La semana del arte —este año, del 9 al 13 febrero— implica una profunda movilización de la ciudad, el turismo y la economía. La actividad llega hasta los restaurantes de moda, comercios y bares y, aunque todavía existe la creencia de que las grandes propuestas empiezan y terminan en la mega Zona Maco, la presencia de cada vez más fiestas, —unas privadas y súper VIP, otras abiertas a todo público—, ferias alternativas, salones y exposiciones organizadas en espacios que van desde bodegas y patios, hasta museos, hace de estos días una verdadera carrera en contra del tiempo. Hay que verlo todo.
En estos eventos coexisten comunes denominadores. El primero, se define con una significativa inversión en infraestructura. Con esto me refiero a los montajes y las grandes producciones en las recepciones y lo vanguardista de la museografía en las ferias. Cada año me sorprende más la sofisticación de las instalaciones. En estos recintos temporales se puede comprar un café Garat, beberse el mezcal más codiciado y admirar la obra dispuesta de forma tan ambiciosa que se nos olvida que estamos apreciándola en los muros de tablaroca de un espacio efímero.
El segundo, se verifica en los anfitriones, llámense galeristas, coordinadores o asistentes. Este selecto grupo se conforma por seres inalcanzables a los que podríamos bautizar como los “hombres y mujeres de negro” —a veces de blanco, rojo, rosa y un etcétera de atuendos polícromos y serios completados por zapatos cómodos, pero de moda—. Dueños del conocimiento, ellos deciden a quien dar o no su atención, el precio de una obra o si quiera el lujo de una respuesta. Acostumbrados como están a identificar a los compradores, no pierden el tiempo con nadie más.
El tercer elemento en común y el que por definición tendría que ser el mejor atendido, es el público, si bien este rubro encierra una notoria diversidad. Primero están las decenas de miles de visitantes de a pie que recorren por horas los recintos sin adquirir ninguna obra. No van eso. Su motor es pasar el rato, divertirse y “ver cómo funciona eso del arte”.
Al mismo tiempo que las hordas de curiosos, llegan los coleccionistas que acceden a los recintos sin hacer filas por la sección VIP. Por lo general son mayores —el poder adquisitivo aumenta pasando los cincuenta o sesenta años— y en muchos casos, vienen acompañados de asesores y expertos. La feria está hecha para ellos y podría decirse que son su razón de ser, los principales destinatarios del esfuerzo de los organizadores; al fin y al cabo, los compradores son la motivación que hace que las galerías paguen lo que pagan para exhibir y vender los trabajos de sus creadores y que las ferias de arte sean negocio.
Junto con los coleccionistas y curiosos, aparece un grupo muy importante. Ellos son los artistas en ciernes, desconocidos y aún no afiliados a instituciones cercanas al mercado de arte. En su mayoría jóvenes y vestidos de forma llamativa, desde el dark fashion o ropa estilo gótico, llenos de piercings, tatuajes y rebeldía, hasta la onda hipster, con gafas de montadura gruesa, moda vintage y Old School, recorren las instalaciones y revisan las creaciones más vanguardistas.
Estos pintores, escultores, estudiosos de arte digital y expertos en las instalaciones conceptuales, asisten a ferias como Zona Maco con el propósito de conocer, aprender y relacionarse. No tienen de otra. Si quieren seguir en el oficio tienen que dejarse ver, insistir y más que nada, conseguir que un galerista afamado les abra las puertas de su universo.
Sin negar los beneficios de ferias como Zona Maco y la promoción de cientos o miles de artistas, temo decir que no basta con estas semanas de arte para hacerles justicia a las producciones de los creadores que investigan y trabajan al margen de estos ejercicios.
El hecho de que los apoyos para el arte y las condiciones de trabajo en los centros culturales se hayan minimizado, subraya un vacío en la narrativa que deviene en aún más drama al interior de la de por sí complicada decisión de ser artista.
En muchos casos el éxito de un pintor o escultor se debe al reconocimiento que va adquiriendo a lo largo de su vida o a algún hallazgo o circunstancia que lo vuelva célebre después de su muerte. Este “éxito” suele ser fruto de decenas o cientos de exhibiciones. Hasta ahora los artistas mexicanos relevantes han sido promocionados y apoyados por el Estado: Rivera, Siqueiros, Orozco, Tamayo, Toledo, hasta Gabriel Orozco, el mexicano vivo más internacional. Todos ellos han sido reconocidos en vida e impulsados por instancias gubernamentales con becas, financiamientos, apoyos, exhibiciones o todo junto.
Una feria no puede cubrir con una obligación gubernamental.
Alabo el esfuerzo de la semana del arte, ojalá en lo sucesivo lo veamos fortificado con más presupuesto e interés por parte del poder.
AG