Josefina Zoraida Vázquez (México, DF, 1932) cursó la maestría en historia universal en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde también realizó un doctorado en historia. Tiene un doctorado en historia de América en la Universidad Central de Madrid, y un posdoctorado en historia de Estados Unidos en la Harvard University. Es investigadora de El Colegio de México y ha enseñado en la UNAM, la Universidad Iberoamericana y diversas universidades de Estados Unidos y Europa. Es profesora emérita de El Colegio de México y del Sistema Nacional de Investigadores.
Sus investigaciones se han centrado en historia de la educación e historia política y diplomática de México en el siglo XIX. Entre sus obras destacan Nacionalismo y educación en México, Historia de la historiografía, México frente a Estados Unidos, La fundación del estado mexicano, Una historia de México, La enseñanza de la historia, La intervención norteamericana en México, 1846-1848, El establecimiento del federalismo en México, 1812-1827. También es autora y coordinadora de diversos libros de texto; entre ellos, los de ciencias sociales, historia de México e historia.
Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia; pertenece a la American Historical Association. Fue elegida para ocupar la Cátedra Tinker en The University of Texas, Austin; miembro numerario de la Academia Mexicana de Historia y Filosofía de la Medicina. Fue directora de la carrera de historia en la Universidad Iberoamericana y directora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, miembro del consejo de redacción de la Historia de América Latina de la UNESCO. Es integrante del consejo consultivo de ciencias de la Presidencia de la República.
Obtuvo el Premio Andrés Bello de la OEA y el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Ha recibido becas prestigiosas, como la Rockefeller, la Guggenheim, la Fulbright, la del Center for Advanced Studies in the Behavioral Sciences de Stanford; fue distinguida por el gobierno de España con la Encomienda de la Orden Mérito Civil; es Premio Antonio García Cubas del INAH e investigadora nacional de excelencia del Sistema Nacional de Investigadores.
Se dice satisfecha por una trayectoria de más de 40 años en los caminos de la historia. La doctora Vázquez es autora, entre otros libros, de Interpretaciones del siglo XVIII mexicano: el impacto de las reformas borbónicas, México al tiempo de su guerra con Estados Unidos, 1846-1848, Tratados de México: soberanía y territorio, 1821-1910, El establecimiento del federalismo en México, 1821-1827, «La primera presidencia de Antonio López de Santa Anna», en Presidentes mexicanos, t. I (2004) y Mexicanos y estadunidenses ante la guerra del 47. «La constancia en el trabajo —dice Zoraida Vázquez— lo lleva a uno a descubrir nuevos senderos históricos que jamás como historiador uno mismo se imagina. Pienso que la historia es una vocación natural que viene con uno mismo; es decir, en un país con tanta historia es imposible no apasionarse por la materia y la ciencia histórica».
En su libro La patria independiente Zoraida Vázquez rastrea el ambiente político que se vivía a pocos años de la consumación de la Independencia en nuestro país, así como las pugnas y rechazos que causó el plan de Iturbide para lograr una independencia sin coerción.
¿Podemos hablar de nuevos hallazgos para entender mejor la Independencia?
El pasado se interpreta sobre el presente y desde las circunstancias que rodean al historiador. Igual que otros temas, se relaciona con el fin de aclarar dudas que tienen que ver con el sentido de identidad. En la Independencia se forja la idea nacional, pero la visión que tenemos de ella es contradictoria. Se elaboró hace más de un siglo, como resultado de una victoria liberal que subrayaba demeritar la tradición política opositora. Esta visión desdibujó el pasado novohispano y creo que falseó en buena medida la consumación de la Independencia. De manera que La patria independiente pretende recuperar una visión más comprensiva del último momento y su personaje principal, que es Agustín de Iturbide.
Usted dice que tenemos una visión contradictoria de nuestra historia, ¿cómo la podríamos reconstruir como lectores e historiadores?
Mi maestro Edmundo O’Gorman insistía en que sólo la imaginación nos permitía el acto de revivir los momentos del pasado. Para reconstruirlo hay que documentarse, pero es nuestra interpretación la que le da vida y todas las interpretaciones de un evento pasan a formar parte del mismo.
¿Cuál es su objetivo al recuperar una historia más relacionada con la política de principios de siglo?
