Una de las principales preocupaciones de Michel Foucault fue la relación entre la existencia individual y el conjunto de estructuras y condiciones históricas en los que aparece la existencia del individuo. Dentro de esa individualidad, en tiempos aristotélicos se planteaba la presencia del ethos y el destino del hombre como ser propio. En su libro El ethos, destino del hombre, Juliana González (México, 1936) propone una ética fundamentada en la condición humana, tomando como punto de partida la naturaleza misma del ser humano —es decir, donde radica el bien y el mal englobados en una sola valoración— para poder comprender, a partir de la ética del presente, los frutos de nuestro tiempo. González es una de las filósofas más reconocidas de México. Instauró una escuela en el campo de la ética y logró ubicar sus investigaciones en la frontera de los debates filosóficos en ese campo y en la bioética, tal y como se manifiesta en su libro Genoma humano y dignidad humana. Durante varias décadas ha realizado un trabajo de investigación riguroso y original que ha abierto líneas y perspectivas novedosas para el desarrollo de la filosofía, en particular la metafísica y la ética. Vincula la filosofía griega antigua con problemas filosóficos contemporáneos e integra el saber científico —como el psicoanálisis y las ciencias genómicas— a la reflexión ética. Juliana González fue directora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue nombrada profesora emérita de la UNAM, institución que invistió con el doctorado honoris causa. Ingresó al Institut International de Philosophie, y recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2004. Ha publicado una vasta obra que consta de 19 libros, 7 de ellos de autoría única y más de 100 artículos especializados. Destacan sus textos Ética y libertad, El malestar en la moral: Freud y la crisis de la ética, El ethos, destino del hombre y Genoma humano y dignidad humana.
Aristóteles pensaba que el hombre es padre e hijo de su propio ethos. ¿Cree que esta toma de conciencia ayude en la reconstrucción de nuestra individualidad, como lo buscaba Michel Foucault?
Creo que la apelación contemporánea que hay de la ética es muy significativa en nuestros días por el llamado generalizado hacia ella por todos lados, pues pareciera que la ética nos reivindica, y no sólo por la crisis de la misma, sino que hay una crisis de valores, y ella viene a ser una especie de esperanza en la recuperación de un sentido de valores y proyecciones humanas importantes para la historia humana. Entonces rescatar la ética es rescatar la individualidad. Pero, al mismo tiempo, es rescatarla responsablemente, que nos lleve al individualismo colectivo y no al egoísmo. La paradoja se acentúa si se insiste en lo inverso: que el ethos no es naturaleza ni destino en el sentido de algo dado e inmutable. Consiste él mismo en un perpetuo emerger de sí mismo. Es arte moral y, como todo arte, obra de esfuerzo continuado, disciplina, perseverancia. Es una práctica cotidiana como la de cualquier artista. El ser humano es —como afirma Aristóteles— padre e hijo de su propio carácter o ethos. En él se funden la naturaleza y la libertad. Es la literal sobrenaturaleza humana, clave de la ética: libre y necesaria al mismo tiempo.
Después del colapso del socialismo real, la caída del Muro de Berlín en 1989 y la pérdida de las utopías, sabemos que vivimos un tiempo de transición en el cual no sabemos hacia dónde vamos. ¿Qué tan efectiva podría resultar la individualidad colectiva para alcanzar una renovación de los valores éticos?
La caída de estos valores que implicaban unos ideales se derrumban por una realidad mal construida. Por tal motivo, necesitamos apoyarnos, no en el estado socialista, sino en el hombre de carne y hueso socialista; es decir; el que tiene una conciencia ética y una proyección de sí mismo. Desde luego, el hombre adquirió conciencia de persona en los tiempos griegos, y su hallazgo de conciencia histórica es más del mundo moderno. Entonces, todos éstos son de algún modo hallazgos históricos. El hombre se va haciendo en el tiempo, va construyendo su propia esencialidad. Estas dimensiones de conciencia individual, de conciencia de destino social, es algo que nos constituye como seres humanos en el presente y no es algo que podemos borrar de golpe. Es por eso que el hombre ético puede ser el depositario vivo, individual, solitario y comprometido con su tiempo y sociedad, dejando de un lado esa individualidad egoísta y personal aplicada en términos no provechosos para el bien común. De ahí que la idea más aproximada al significado del ethos sea la de la «segunda naturaleza».
Heráclito hablaba del hombre como lo bello y lo terrible, ¿qué papel juega el ethos como destino del hombre?
Es propio del hombre —como lo expresa Vives—poder representar varios papeles; el hombre es el gran mimo que puede ser como otros seres e incluso ser como Dios. Es, en este sentido, un microcosmos y todas sus representaciones tienen un sentido moral. Pero entre todos los posibles papeles, hay uno en especial que le corresponde: el papel de hombre precisamente. Hay una forma de ser, un ethos, que es aquella que es propia del hombre como tal, que a él toca realizar y que tiene justamente el carácter de algo potencial o virtual. La humanitas es virtud, en los varios sentidos que conlleva originalmente la virtud latina. La areté griega es la capacidad, potencialidad, disposición; es excelencia, plenitud, perfección, cumplimiento pleno de las cualidades distintivas, de aquello que se es más propiamente, es esfuerzo y acción confirmada por la cual se forma el propio ser. Es, asimismo, mérito y merecimiento, algo siempre contingente, susceptible de no ser; de ahí su rareza y dificultad.
La humanización coincide con la formación del ethos: la forma propiamente humana de ser. La excelencia es cultivo y cultura a través de los cuales el hombre busca realizar las más altas y distintivas potencias de su ser. Por esto, la humanidad converge también con la paideia, en tanto que ésta es la formación integral del hombre.
Platón daba gracias al cielo por haber nacido en el tiempo de Sócrates, en el tiempo de las artes. Con el surgimiento del humanismo y hacia el fin de este siglo, ¿ahora de qué puede dar gracias el hombre?
De ser hombre. Eso también es parte del humanismo —vivir estos tiempos tan abismales—, ya que pocos siglos en la historia de la humanidad han sido tan destructivos como el que enfrentamos diariamente. Pero al mismo tiempo quiero creer que el nuevo siglo está lleno de promesas, de reformas profundas, pues hemos generado incluso una conciencia de libertad que no teníamos y adquirido una esperanza en nuestro propio destino. Pero también es un siglo el XXI lleno de sorpresas inesperadas o destructivas. Quienes somos humanistas y quienes queremos una vida jugamos la carta de Eros, ya que tenemos la esperanza de que las fuerzas de Eros triunfen sobre las destructivas, las fuerzas de Tánatos. Pienso que hay un millón de signos para que vayamos hacia un mundo más justo y democrático, pero también lleno de precaridad y amenazas brutales.
*Esta conversación pertenece al libro Elogio de la memoria. Ensayos y conversaciones de próxima aparición en Editorial Praxis.