América y el pasado indígena*

Entrevista Alfredo López Austin

Alfredo Lopez
Alfredo Lopez Foto: larazondemexico

Decía Francois Chatelet que la organización profunda de los acontecimientos históricos, que permite la idea de un saber que los conozca en su inteligibilidad, no es contradictoria con la originalidad de todo lo que sucede, pues esa originalidad existe para presentar una atención concienzuda, al detalle. Es decir, no es la suma de los hechos lo que importa, sino el significado histórico que han dejado dichos acontecimientos. En el libro El pasado indígena Alfredo López Austin (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1936) y Leonardo López Luján hacen una recomendación múltiple del proceso histórico en los pueblos indígenas de México. El estudio, cauteloso y propositivo de un historiador y un arqueólogo consiste, en primer lugar, en remontarse más de 3 mil años, o los caza-recolectores (primeros habitantes en Mesoamérica), siguiendo la vía alterna de la evolución social hasta el siglo XVI.

López Austin es autor de los libros: Juegos rituales aztecas (1967), Augurios y abusiones (1969), Textos de medicina náhuatl (1971), Un recorrido por la historia de México (1975, en colaboración con Edmundo O’Gorman y Josefina Vázquez de Knaut,), La educación de los antiguos nahuas (1985), Una vieja historia de la mierda (1988), Breve historia de la tradición religiosa mesoamericana (1999), Un día en la vida de una partera mexica (1999) y Calpulli. Mitología de Mesoamérica (antología y edición en japonés por Tetsuji Yamamoto y Aito Shinohara, 2013), entre otros. Sus premios son diversos, pero sobresalen: Premio Universidad Nacional Autónoma de México (1993), medalla y diploma del Senado de la Universidad de Varsovia (2008), Linda Schele Award (2011), H.B. Nicholson Medal for Excelence in Mesoamerican Studies (2011), The Tlamatini Award (2012).

¿Cómo entiende una visión global de los primeros caza-recolectores en Mesoamérica?

Lamentablemente, poco sabemos del prolongado periodo preagrícola. Los vestigios de aquella época son muy escasos. Nuestro desconocimiento se debe a la baja densidad demográfica y la dispersión de los grupos recolectores-cazadores, a la irremisible acción del tiempo sobre sus antiquísimos vestigios y, por si fuera poco, al limitado número de excavaciones hechas para su estudio. Además, la información con que contamos se reduce en buena medida al aspecto tecnológico de estas sociedades. Las fuentes principales del arqueólogo son los utensilios de piedra.

Alfredo Lopez
Alfredo Lopez ı Foto: larazondemexico

José Luis Lorenzo da el nombre de etapa lítica a este periodo, el cual divide en dos vertientes: arqueolítico (33,000-12,000 a.C.) y cenolítico (12,000-5,000 a.C.). ¿Qué sitios podríamos reconstruir para aportar nuevas investigaciones sobre dichas épocas?

Hasta la fecha se conoce una decena de sitios pertenecientes al primer oriente, entre los cuales destaca El Cedral, San Luis Potosí, que cuenta con las fechas radiocarbónicas más antiguas. Las sociedades del oriente arqueolítico (lítica-antigua), igual que sus antepasados provenientes de Asia, no poseían un equipo técnico especializado. Se limitaban a dar unos cuantos golpes con una piedra sobre rocas, guijarros o lascas para obtener bordes cortantes y ángulos agudos. El resultado eran instrumentos grandes, burdos con una o dos caras trabajadas, que podían tener múltiples funciones: raspar, rayar, cortar, machacar y golpear. Parece incuestionable que también hayan usado objetos de fibras duras, piel, hueso y madera. Todo el horizonte ar-queolítico queda comprendido en la parte final del pleistoceno. El hombre de esos tiempos conoció un paisaje más húmedo y frío que el actual. Las lluvias llegaban a zonas hoy áridas, los lagos eran más profundos y extensos; numerosas corrientes de agua favorecían la proliferación de pastizales donde se alimentaban manadas de caballos, mutantes, camélidos y bisontes.

