VERDE

VERDE larazondemexico

El bosque era enorme, tan grande que desde el centro, se podía subir al punto más elevado y hasta el horizonte, solo se verían las copas de los árboles. No obstante, la enorme longitud era una infinitesimal área si se le comparaba con la enorme plancha de acero y cemento que circundaba el resto del planeta, nivel sobre nivel, nunca nadie pensó que el ingenuo futuro de Asimov se hiciera realidad, que el planeta tuviera una dependencia alimentaria fuera de su atmósfera y que la tierra fuera, con muy pocas diferencias, igual al Trantor de su trilogía de la fundación o la tierra de un guijarro en el cielo. Sin embargo, había unas diferencias, No había imperio interestelar, ni siquiera habíamos logrado cruzar el cinturón de asteroides, la colonización de Marte fracasó y el costo para intentarlo de nueva cuenta mejor se destinó a las parcelas satelitales que daban ciertos nutrientes y las islas de algas modificadas que, aunque habían acabado con las especies marinas, daban mucho más sustento que la pesca en cualquiera de sus versiones y el resto, era producto de un extenso y a rajatabla proceso de reciclaje, el aire, el agua, la comida y prácticamente todo lo consumible, había sido consumido, más de una vez pero, ni así entendíamos, la curva de población seguía en ascenso y décadas después recordábamos los días de pandemia con un agridulce recuerdo pues nadie quería reconocer el deseo en la disminución en la población y curiosamente, fue la vacuna de esa pandemia la que abrió las puertas y luego todo fue manipulación aquí y allá, el DNA, RNA, el gen+, la manipulación previa de lo nunca hecho para resolver lo inexplicable, sin importar las consecuencias, sin medir el resultado y eso pasó, la siguiente generación tuvo una década más en promedio y sus hijos, aumentaron casi 40 años el promedio de vida humana. En otras palabras, llegaban más y no nos íbamos los que aquí estábamos, era lógico qué se saturará el espacio pero, aún con el conocimiento de que habíamos excedido nuestro tiempo, nuestro egoísmo seguía perfectamente incrustado en nuestra genética, por ningún motivo, haríamos espacio si eso significaba retirarnos.

En tan sólo 2 generaciones consumimos nuestros recursos en la tercera solucionamos la carencia en la cuarta andábamos en puntitas sobre la cuerda floja del abismo bajo nuestros pies. 31 billones de seres procreando exponencialmente.

La lucha por el bosque llevaba años y sólo había 2 bandos, el primero deseaba tener ese espacio verde para la salud mental de la humanidad, para que un padre pudiera llevar a su hijo pequeño y enseñarle como alguna vez fue el planeta entero, esta facción decía y lo hacía con razón, que pasar un tiempo en el bosque nos devolvía la humanidad. Por otro lado, había un número creciente de autodenominados pragmáticos, que pensaban en el bosque como espacio desperdiciado que bien podrían convertirse en habitáculos que tan desesperadamente necesitaba la humanidad.

Tan radical diferencia llevó a cruentas batallas, primero políticas, luego sociales, mediáticas y por último, nos empezamos, como siempre, a matar entre nosotros. La diferencia, en estos tiempos estribaba en qué hora nadie levantaba un dedo cuando se asesinaba a otra persona, nadie lo reconocía públicamente pero, algunos, hasta respiraban agradecidos pensando en la boca menos que alimentar.

Para cuidar las apariencias, las hectáreas del bosque se convirtieron en zona prohibida, en una salomónica decisión, ambos bandos perdían y ese, fue el inicio de nuestro fin.

El bosque siguió su ciclo, sin animales, con escasos insectos, sin humanos que caminarán por sus senderos o cortarán el pasto o hicieran paisajismo en un lugar que no lo necesitaba. Sin humanos, que interfirieran, las semillas cayeron, nuevos árboles crecieron, las raíces debajo de la tierra se unieron, casi como dendritas dejando los troncos como axones, era muy difícil imaginar que sucediera en lo que nunca había sucedido, quizá, pero esos nunca, cada vez eran más comunes, entonces, no es de extrañar, que ese bosque también evolucionara.

En las décadas de 1960 a 1980 aproximadamente, las historias de ciencia ficción, hablaban de extraterrestres que parecían más monstruos que seres inteligentes y, no obstante, también se tocó la mente colectiva, ese que dejaba la individualidad para convertirse en la suma de sus partes. Entonces lo estábamos previendo, pero nunca imaginamos, que sucediera en nuestro patio trasero, era de esperar cuando todos y cada uno de los árboles de ese inmenso bosque eran de la misma especie, no habíamos dejado otra, no había competencia vegetal, animal o fúngica, la misma especie echando raíces, compartiendo raíces, intercambiando experiencias al viento, no lo sé, la verdad sigo sin entender, como ese bosque cobró conciencia aunque, entiendo perfectamente porque nos vio como enemigos, supongo que lo primero que adquirió fue memoria y nos vio como un cáncer invasivo, como aquello que ponía en riesgo su existencia. Al menos eso pienso, pues su ataque fue visceral, personal, vengativo, casi como si ese nuevo ser, entendiera lo que habíamos hecho con sus pares.

Ahí la humanidad entendió, que quemar un bosque, talarlo, aplastarlo, destrozarlo, abusarlo, es sencillo cuando este no revira, no contraataca, no se defiende o, planea una ejecución en toda regla. Ahí la humanidad entendió, que era fuerte por su mente y nunca creyó que hubiera otra mayor.

El primer árbol que rompió el concreto y el acero hubiera sido una curiosidad, extrañeza y quizá, alegría, si estos no se hubieran convertido en el enemigo.

Nos jactamos de nuestras afiliadas hachas pero, lloramos por una astilla entre las uñas, el hombre sin su cerebro como arma, es solo un trozo de carne sumamente vulnerable.

Quisiera contarles cómo terminó esto, pero aún no lo sé, quizá nunca lo haga, sólo sé, que desde el azul cielo, la mitad es verde… otra vez.