Novela galardonada con el Premio Alfaguara 2021

"Los abismos presentan la maternidad como algo que no nos acabaron de contar"

La escritora Pilar Quintana afirma a La Razón que se habla poco de los desafíos que implica ser madre; considera que este relato es el reverso de La perra

La narradora, en Bogotá, Colombia, en una sesión fotográfica para promocionar su obra.
La narradora, en Bogotá, Colombia, en una sesión fotográfica para promocionar su obra. Foto: Carlos Zárrate

Ya circula en librerías del país Los abismos, de la escritora colombiana Pilar Quintana (Cali, 1972): Premio Alfaguara de Novela 2021. Fábula que gira alrededor de Claudia, quien vive con sus padres en un departamento repleto de plantas de todo tipo, una suerte de prolongación del boscaje de la ciudad de Cali. Años 80 del siglo pasado, la niña es testigo de los conflictos que arropan al matrimonio de sus padres: machismo, depresión, alcoholismo, infidelidades.

Relato absorbente que corre la cortina de agrios episodios de los recodos íntimos de la familia. La niña-narradora se arroga los testimonios de la madre y los sigilos del padre para, desde esa perspectiva, edificar su propio mundo. Conjuración de los miedos de la infancia y también un muestrario de los engranajes que conllevan a la pérdida de la inocencia: fisuras por donde la memoria se nutre de trances imborrables. La infancia, un país de estrechas sendas que pueden conducir al precipicio.

“Una historia poderosa narrada desde una aparente ingenuidad que contrasta con la atmósfera desdichada que rodea a la protagonista. Con una prosa sutil y luminosa en la que la naturaleza nos conecta con las posibilidades simbólica de la literatura”, suscribe el acta del jurado.

Los abismos aborda ese instante de cuando somos niños y la inocencia se nos va de las manos: dejamos de creer la historia de la familia perfecta, feliz y amorosa. De repente vemos las resquebrajaduras que empañan esa visión ingenua que teníamos. Puede verse como una historia de la relación de una madre con su hija; creo, que va más allá. Claudia descubre que su madre no es sólo su madre, sino una mujer con deseos y frustraciones y sobre todo con una visión de la vida alejada de la maternidad: punto de quiebre de la protagonista”, expuso en entrevista telefónica, desde Bogotá, con La Razón Pilar Quintana.

Estuve cuatro años enfrascada en la escritura de esta novela. Yo sé del libro mucho tiempo después de escribirlo. Sólo con la reescritura, que aplico obsesivamente, tengo capacidad para reconocer el universo que abordo
Pilar Quintana, Escritora

El lector está asediado por los ecos de La perra. En ese sentido, ¿cómo leer Los abismos? Muchos lectores han llegado a mi universo narrativo, gracias al éxito de La perra. Las dos novelas dialogan entre sí. Los abismos, hasta cierto punto, es el reverso de La perra, protagonizada por una mujer que anhela ser madre; mientras que en Los abismos es lo inverso: se desdeña lo materno.

¿Claudia-niña como pretexto para referir a la Claudia-madre? Ahora me he dado cuenta que en realidad la protagonista es la madre. Claudia-niña es el centro de una espiral: se enfrenta a un mundo de adultos que no saben afrontar los complejos trances de sus emociones.

¿Develación de esos recodos familiares muchas veces ocultos? La pequeña protagonista presta atención a cómo su madre transita en la orilla del barranco; mientras que en la familia los conflictos se ocultan a través de apariencias falsas. Pareciera que nada ocurre; pero, suceden muchas cosas en el trazo de la descomposición del tejido familiar y las culpabilidades que eso arrastra.

He viajado muchísimo: he saltado de un puente de mil metros, he dormido en el asiento del Everest, caminé las cordilleras de Perú y cruce el Amazonas. Pero nada ha sido tan intenso como parir a mi hijo Salvador
Pilar Quintana, Escritora

¿Mirada crítica a la maternidad? La novela presenta la maternidad como algo que no terminaron de relatarnos bien. Nos han referido lo bueno y maravilloso que es. Pero se olvidaron de contar lo embarazoso de tal desafío y los abatimientos que conlleva. Un hijo hereda de su madre lo mejor; y también, inesperados arrebatos emocionales.

¿Cómo las mujeres latinoamericanas han enfrentado la cuestión del deseo en el entorno de la familia? Está mal visto. En la escuela me enseñaron que las mujeres no desean, que no gozan de lo sexual; si lo tenías, eras una puta. Había que callarlo: sólo se revelaba en el lecho matrimonial

¿Uso de la primera persona (yo) empalmado con un asomo de la tercera persona narrativa? Siempre he querido desaparecer en mis narraciones. De ahí ese Yo que recurre a la ‘omnisciencia’ sin llegar a lo absoluto. Me gusta el equilibrio que se puede trazar entre lo íntimo y lo visible.

