Roberto sentía más frío del que hubiera sentido nunca, la voz que le impelía a regresar, sonaba más fuerte con cada grado que descendía la temperatura, el aislamiento de hojas secas no era suficiente para detener el frío y, no obstante, debía dormir, estaba exhausto, el riguroso entrenamiento nunca lo preparó para estar en el bosque de la montaña, sabía que había frío, aunque nunca, así hubiera entrenado desde que nació, hubiera estado preparado y todos los que salían, regresaban hablando incoherencias y, “la locura de la montaña” era el mejor disuasor para los temerosos que eran la mitad de los habitantes y para los benditos ignorantes que eran el resto pero, Roberto era de un puñado de hombres que sabía que la humanidad estaba enfrentada a una especie superior, los libros sagrados hablaban de seres indestructibles que manejaban el rayo a su antojo, que podían hablar a enormes distancias, que tenían todas las respuestas a las miles de preguntas, en algunos informativos se referían a ellas como IAS, Siris, Alexas o Robots, Roberto estaba casi seguro que su nombre provenía de esa raíz, Robot, Rob…to.
Sus tatarabuelos habían guardado unos cuantos libros y se los leían a su bisabuelo diciéndole que era el conocimiento que nos salvaría, que habían perdido la batalla pero no la guerra y que la purga de conocimiento jamás llegaría siempre y cuando él aprendiera. Su bisabuelo fue una decepción y todo hubiera estado perdido si no hubiera procreado al abuelo a edad tan temprana que aún alcanzó con fuerzas al tata para que le diera un curso intensivo exprés. El abuelo fue consiguiendo más retazos de información en los siete asentamientos y como si el destino hubiera jugado a su favor, encontró a personas que lo ayudaron a reconstruir un muy lejano pasado.
La historia que le narró a su padre y este a él empezaba como uno de los viejos relatos infantiles… “En una tierra donde la mirada se perdía en el horizonte y ningún obstáculo en ninguna dirección impedía ir, existía una raza de gigantes malvados…”
Aprendimos que los gigantes eran reales pero no era por su tamaño, era por su fuerza y aunque teníamos informaciones diversas y encontradas acerca de su maldad, lo cierto es que tener encerrada a las personas no hablaba de bondad y eso, el que nos tuvieran encerrados, era una verdad incuestionable, las siete ciudades Dante, Limbo, Lujuria, Gula, Ira, Herejía y Traición tenían algún obstáculo en alguna dirección y el tatarabuelo había esbozado un rústico mapa que asemejaba un círculo y en donde las distancias eran casi equidistantes excepto la travesía entre Gula e Ira que era el doble y entre Herejía y Traición que por la distancia casi nunca se comunicaban entre sí y Traición no lo necesitaba pues al igual que Limbo, estaba a la vuelta de la gran urbe de Dante. Tata creía que antes habían otras ciudades en esa distancia pero con tan poca gente, decidieron mudarse. Roberto tenía otra teoría, una en que los gigantes marcharon arrasando las ciudades perdidas como castigo por sublevarse, pasando a cuchillo a sus habitantes y luego prendiendo fuego a las casas para que el fuego se reflejara en su piel de acero.
Roberto siempre había sido imaginativo y distraído y por eso le costaba aprender la teoría y si no fue apartado del entrenamiento fue por sus innegables dotes físicas y por la facilidad con la que aprendía técnicas de combate, al punto de que su padre tuvo que enviarlo a otras ciudades para que aprendiera de otros maestros.
Su travesía lo forjó pero, fue la convicción de que había algo fuera de su cárcel orográfica y de que, por muy malos que fueran los otros, él podría contra ellos fue lo que lo afiló hasta el límite.
Ni la historia ni la geografía le llamaban la atención sin embargo, hasta para él era evidente que los siete asentamientos no eran aleatorios, la figura geométrica perfecta y unos campos fértiles y prodigiosos árboles frutales justo al centro equidistante eran llamativos pero, que alrededor de las ciudades se elevaran unas montañas inaccesibles era el colmo pues, si salir era imposible ¿cómo lograron entrar?
Algo más estaba afuera y todo su entrenamiento lo llevaba a averiguarlo. La idea era simple, llegar a la cima, ver que había del otro lado, bajar e informar.
El sueño ligero era casi una segunda naturaleza de Roberto, sus sentidos no descansaban del todo y mientras su consciente se hacía el omiso, su subconsciente sentía un cosquilleo de peligro sin poder definir el motivo.
Abrió los ojos para ver a un sujeto mirándolo y dos más atrás del tipo, lo primero que pasó por su cabeza no fue huir sino, cuestionarse cómo diablos habían logrado acercarse sin despertarlo, luego, pensó en huir y, no siempre, lo que se piensa hacer, se puede hacer. Unas manos lo sujetaron firmemente pero sin lastimarlo, por mucho que forcejeaba, no lograba soltarse y la idea de que así de indefensos se debieron sentir los humanos al perder la guerra lo llenó de un muy humano y sano miedo pues, en ese instante Roberto supo que lo que tenía enfrente era el enemigo, un enemigo que hasta ese momento solo había sido una historia familiar, un demonio, una ideología perversa, un motivo difuso y ahí estaba, el gigante, el robot, el terror de la humanidad y, tenía el rostro de un… joven de 17 que sonreía apaciguadoramente. El miedo fue en crescendo.