Aunque me formé como historicista, mi temperamento y mi formación fueron múltiples: estudié en la UNAM, en el Madrid de los años 50, en Harvard; eso me permitió acercarme a otras formas de hacer e interpretar la historia. Me inicié en la historia de las ideas, pero después me acerqué a la social y económica para tratar de reconstruir la historia política de la fundación del estado mexicano. Creo que el historiador debe echar mano de toda forma que lo acerque al hecho que le interesa. Me interesa la historia política, tan desprestigiada en México; pero no quiero hacer un relato de hechos simples, sino comprender los porqués de los dramáticos sucesos de la primera etapa nacional. Lo que hago es una historia que aspira a ser objetiva, pero se sabe subjetiva.
Hábleme de cómo nació el mito de celebrar la Independencia de nuestro país el 16 de septiembre.
La celebración del 16 de septiembre como día de la Independencia tiene un valor simbólico y otro político. El simbólico tiene que ver con el hecho de que, como escribió alguna vez O’Gorman, fue Hidalgo el que hirió de muerte al virreinato. El político tiene que ver con la interpretación Sueño con una mujer que desea ser amada sólo en sueños que harían durante la segunda mitad del siglo XIX los liberales que trataban de desprestigiar la idea monárquica y a Iturbide como encarnación de la tradición virreinal. Lo que es patológico es que se arrincone a Iturbide en el panteón de la Independencia cuando él logró consolidarla. Como ha predicado Luis González desde hace años, es necesario deshacernos de la historia de bronce y sustituirla por una más humana y comprensiva.
¿Cómo entenderíamos hoy la intervención de un grupo como el de la Profesa para la consumación de la Independencia?
En primer lugar, no sabemos realmente si existió el Grupo de la Profesa. Guadalupe Jiménez Codinach, en un artículo reciente, resaltaba las contradicciones que rodean lo que Alamán nos cuenta. En todo caso, si existieron los conspiradores de la Profesa, siendo influyentes funcionarios y eclesiásticos de la Nueva España, Iturbide debió haber considerado que era importante generarlos para facilitar su empresa. El plan de Iturbide era unir a todos los habitantes de Nueva España para evitar el alargamiento de la lucha, un anhelo que todos compartían; de ahí el triunfo de su proyecto.
¿Qué aporta, en lo histórico, entender el pensamiento realista y el insurgente en la lucha independiente?
Comprender el pensamiento de seres humanos que vivieron circunstancias tan complejas no es fácil, pero sin duda, fueron actos inesperados los que parecen haber determinado dos campos. Como nos ha insistido Brian Hamnett, es una exageración hablar de criollos y gachupines; había españoles americanos y españoles residentes que tenían los mismos intereses; estaban, por otra parte, los funcionarios peninsulares, la nueva burocracia resentida por la vieja a la que habían arrebatado algunos privilegios; estaban los indios que tenían sus repúblicas y les interesaba mantener su estatus separado y estaban mestizos y castas que querían conquistar un mejor sitio en la sociedad. Era imposible que no hubiera resentimientos hacia los españoles que ocupaban los puestos más importantes del clero y el gobierno, y contra los que abusaban de su lugar en la sociedad, pero eso no impedía que la lealtad hacia la corona fuera grande, como lo prueban las aportaciones que dieron todos los grupos sociales para la independencia de España. Ahora bien, el plan de Hidalgo era de criollos; como el plan de 1808 y el de 1809, respondía al deseo de autonomía que se venía expresando desde 1771; respondía a la prosperidad que había logrado el reino en el siglo XVIII. Pero la conspiración fue descubierta y los conspiradores se lanzaron a la lucha sin preparación, con las consecuencias que todos sabemos, los excesos de crueldad y de destrucción, que retrasarían once años la independencia, pues desaprobada por la mayoría de los criollos, éstos prefirieron quedarse en las filas realistas.
En su libro hay dos personajes centrales: Iturbide y Guerrero, ¿en qué medida podemos valorar su proceso histórico?
Los dos, Iturbide y Guerrero, parecían destinados a complementarse. Iturbide era el típico criollo, oficial exitoso en sus campañas y, como tal, autonomista; michoacano, su vida militar lo había familiarizado con el territorio de la provincia de Nueva España. Desde 1816 retirado del mando, había vivido en los alrededores de la capital, donde conquistó con sus dotes seductoras. Seguramente se percató del cansancio de los pueblos con la guerra y sus abusos, tanto de unos como de otros. Todos deseaban el orden y todos estaban desencantados de la otrora respetada corona. Por su parte, Guerrero era uno de los insurgentes que se mantenían en pie de lucha, consciente de su aislamiento y de la imposibilidad de la victoria con tales limitaciones. Los dos se dieron cuenta de que se necesitaban, que después de todo los dos eran novohispanos y unidos podían lograr con-solidar la Independencia. En todo caso fue la complementariedad la que los hizo unirse, y lo más triste es que los dos fueron víctimas de sus contemporáneos intransigentes.
