Bicentenario del nacimiento de un poeta que pasa los últimas jornadas de su existencia lacerado por la hemiplejía, sin dominio de la facultad de leer ni de hablar: permanece 12 meses en un sanatorio con un ojo nublado y la lengua enredada; barbilla desaliñada que le deforma el semblante: balbuce entre la rabia y la impotencia un escarnio: “Cré nom!”(“¡Crea nombre!”). La voz lírica más dotada de Francia, Charles Baudelaire (Paris, 9 de abril, 1821 – Ídem, 31 de agosto, 1867), ¿acaso merecía ese final?
“Mucho tiempo viví bajo amplísimos pórticos / que los soles marinos con mil fuegos teñían, / y sus grandes pilares, majestuosos y rectos, /simulaban de noche ser basálticas grutas”: escribe el desgarrado Baudelaire en ese libro sedicioso que conocemos como Les fleurs du mal. / Cuál es el origen de esa rasgadura en el alma: hijo de Joseph-François Baudelaire --quien lo engendra en plena vejez: 62 años de edad-- y de Carolina Dufays de sólo 27. Huérfano paterno a los 6 años, recuerda con piedad las aficiones del progenitor por la pintura. “Viejo mobiliario Luis XVI, antigüedades, Consulado, dibujos al pastel, sociedad del siglo XVIII”, así resume el poeta su infancia.
Un año después, la madre contrae matrimonio con el militar Jacques Aupick. Maridaje que cultiva en el hijo los gérmenes de muchas de sus infaustas tendencias. Relación con el padrastro envuelta en choques violentos. El oficial lucha por ‘encarrillar por el buen camino’ al futuro escritor que vaga por museos, bibliotecas, tertulias literarias y burdeles del Barrio Latino, resuelve alejarlo de París y lo envía a Calcuta en 1841: el joven se niega, toma camino al puerto de Burdeos (breves estancias en las islas Mauricio y Borbón): huida determinante de honda traza en las blasfemas imágenes de futuros textos.
Baudelaire, seductor de emociones inmensas, inagotables, inflamadas: ¿un desventurado físicamente, a quien se le recrudeció el cerebro por providencia? Se alienta un soplo de virtudes en sus palabras: lo del alma enviciada tiene ecos de ficción. “¡Para alzar una carga tan pesada / se requiere el valor que tuvo Sísifo!” (“La mala Suerte”, Las flores del mal): veo “la silueta de un ave herida de mala muerte, que se mueve con vaivenes de agonía en el árbol en que se quedó prendida al caer” (Ramón Gómez de la Serna).
Años de 1841/42. París. Amistad con Balzac, Nerval, Gautier, De Banville. Vida desordenada. Inicio de su obstinada relación amorosa con la mulata Jeanne Duval, mujer tachada por la sociedad: prostituta y negra. Trances cada vez más inciertos (deudas, hachís, alcohol, opio...), el autor de La Fanfarlo (1847), lucha por lograr la expresión de su genio desde la pasión de un arresto limitado frente a la salud quebrantada por la sífilis contraída en la adolescencia que nunca tuvo cura.
Poeta, narrador, ensayista y traductor, se afirma que las traslaciones que hizo al francés de la obra de Poe superan el regusto romántico/gótico del original. El autor de El Cuervo se sitúa entre el universo romántico y Baudelaire: dos almas gemelas (“No eran más que una sola persona en dos encarnaciones separadas en el espacio, y un poco en el tiempo”: Cortázar) marcadas por lo sombrío y lo funesto en ruta a lo pavoroso; la moral y la meditación del amor burgués se rinde ante las liviandades de la lujuria.
Las flores del mal (1857). Impresión decomisada por atentar contra la moral y la religión. Textos prohibidos (“Lesbos”, “Mujeres condenadas”, “El Leteo”...). La lira, cómplice de un hechizo evocador que dispensa lo que toca al glorificarlo para embellecer la realidad. Desolación, dolor, muerte, espanto, crimen, soledad y miseria revelan cataduras de la condición humana: deben ser salvado de la gafa del tiempo y signarse en la poesía.
Intrepidez en una época decadente. El dandismo: relámpago de vanidad. Spleen: ahogo del ánimo, acoso a los anhelos y rigidez de los sentidos. Ansiedad, aislamiento. Los paraísos artificiales (1860), El Spleen de París (1869). La vida parisina del siglo XIX en viñetas mordaces en gamas crueles y dulces. Baudelaire descubre la gracia de Aloysius Bertrand (Gaspar de la noche) y desde esa lectura expresa los afanes y pesadillas de la vida moderna.
Vértigos, náuseas, neuralgia, afasia y hemiplejía. El hombre que escribió: “Ven, acércate a mí, alma sorda y cruel, / adorada tigresa, monstruo de aire indolente// ¡Quisiera dormir! ¡Dormir más que vivir!”, muere el 31 de agosto de 1867 a las 11 de la mañana en los brazos de su madre. Siempre sostuvo que Francia tenía “horror a la poesía”.
“La destrucción”
Por Charles Baudelaire
Incesante a mi vera se agita el Demonio;
Flota alrededor mío como un aire impalpable;
Lo aspiro y lo siento que quema mis pulmones
Y los llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma, sabiendo mi gran amor al Arte,
La forma de la más seductora de las mujeres,
Y, bajo especiosos pretextos de tedio,
Habitúa mis labios a filtros infames.
Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
Jadeante y destrozado por la fatiga, en medio
De las llanuras del Hastío, profundas y desiertas,
Y despliega ante mis ojos llenos de confusión
Vestimentas mancilladas, heridas abiertas,
¡Y el aparejo sangriento de la Destrucción!
Tomado del libro Las flores del mal