Alejandro Dumas (Villers-Cottere, Francia, 24 de julio, 1802–Seine-Maritime, Francia, 5 de diciembre, 1870): recordamos hoy, 24 de julio, el 219 aniversario de su natalicio. Reconocido por novelas seriadas, las cuales reanimaron las fábulas históricas galas desde narraciones y obras teatrales apasionantes en que están presentes la magnanimidad y las proezas.
Hijo de un general napoleónico de ascendencia africana —curiosa piel mulata muy llamativa para el emperador—, Alejandro Dumas no se destaca por ser un erudito, ni un hombre de vasta cultura; pero, su capacidad de inventiva y vital imaginación lo llevaron a escribir unas quince novelas históricas que incidieron de manera concluyente en el gusto de los lectores de la época con gran éxito: consolidación de un nuevo género: la ‘novela seriada’ (roman feuilleton) también conocido como ‘novela por entrega’, las cuales se editaban en rotativos o periódicos.
Itinerario que inicia con El capitán Paul (1838) y prosigue con total demanda con El Conde de Montecristo (1844–1845) —la novela que Gabriel García Márquez aconsejaba como lectura ineludible a los jóvenes escritores—: basada en un tremebundo hecho real conmovió, a miles de lectores en toda Francia; Los tres mosqueteros (1844), trilogía ambientada en los años de Luis XIII/Luis XIV, se convirtió en un fenómeno editorial (la gente hacía colas en los estanquillos de venta de periódicos en espera del nuevo capítulo); le siguen Veinte años después (1845) y la dinámica, El Vizconde de Bragelonne (1848–1850).
Destacan asimismo, por la popularidad alcanzada, Recuerdos de un médico: José Bálsamo (1846–1848) —aborda la vida del conde Alessandro di Cagliostro: galeno, alquimista, ocultista, Rosacruz y alto masón italiano que recorrió las cortes europeas del siglo XVIII—; El caballero de Maison-Rouge (1847); La dama de Montsoreau (1846); El collar de la reina (1848–1850): parábolas literarias que se pueden comparar con las telenovelas actuales. Dumas tenía un olfato muy agudo para penetrar en los sumarios sentimentales de la época: mañoso para entrever qué quería el gran público, levantó de manera definitiva las anticipaciones de la actual literatura de consumo. Hoy sería un triunfante relator de series televisivas y de melodramas.
No desdeñar en su prolija producción (más de cien títulos) las numerosas obras teatrales que rubricó: Enrique III y sus cortesanos (1829) de estilo inmediato a esquemas románticos; el animoso drama pasional, Anthony (1831) y Kean. El cotizado Gran diccionario de cocina, apareció póstumamente en 1873.
Los coleccionistas aprecian y veneran los 22 tomos de Mis memorias (1852–1855) y Los garibaldinos (1861), de gran valor testimonial por haberse escrito durante la marcha garibaldina, a la que Dumas se suma más tarde en Sicilia.
Pero, ¿cómo un escritor de tan reservado valor literario pudo alcanzar tanto éxito?: la respuesta se debe a que se rodeó de un equipo de 10 colaboradores, quienes, tras extensas explicaciones, advertencias e indicaciones de las tramas, redactaban en consecuencia las secciones por entregas de las aventuras novelescas. El más apreciado de los escribanos de Dumas, fue Auguste Maquet, a quien nunca se le dio crédito: se afirma que esbozó muchas de las series y aportó ideas primordiales para Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo.
Alejandro Dumas, una vida de derroche
El autor más popular de la Francia del siglo XIX tuvo un estilo de vida protagonizado por el derroche (malgastó su patrimonio varias veces) en inmorales aventuras amorosas. Napoleón III lo despreciaba: se vio obligado a exiliarse en Bruselas en 1851. Viaja por Rusia e Italia —donde funda el periódico Indipendente, el cual no trasciende—. Cuatro años en Nápoles como conservador de museos y regresó a Francia en 1864: trabaja con ahínco y dilapida el dinero que ganaba.
Gozo de la gloria mundana: aplausos, ramos de flores enviados por admiradoras, cenas pomposas, galas teatrales, citas con damas de alcurnia. Dicen que tenía la memoria de un elefante: no olvidaba nada de lo vivido en sus agitados trasiegos. Sabía de memoria pasajes enteros de Homero, Cervantes y Shakespeare. Decenas de folios célebres salían de su casa todos los días. Dicen que les pagaba muy bien a sus redactores. Dicen que lloró cuando mató al mosquetero Porthos. Dicen que tenía una caligrafía envidiable y que sus manos ciclópeas desbarataban las plumas mientras escribía con delirio los episodios que toda Francia elogiaba. También dicen que ya mayor, un poco sordo y endeudado, se despertaba todas las mañanas con el terror de no tener dinero para sufragar los servicios de su cocinero.
Dumas erigió fabulaciones marcadas por un dinamismo que complacía a miles de lectores. Embrollos en incidentes que consiguen un atractivo y tentador ambiente de suspense que la industria fílmica ha explotado con grandes dividendos financieros.
Epílogo: Alejandro Dumas, hijo
De un breve amorío con una costurera nace en 1824 su hijo Alexandro Dumas, junior: reconocido oficialmente como vástago natural del exitoso novelista en 1831. Éste siguió los pasos del padre como escritor con cierta reputación. La novela La dama de las camelias (1848) le abrió las puertas del reconocimiento: se considera, por la versión teatral realizadas por él mismo, el triunfo de la comedia de costumbres. Verdi la llevó al contexto musical: La Traviata, obra maestra de la ópera.
En publicaciones posteriores, Alejandro Dumas, hijo, abordó con trazos escriturales brillantes las temáticas del divorcio, el adulterio y la lastimera posición sumisa de la mujer. Trabajos literarios de tesis suscritos por un reflexivo y equilibrado y prudente moralismo burgués, los cuales han sido desdeñados en la modernidad (Demi-Monde, El amigo de las mujeres, La mujer de Claudio).
AG