Entre sus preocupaciones actuales se encuentra realizar una nueva constitución para nuestro país, ¿es esto posible hoy día ante los desafíos del nuevo siglo?
Hay que entender que esto lleva muchos años, no es como creen nuestros políticos, que es de un día para otro. Hay que tratar de definir la división de poderes, hacer una renovación y revaloración del poder judicial, y de ahí establecer las relaciones entre los poderes estatales y el federal. También hay que estudiar la relación entre los poderes municipales y los estatales, hay que hacer un ajuste político importante, fundamental para cambiar nuestra Constitución. Es el colmo que ésta tenga tantos cambios; es la única en el mundo que los tiene tan seguidos. Es como un cuaderno al que se le arrancaran las hojas, y lo peor es que muchas veces no pasa nada con los cambios que se le hacen.
¿Cómo entender tantos cambios importantes en la Constitución mexicana y en nuestra propia historia?
Una de mis pasiones es tratar de comprender el siglo XIX. En él podemos encontrar y entender muchos problemas actuales. En el XIX hay que interpretar el comienzo del federalismo, y desde luego, todas las amenazas externas que tanto debilitaron al país a lo largo de varias décadas. Se dice, o, mejor dicho, se cuestiona, cómo se hizo la Independencia, cómo se creó y fundó el estado mexicano, qué malo era Iturbide, qué mal el centralismo, qué error el imperio, etcétera. El problema es que nadie trata de comprender los motivos. Por eso debemos tener una conciencia más clara del siglo XIX mexicano, someterlo a una revisión profunda y crítica.
Usted menciona que uno de los problemas de nuestra Constitución es la relación entre estados y federación, ¿se trata de un problema antiguo e interminable en nuestra historia?
De lo que no hay duda es que el federalismo mexicano se inspiró en el estadunidense de la Constitución de 1789. Tomó como modelo la fórmula de compromiso lograda en la Convención de Filadelfia para solucionar las diferencias entre estados pequeños y grandes, concediendo representación igual a todos en el Senado y proporcional a la población en la Cámara de Diputados. Pero el federalismo mexicano fue más radical, interpretado en términos de antifederalismo jeffersoniano, pues su enorme celo por la soberanía de los estados otorgó al gobierno facultades mínimas. Ese conflicto sigue hoy vigente, y creo que es uno de los que habría que resolver pronto para no repetir siempre la misma historia.
¿Éstos los podríamos entender como errores de interpretación histórica?
Desde luego. La gente no lee las constituciones ni las leyes que rigen nuestro país, y esto conduce a absurdos históricos, tal vez de interpretación, razón por la cual se carga la memoria de algunos tropiezos del pasado. Hay que darnos cuenta de que ya no podemos seguir arrastrando vicios del siglo anterior; creo que todo se deriva de que no hemos entendido la Revolución Mexicana, pues la observamos contra el porfiriato. Mi desafío va por el lado de que revisemos la Constitución, sus alcances y logros, también los errores y sus contradicciones. En fin, entender la soberanía de un país tan maravilloso como el nuestro, del que muchos se quejan amargamente, pero no hacen nada para entenderlo.
¿Cómo podemos entender la fundación del estado mexicano? ¿Hay un estado mexicano sólido actualmente?
El estado mexicano se fundó sobre bases endebles, heredadas, que la lucha independentista había socavado y que se insertó en el orden internacional en circunstancias adversas. Las provincias aceptaron mantener la unidad territorial, pero bajo un federalismo radical que, encima, estableció un gobierno nacional débil. La experiencia fue amarga y está llena de lecciones de cómo los problemas partidistas pueden oscurecer los verdaderos intereses nacionales. Hoy debemos poner mucha atención a los problemas políticos. Hay que tener memoria y aprender la lección.
*Esta conversación pertenece al libro Elogio de la memoria. Ensayos y conversaciones de próxima aparición en Editorial Praxis.