¿Prosa arrimada al bolero latinoamericano? Mi padre era un ferviente admirador del bolero. Aprendí con él a adentrarme en su cadencia. Algo se refleja en el tono de mi prosa.

Los abismos
​Por Pilar Quintana

En nuestro apartamento había tantas plantas que lo llamábamos la selva.

El edificio parecía salido de una vieja película futurista. Formas planas, volados, mucho gris, grandes espacios abiertos, ventanales. Nuestro apartamento era dúplex y el ventanal de la sala se alzaba desde el suelo hasta el cielo raso, que allí era del alto de las dos plantas. Abajo tenía piso de granito negro con vetas blancas. Arriba, de granito blanco con vetas negras. La escalera era de tubos de acero negro y gradas de tablas pulidas. Una escalera desnuda, llena de huecos. Arriba el corredor era abierto, como un balcón a la sala, con barandas de tubos iguales a los de la escalera. Desde allí se contemplaba la selva, abajo, esparcida por todas partes.

Había plantas en el suelo, en las mesas, encima del equipo de sonido y el bifé, entre los muebles, en plataformas de hierro forjado y materas de barro, colgadas de las paredes y el techo, en las primeras gradas y en los sitios que no se alcanzaban a ver desde el segundo piso: la cocina, el patio de ropas y el baño de las visitas. Había de todos los tipos. De sol, de sombra y de agua. Unas pocas, los anturios rojos y las garzas blancas, tenían flores. Las demás eran verdes. Helechos lisos y rizados, matas con hojas rayadas, manchadas, coloridas, palmeras, arbustos, árboles enormes que se daban bien en materas y delicadas hierbas que me cabían en

la mano.

A veces, al caminar por el apartamento, me daba la impresión de que las plantas se estiraban para tocarme con sus hojas como dedos y que a las más grandes, en un bosque detrás del sofá de tres puestos, les gustaba envolver a las personas que allí se sentaban o asustarlas con

un roce.

En la calle había dos guayacanes que cubrían la vista del balcón y la sala.

En las temporadas de lluvia perdían las hojas y se cargaban de flores rosadas. Los pájaros saltaban de los guayacanes al balcón. Los picaflores y los sirirís, los más atrevidos, se asomaban a curiosear al comedor. Las mariposas iban sin miedo del comedor a la sala. A veces, por la noche, se metía un murciélago que volaba bajo y como si no supiera para dónde. Mi mamá y yo gritábamos. Mi papá agarraba una escoba y se quedaba en la mitad de la selva, quieto, hasta que el murciélago salía por donde había entrado.

Por las tardes un viento fresco bajaba de las montañas y atravesaba la ciudad. Despertaba a los guayacanes, entraba por las ventanas abiertas y sacudía también a las plantas de adentro. El alboroto que se armaba era igual al de la gente en un concierto. Al atardecer mi mamá las regaba. El agua llenaba las materas, se filtraba por la tierra, salía por los huecos y caía en los platos de barro con el sonido de un riachuelo.

Me encantaba correr por la selva, que las plantas me acariciaran, quedarme en el medio, cerrar los ojos y escucharlas. El hilo del agua, los susurros del aire, las ramas nerviosas y agitadas. Me encantaba subir corriendo la escalera y mirarla desde el segundo piso, lo mismo que desde el borde de un precipicio, las gradas como si fueran el barranco fracturado. Nuestra selva, rica y salvaje, allá abajo.

Mi mamá siempre estaba en la casa. Ella no quería ser como mi abuela. Me lo dijo muchas veces. Mi abuela dormía hasta la media mañana y mi mamá se iba al colegio sin verla. Por las tardes jugaba lulo con las amigas y cuando mi mamá volvía del colegio, de cinco días no estaba cuatro. El día que estaba era porque le correspondía atender el juego en la casa. Ocho señoras en la mesa del comedor fumando, riendo, tirando las cartas y comiendo pandebonos. Mi abuela ni miraba a mi mamá [...]

Fragmento del libro galardonado.

  • Nació: 1973, en Cali, Colombia
  • Galardones: Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana y Premio Alfaguara 2021
  • Otras obras: Cosquillas en la lengua (2003), Coleccionistas de polvos raros (2007), Conspiración iguana (2009) y La perra (2017)
Los abismos
Los abismos
  • Autora: Pilar Quintana
  • Género: Novela
  • Premio Alfaguara 2021
  • Editorial: Alfaguara, 2021
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