Lorena Mirambel dice que el cambio de caza-recolectores al sedentarismo agrícola se da por una necesidad y dominio de la tierra. ¿Cómo se da el proceso de transformación?

Por causas que aún es muy difícil determinar, la vida de algunos recolectores-cazadores comenzó a transformarse con lentitud milenaria. Gradualmente cambiaron las relaciones entre el hombre y su entorno vegetal, dándose el gran paso entre la mera apropiación y la producción agrícola. Este proceso tiene una doble importancia en nuestra historia: constituye uno de los grandes acontecimientos de la evolución humana y gesta la diferenciación de las tres super áreas culturales del México antiguo. Mientras algunas sociedades siguieron desarrollándose dentro de una economía de recolección-caza, otras fueron modificando sus actividades de sus-tancia, su organización social, su concepción del universo.

¿Cómo podemos entender esta transición hacia la agricultura?

Aún no lo sabemos. Múltiples teorías tratan de dar respuesta a esta pregunta, privilegiando, unas, los motores de índole social; otras, las causas ambientales, y otras más, los cambios genéticos de las plantas. Dentro del primer tipo de respuestas se acentúa el papel casual del incremento demográfico constante. La población habría llegado a un punto en que las actividades de apropiación no eran suficientes para su subsistencia, por lo que tendría que adoptarse la agricultura; pero ni en Oaxaca ni en Tehuacán hay indicios de un incremento demográfico sustancial. La mayor información con que contamos acerca del proteneolítico procede de cuatro regiones con larguísimas secuencias de ocupación; el Valle de Tehuacán, en Puebla, la Sierra de Tamaulipas y la Sierra Madre del sureste de Tamaulipas (ambas áreas estudiadas por MacNeish), el Valle de Oaxaca (investigado por Flannery y Marcus) y el sur de la Cuenca de México (explorado por Neiderberger en Zohapilco). Las investigaciones pro-porcionan un cuadro de desarrollo bastante completo. Durante los 2 mil 500 años de dicho horizonte se observa el paulatino aumento de la población, señalado por el número y la importancia de los asentamientos en una misma región. Conforme pasa el tiempo, se alargan los periodos en los cuales las bandas se reúnen en un solo lugar para formar macrobandas. A lo largo del protoneolítico siguen habitándose campamentos, abrigos y cuevas; pero, para el año 3000 a.C., existe en el Valle de Tehuacán una pequeña casa semisubterránea de planta olvidada. El proceso hacia el sedentarismo va aumentando la importancia de las plantas do-mésticas respecto a las silvestres. En un principio tienen lugar cambios genéticos en la flora, posiblemente relacionados con conductas selectivas del hombre. Tiempo después, y a un ritmo muy lento, se acrecentará el número de vegetales domésticos. Hubo un proceso paralelo con los animales, aunque a una escala mucho menor, limitada al perro y al guajolote.

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Alfredo Lopez ı Foto: larazondemexico

¿Qué influencias recibió el posclásico de las sociedades del centro de México?

Aunque los flujos de personas, bienes e ideas transitaron en todos los sentidos, la huella sucesiva de toltecas y mexicas fue profunda y casi omnipresente en Mesoamérica. Es cierto que en cada área la repercusión fue diferente, pero ninguna quedó exenta de contactos pacíficos, directos o indirectos, con Tula y México-Tenochtitlan. En lo que a Tula respecta, hoy en día nadie pone en duda el papel protagónico que desempeñó durante los primeros siglos del posclásico. Paradójicamente y en contraste con la importancia de esta urbe, aún no se ha podido precisar cuál era su zona de dominio directo, con cuáles centros entabló las relaciones comerciales más intensas y de qué naturaleza fueron los nexos con distintas capitales de Oaxaca, Yucatán y los altos de Guatemala. Entre los contados investigadores que han tratado de dar respuesta a la primera de dichas interrogantes, destaca Paul Kirchhoff. Empleando como fuente la historia tolteca-chichimeca y la pictografía colonial del siglo XVI, Kirchhoff reconstruyó una hipotética esfera tributaria tolteca.

*Esta conversación pertenece al libro Elogio de la memoria. Ensayos y conversaciones de próxima aparición en Editorial Praxis.