustedes consolarme pensando que yo tampoco los entiendo y que no tiene sentido”.
Borges por conectar con el público norteamericano ofrece comentarios sobre su propia tradición, si bien no deja de aparecer referencias a textos escritos en español, a Cansinos Assens, una de las figuras que Borges siempre vindicó como maestro y también a Leopoldo Lugones, San Juan de la Cruz, que comenta como el más grande poeta de la literatura española, y por supuesto, el Quijote de Cervantes.
Los títulos de las seis charlas son: Enigma de la poesía, La metáfora, El arte de contar historias, La música de las palabras y la traducción, Pensamiento y poesía, y Credo de poeta. Nadie como él es capaz de visitar las cimas de un pensamiento con tan aparente facilidad de forma que el lector si se ve sorprendido por el hecho de qué fugaces comentarios, entreverados de bromas, hechos como quien se los encuentra sin esperarlos, alcancen a ser en verdad profundos.
Pero no se espere encontrar aquí teorías de la literatura, ni filosofía, ni metafísicas sobre la poesía,: hay más primores de lo concreto, experiencias de lector que conoce la magia de la poesía y la proclama; su secreto más hondo se encuentra en la lectura. De los múltiples rostros de Borges, aquí se centra en uno: el del poeta. En El arte de contar historias, una de las conferencias que más me emociona —en sí todas sorprenden, emocionan, deslumbran—; alcanza a decir su poética ideal: la que coincide con un mundo en que el ritmo, el verso y la narración no hayan perdido su mutua necesidad para decir al hombre en sus metáforas fundamentales.
En esta conversación, cuya tesis sobre la novela coincide con la expuesta por Benjamín en “El narrador”, Borges cree, y lo deja dicho cuando trata de la metáfora, pero lo replica una y otra vez, que hay un corpus reducido de grandes motivos, de metáforas recurrentes, que atraviesan y cruzan el mar desbordado de la literatura.
La conferencia que concluye el ciclo es deslumbrante, no sólo por el tono confesional, sino por lo autobiográfico de Borges. Su infancia y su primer encuentro con los libros. La cita esperada con un poema de Keats que su padre recitaba —su papá fue fundamental en su vida—. Él no podía entenderlo, porque la poesía no se entiende, funciona por alusión, el arte de la poesía se reduce a ser el encuentro entre una alusión y la imaginación del lector, capaz de cubrir con la imaginación la distancia entre alusión y sentido.
Esta lección de Borges es aplicada también a la pintura, pues algo similar me explicaron el escultor vasco Eduardo Chillida y el escultor norteamericano Richard Serra, cuando me descubrían el encuentro con la escultura: “ El espacio —me decía Chillida— hay que sentirlo y observarlo, nunca lo intentes descubrir sin entenderlo”. De igual forma Borges nos adentra al encuentro místico de la poesía. Quizá Borges sabía su secreto, y ahora como lectores de toda su obra narrativa y poética, nos toca descubrirlo.